El nervio óptico - María Gainza
«Sientan cómo late en la pintura un simbolismo atávico: los tironeos entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad. El ciervo ha sido pintado pocos segundos antes de morir. Un perro le muerde el lomo; otro, una pata. El animal está a punto de desplomarse, la lengua afuera, el cuello en una contracción exagerada, los ojos mirándonos con el mismo desamparo con que la liebre miraba al príncipe en El Gatopardo de Lampedusa: «Don Fabrizio se vio contemplado por dos ojos negros invadidos por un velo glauco que lo miraban sin rencor pero con una expresión de doloroso asombro, un reproche dirigido contra el orden mismo de las cosas». Qué bien entendía Lampedusa cómo las cosas dan vuelta antes de irse, dejan su rastro de caracol, su estela de plata transparente y húmeda, y después se hunden en la memoria».
Qué alegría, qué providencial ha sido reencontrarme con Don Fabrizio, El Gatopardo y Giuseppe di Lampedusa en la mirada de María Gainza describiendo lo que siente cuando contempla Caza del ciervo de Alfred de Dreux. No he leído El Gatopardo, tampoco he visto la película, pero los conozco a ambos. Los conozco a través de otra mirada, la de Mailys de Kerangal, mirada que plasma en ese canto memorístico que es ese maravilloso librito suyo que comparte título con el apellido e isla de la que era oriundo el escritor italiano. Si tenía alguna reserva cuando comienzo a leer El nervio óptico, la venzo entonces. Ya no me preocupa ser una profana en el campo de las bellas artes, no conocer ni siquiera de oídas a muchos de los pintores que descubriré en las páginas de este libro, no haber contemplado físicamente ninguna de las obras que en ellas se citan. Me basta con la mirada de María Gainza como me bastó en su día con la de Mailys de Karangal. Y sé que, si alguna vez tengo la oportunidad de contemplar in situ alguna de esas obras, las seguiré viendo a través de la mirada de la argentina, al igual que si alguna vez leo o veo El Gatopardo lo haré a través de la de la francesa, sin que ello sea óbice para que no añada mi propia mirada y mi propia historia, al fin y al cabo, en eso consiste formar parte de ese coro memorístico y cultural de la humanidad.
Cuando termino el primer capítulo de El nervio óptico no es que esté vencida como mis reservas pero sí rendida a María Gainza, y, con esa confianza ciega en ella, inicio cada uno de los restantes capítulos y me abandono a ellos, premiándose mi entrega con una profunda gratificación. Sí, podría considerarse cada capítulo de este libro como una obra independiente, como un relato con identidad propia, si no fuera porque están hermanados, porque se dan la mano y nos llevan a nosotros de la misma por esta suerte de autobiografía (eso se me antoja que es este libro y así lo voy a tratar sin saber si estoy o no en lo cierto) cultural y personal.
«...pero supongo que siempre es así: uno escribe algo para contar otra cosa».
María Gainza hila vivencias propias y ajenas (de familiares, de amigos). Su aguja es su gran conocimiento pictórico; el hilo que pasa por su ojo son su sensibilidad, sus sentimientos y pensamientos. Lo que de fidedigno tenga o deje de tener, las licencias literarias que acaso se haya tomado son cosa de ella y poco me importan. Yo comparto opinión con el pintor argentino Cándido López que «estaba convencido de que para tocar el corazón de la realidad había que deformarla», así como también sé de lo caprichosa, personal y poco fiable que la memoria puede ser. La vida son momentos, aquellos que permanecen, esos otros que resurgen cobrando un insospechado significado, porque, a poco que nos alejamos y que contemplamos unos y otros en conjunto, nos damos cuenta de que esos significados siempre han estado ahí y no difieren tanto unos de otros, al igual que, cuando observamos un cuadro desde la distancia apropiada, deja de importarnos la técnica de sus pinceladas y comenzamos a abrirnos a lo que nos transmite, es decir, el cuadro deja de contar su historia para empezar a contar la nuestra.
«En la distancia que va de algo que te parece lindo a algo que te cautiva se juega todo en el arte, y [...] las variables que modifican esa percepción pueden y suelen ser las más nimias».
Historias de cuadros y de pintores también nos cuenta la argentina. Sin aburrirnos, eso sí, ella misma piensa que «mal administrada, la historia del arte puede ser letal como la estricnina» y se afana con ahínco para no contradecir su máxima. Nos encandila, nos mete el gusanillo por visitar museos pero... no, no me engañas, María, tú no has escrito esto libro para hablar de pintura, lo has escrito para hablar de ti porque «es inevitable. Uno habla de sí mismo todo el tiempo, uno habla tanto que termina por odiarse».
