Todos nuestros ayeres - Natalia Ginzburg

Pienso en las benditas casualidades, en los pálpitos lectores y en las extrañas, inexplicables y certeras conexiones literarias. Hay autores que son un runrún. Están ahí, presentes y ausentes. Presentes para ser tomados en cuenta y ausentes por ser siempre postergados. A veces toman buenas posiciones de salida (gracias, Raquel Casas, por meterme tantas ganas de conocer a tu adoptada) pero siempre algún otro los adelanta. De repente, sin avisar, por los motivos más peregrinos, consiguen situarse en el primer puesto. Y ya está, es impostergable, iniciamos carrera juntos. Avanzamos, rodeamos, nos deleitamos. Hasta llegar a meta. Hasta saber que el camino compartido es un camino que se querrá volver a recorrer.

Sí, pienso en las benditas casualidades, en los pálpitos lectores y en las extrañas, inexplicables y certeras conexiones literarias. Natalia Ginzburg era para mí una de esas escritoras runrún; múltiples veces pensada, otras tantas rechazadas. De repente, topo con un libro suyo, ninguno de los tantas veces barajado, y leo su sinopsis. Y la Anna que me presenta, sin saber por qué, me lleva hasta otra Natalia. Es mi Natalia, la Natalia de Mercè Rodoreda, la colometa de La plaza del diamante. Y ya está, tengo que conocer a Anna, ver el mundo a través de sus ojos como lo vi a través de los de Natalia; ojos que siempre creí de niña y que ahora sé son de insecto. Porque no, Anna no es Natalia, pero yo he visto el mundo a través de la mirada de otra Natalia (la Ginzburg) como ya lo había visto antes a través de la mirada de Mercè. Y he descubierto miradas gemelas. Miradas que reflejan sencillez tamizada por ojos complejos de insectos. Que no, que Anna no es Natalia, pero las mujeres de Ginzburg y de Rodoreda habitan un territorio literario común. Benditas las casualidades, los pálpitos lectores y las extrañas, inexplicables y certeras conexiones literarias que nos revelan que la entomología es un mundo fascinante por explorar.

Anna es «un insecto pequeño, perezoso y triste encima de una hoja». Así la define Cenzo Rena, otrora amigo del padre de Anna. Cenzo Rena será una hoja para Anna, una de las grandes, pero Anna ha tenido también otras hojas en su vida. No tuvo la hoja de su madre y tampoco demasiado tiempo la del padre, que estaba más ocupado en escribir sus memorias antifascistas que en ser hoja para sus cuatro hijos. Pero la señora Maria es una hoja para Anna, así como lo es su coqueta hermana Concettina. También su hermano Ippolito, de mirada triste y torcida, y el más cercano en edad, Giustino. Sí, Anna es un insecto encima de una hoja; allí se posa Anna, allí se queda, al amparo o desamparo de la hoja en cuestión. Pero las hojas protegen más cuando están sobre y no bajo nosotros, y Anna no tiene el valor, probablemente ni siquiera nunca se le haya ocurrido, de saltar con sus patitas o agitar sus alas para ver y comprender más allá del mundo de hojas que le rodea.
«Le hubiera gustado que alguien la riñera por no hacer los deberes, que alguien le dijera que no volviese a tumbarse con Giuma entre los matorrales a la orilla del río. Pero nadie se acercaba a decirle nada, nadie se le acercaba siquiera para saber si había vuelto, [...] Estaba sola con el rostro de Giuma que le sacudía dolorosamente el corazón, y todos los días volvería con Giuma a los matorrales del río, todos los días volvería a ver aquel rostro con los rizos enmarañados y los párpados cerrados herméticamente, aquel rostro que ya no tenía palabras ni pensamientos para ella».
Anna es silenciosa, callada, y no se sabe muchas veces si hace lo que hace por no saber decir que no o por alimentar su tonta secreta vanidad. Porque Anna parece sosa pero por dentro es puro torbellino de emoción e imaginación. Los ojos de Anna observan el mundo, su reducido mundo, ojos complejos de insecto, y lo traducen a su propio idioma. Anna vive en la Italia fascista de Mussolini, en una Italia a punto de estallar en guerra, pero con un entorno próximo contrario al régimen que hace que los ojos de insecto de Anna traduzcan la revolución a una idea romántica de escapar por los tejados. Tal vez no sea la suya la única idea romántica acerca de la realidad. Tal vez, como hagan otros después, haya que mirar la realidad cara a cara para no necesitar pueriles traducciones.
«Pero eso era una mentira cochina, [...], a él ni en sueños se le había ocurrido amar la patria, no pensaba nunca en ninguna patria cuando estaba en el frente pegando tiros. Ni tampoco ninguno de los que estaban allí con él pensaba en eso. Ni se acordaba nunca nadie de que era contra los rusos contra quienes se disparaba. Era todo un puro disparar para nadie y contra nadie, un dispara con los pies como pedazos de hielo dentro del zapato, con los ojos deslumbrados por la nieve. Él cuando se fue quería simplemente saber en qué consistía una guerra, y se fue también porque estaba harto de vivir en casa con la señora Maria, y luego porque tenía otra historia que no venía a cuento sacar a relucir ahora. Pero poco a poco se había dado cuenta de que estaba en la guerra por ser como los demás, para pasar frío en los pies también él y esperar los paquetes de casa y elegir un blanco en la nieve y disparar. No creía estar ayudando a los fascistas a ganar la guerra, uno más o menos pegando tiros qué importaba [...] él, [...], había hecho bien en ir a Rusia, pensando como pensaba, simplemente para ser uno más pegando tiros por ninguna patria, por la gente que estaba allí sin culpa alguna y que en el fondo era esa la patria, la patria eran los pobres hijos de vecino mandados a Rusia desde tantos pueblos como San Costanzo, que tenían frío en los pies y disparaban por nadie y contra nadie».
I wanna Fly. Fotografia de Iwtt93