No te odias pero te reconoces. Reconoces a la niña que fuiste y a la vieja en que te convertirás en sendos cuadros de Schiavoni y Victorica. Como si fueras el propio Schiavoni en una de esas sesiones de espiritismo a las que acudía en las que «si miraba de reojo a los asistentes, podía ver surgir a los costados de la persona dos figuras ectoplásmicas: una era el adorable niñito que esa persona había sido; la otra, el monstruo oscuro en el que se iba a convertir», solo que, en tu caso, te recuerdas más oscura de niña de lo que te adivinas de anciana.
Misia Sert and Henri Toulouse-Lautrec in Lautrec's studio. Autor desconocido |
Sí, hablas de ti, pero no se puede pintar un cuadro con un solo color o, más bien, con un único tono del mismo. Uno no habla solo de uno cuando habla de uno.
Némirovsky, leo. Párrafos de Némirovsky le lees a tu madre persiguiéndola por el pasillo y no necesito que me expliques más. Némirovsky, leo. Y sonrío. Sonrisa de reconocimiento. No será la única que me procuren tus lecturas.
María Gainza es una gran entendida en arte, especialmente en el pictórico. Eso me dice su biografía y me lo constata la lectura de este libro. Lo que no sabía, y ha sido un grato descubrimiento, es que también es una gran lectora y amante de la literatura. La avalan los numerosos escritores a los que cita y en los que se apoya para contar sus(su) historias (las de Gainza, no las de los escritores). Unos pocos, desconocidos por mí; de algunos, considero sus obras lecturas futuribles; y muchos son de los que ya he disfrutado (ay, benditas casualidades). A Irène Némirovsky sumo Marcel Schwob, Marguerite Duras, Marina Tsvietáieva, Sylvia Plath, Carson McCullers, Henry James, Aldous Huxley, Danilo Kis. Y sonrío al encontrármelos. Sonrío por el reconocimiento. Por ese guiño entre lectoras.
Hubiera disfrutado igualmente de este libro sin esos guiños, pero me gusta la idea de que ya durante su lectura haya unido mis propias historias a las que las páginas sobre las que ahora escribo albergan. No hubiera pasado nada de no ser así. Mi historia, la de María Gainza y las que me han regalado su nervio óptico se hubiesen cruzado igualmente en otro momento y lugar. En una vivencia propia, leyéndome en un libro o, quizás, y por primera vez, contemplándome entre inquieta y maravillada en un cuadro.
«¿No son todas las buenas obras pequeños espejos? ¿Acaso una buena obra no transforma la pregunta «qué está pasando» en «qué me está pasando»? ¿No es toda teoría también autobiográfica?»
María Gainza: quiero leerte más; quiero seguir hilando historias contigo.
Gustave Courbet, Mer Orageuse (Mar borrascoso). Siglo XIX. 80 x 100 cm, con marco: 108,5 x 130,5 x 12 cm, óleo sobre tela. Inv. 2434. Fuente: Museo Nacional de Bellas Artes. |
Ficha del libro:
Título: El nervio óptico
Autora: María Gainza
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2017
Nº de páginas: 160
ISBN: 974-84-339-9844-6
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No conocía esta obra y ya el título llama la atención. Me gusta lo que cuentas y esa mirada a la vida a través de la pintura y la literatura.
ResponderEliminarBesos
No fue un libro que me llamase la atención a primera vista pero me dejé llevar por una muy buena recomendación y ha sido todo un descubrimiento.
EliminarBesos
Curiosamente lo tuve en las manos el otro día en la biblioteca y le estuve echando un ojo. En principio la verdad es que no me atrajo demasiado, pero después de leerte la cosa cambia
ResponderEliminarBesos
Yo lo conocí por Raquel Casas y qué bien que me animé a leerlo. Me ha encantado y María Gainza me parece una escritora muy muy interesante.
EliminarBesos
Pues otra autora desconocida para mí, pero dadas tus entusiastas impresiones y la estructura en forma de relatos, sutilmente conectados, me parece muy interesante. Además, el hecho de ser erudita en cuestiones de arte, tema del que siempre me gusta leer, ya sea ensayo o en novela, suma más puntos... por no decir la alusión a tantos escritores, curiosamente estoy ojeando una novela de Marcel Schwob, "El libro de Monelle", suelo ojear varios hasta que me atrapa uno y me decido a leerlo.
ResponderEliminarVamos, que éste lo apunto sí o sí!
Un abrazo, Lorena!
El libro de Monelle es precisamente lo que yo he leído de Schwob.
EliminarSi te gusta leer sobre arte tienes que leer este libro sí o sí. Cuenta muchas curiosidades sobre pintores y cuadros y estoy segura de que te encantará cómo María Gainza las va hilvanando con la historia que cuenta en cada capítulo.
Otro abrazo para ti, Paco.
Creo entender que en esta obra María Gainza describe cuadros con comentarios en los que abundan las reflexiones literarias y de otro tipo. Me atrae mucho.
ResponderEliminarComo ya dejé dicho en mi reseña de "Lampedusa" sí he leído "El gatopardo" y visto la película. Lo que no sé es dónde he leído el párrafo con el que abres la reseña. No le encuentro en "Lampedisa, pero estas palabras "El ciervo ha sido pintado pocos segundos antes de morir. Un perro le muerde el lomo; otro, una pata. El animal está a punto de desplomarse, la lengua afuera, el cuello en una contracción exagerada" me suenan tanto que empiezo a pensar si tendré algún trastorno premonitorio y me suena lo que voy a leer más adelante.
Otro libro que apunto.
Un beso.
Pues no sé, Rosa. El párrafo es de El nervio óptico. Lo que pertenece a El gatopardo es el entrecomillado que contiene. Pero a mí me pasó una cosa curiosa. Según leía cómo María Gainza describía ese cuadro de Dreux me iba trasladando a una escena de Qué fue de los Mulvaney, a ese capítulo hacia el principio del libro en el que Patrick sale de noche de la casa familiar, no sé si lo recuerdas.
EliminarGainza alterna y a veces mezcla lo que cuenta de los cuadros y pintores con aquello otro que nos quiere contar en cada capítulo. Por similitud entre lo que muestra un cuadro o la vida de su autor con la historia que narra, o simplemente por coincidencia, es decir, porque descubrió esa pintura cuando le sucedió lo que cuenta. Creo que te gustará. Ya me contarás.
Besos
Ahora que lo dices recuerdo ese pasaje de "Qué fue de los Mulvaney". Es cierto que el ambiente en que te envuelve es muy similar.
EliminarEs fascinante lo que un buen autor puede hacer con los ambientes en los que te envuelve. Proust, Faulkner, Oates y alguno más que ahora no me vine a la cabeza, son maestros en ambientes maravillosos.
Me sorprende el que hayas acudido a una autora de mis pagos, así como hayas tomado una copia de Corbeau de nuestro Museo Nacional. Empiezo a creer que entre tú, en Gijón, y yo, en Buenos Aires, tenemos más cosas en común que aquellas que podemos creer, Lorena. De hecho, por otras razones ajenas a las letras, he aprendido bastante a apreciar la pintura, que hace ya años me acompaña, así como la música clásica.
ResponderEliminarYo no conocía a la autora ni a su obra, pero con solo saber por ti que combinaba letras y pintura, ya me he hecho de una copia.
Gracias por descubrírnoslos.
Un fuerte abrazo.
El cuadro de Coubert figura en el libro y vuestro Museo Nacional también sale a relucir en más de una ocasión. En un capítulo la autora (o digamos la narradora por eso de no saber hasta qué punto es autobiográfico) cuenta que no viaja desde hace años porque tiene miedo al avión, lo que limita bastante que pueda visitar obras alojadas en otros grandes museos a nivel mundial. A raíz de esto hará una curiosa reflexión con la que estoy bastante de acuerdo.
EliminarCreo que es el primer libro de la autora. En la página web de Anagrama consta otra novela suya de próxima publicación que espero leer también con el tiempo y confirmar mis buenas impresiones respecto a María Gainza. A mí me la descubrió otra compi bloguera y muy buena lectora, así que me alegro de contribuir yo también a darla a conocer.
Un abrazo
Es curioso Ese conflicto entre autor/- narrador/a lo he tenido últimamente en muchas de mis reseñas. Hay mucha literatura en la actualidad que mezcla la autobiografía y lo meramente literario. Y cada vez me gusta más.
EliminarYo también disfruto mucho con eso que denominan autoficción. Y aunque es cierto que es difícil desligar a veces al autor del narrador no me importa tanto la verdad que contenga como la honestidad del texto. Ni te cuento lo que estoy disfrutando con todas las reflexiones de Basada en hechos reales.
EliminarSoy muy aficionado a la historia del arte y con los recursos actuales se pueden ver algunas obras incluso mejor que in situ (no te voy a contar mi chasco en una atestada capilla sixtina que parecía más un botellón, tras años estudiando a Miguel Ángel). Hay cuadros que te hablan y donde te reconoces y por eso escribir una especie de autobiografía o hilar pensamientos y recuerdos a través de pinturas que nos han marcado me parece una manera original y fantástica de hilar una novela o ensayo, lo que sea. Lo apunto, Lorena. Seguro que me gustará.
ResponderEliminarUn abrazo.
María Gainza estaría bastante de acuerdo con tu conclusión respecto a tu anécdota en la Capilla Sixtina, por lo que cuenta en ese capítulo que le comento a Marcelo.
EliminarSe trata de un libro difícil de describir. Porque realmente es eso, una mezcla de libro de relatos, mini ensayos y novela autobiográfica. Y sí, Gerardo, creo que te gustará.
Un abrazo
Hola!! Siempre que paso por tu blog descubre una lectura nueva que me dejas con muchas ganas de hacerme con ella. ¡Gran reseña! Besos!!
ResponderEliminarNo sé si alegrarme o pedirte disculpas por hacer crecer tu lista de pendientes ;)
EliminarBesos