El ecosistema de Anna no son solo las hojas de su casa sino también las hojas de los vecinos de la casa de enfrente y de los amigos cercanos. Y esta no es la historia de Anna sino la historia de todos ellos. La historia del municipio del norte en el que Anna crece y la historia del sur campesino al que Anna se irá posada en una hoja. Porque ya lo dice Natalia Ginzburg con su título Todos nuestros ayeres. Esta es la historia de unas personas en un lugar y en una época. En un lugar y en una época que no eligieron vivir. En un lugar y en una época que fueron también los de la propia Natalia Ginzburg. En un lugar y una época que puede recordar a otros lugares y otras épocas. Porque esta es la historia de todos, de los ayeres de ellos y de los ayeres nuestros. De un ayer que puede ser hoy y que será mañana. Y de personas que viven un ayer, un hoy y un mañana. Personas que se irán y a las que otras sucederán. Otras que serán distintas y a la vez tan parecidas.
«y se asombraba de que los ojos de los hombres pasasen sobre las cosas sin dejar huella, sobre aquella campiña verde y rumorosa se habían posado miles y miles de ojos de gente muerta».
Natalia Ginzburg escribe desde una aparente distancia, casi pareciera que con desapego y desde la desafección. Con una deliciosa ironía, también. Y posando sus ojos de insecto en mil detalles cotidianos que convierte en únicos. Sus personajes son como su prosa, aparentemente sencillos. A veces no alcanzamos a entenderlos por completo pero cuando pensamos que no nos caen del todo bien se nos revela una faceta de ellos insospechada, maravillosa en su ternura y su lucidez.
«Pero dijo que todos los hombres daban pena cuando se los miraba un poco de cerca, y en el fondo uno necesitaba defenderse de aquel exceso de compasión que nacía de improviso al mirar un poco de cerca a la gente».
Pienso en las benditas casualidades, en los pálpitos lectores y en las extrañas, inexplicables y certeras conexiones literarias. Pienso en los runrunes que un día son aguijones. En los aguijones que inoculan veneno. En el veneno que produce fiebre y delirio por las escritoras de mirada única. En escritoras que hacen bandera de la sensibilidad y grandeza de lo pequeño. Y pienso en Natalia Ginzburg escribiendo un libro sobre la inevitabilidad y escribiendo, también, que nosotros somos nuestros propios carceleros y libertadores. A pesar del lugar y la época.
«Era libre quien aceptaba vivir lo que le echaran. Era libre quien convertía sus pensamientos en salvación y riqueza, no quien creaba con ellos una trampa para caer destrozado».
Empty Bench. Fotografía de Nick Page





Ficha del libro:
Título: Todos nuestros ayeres
Autora: Natalia Ginzburg
Prologuista: Elena Medel
Traductora: Carmen Martín Gaite
Editorial: Lumen
Año de publicación: 2016
Nº de páginas: 360
ISBN: 9788426403155
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Comentarios

  1. A veces pienso que en la vida hay más casualidades que causalidades. Aunque también pienso que las casualidades se deben al desconocimiento de la causa, al menos la mayor parte de las veces. Sea como sea, Natalia Ginzburg es también una de las escritoras sobre las que tengo la vista puesta hace tiempo y a la que no he leído aún por todos esos libros y autores que van apareciendo y pasando por delante. Y eso que me encanta Italia y esa época como ambientación.
    Te agradezco esta reseña porque creo que, ahora sí, me voy a decidir a leerla.
    Y puede que empiece por esta novela porque tu reseña o impresiones o sentimientos sobre el libro, me han convencido y conmovido. Tengo que saber qué le pasa a Anna.
    Un beso.

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    1. Probablemente muchas casualidades no sean tales sino que lo pensemos así por desconocer sus causas.
      No sé si este es el libro propicio para estrenarse con Natalia Ginzburg, pero esa conexión que sentí con ese otro libro de Rodoreda fue lo que finalmente me empujó a leerla. Normalmente cuando tengo autores pendientes suelo tardar en ponerme con ellos por indecisión acerca de qué libro suyo leer, así que benditas casualidades y conexiones que me han hecho descubrir a la Ginzburg. Espero que la disfrutes tanto como yo, Rosa.
      Besos

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  2. Feliz casualidad! Y con ganas me dejas de disfrutar de este libro.
    Besotes!!!

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    1. Pues espero que realmente lo disfrutes si te decides a leerlo.
      Besos

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  3. ¡Hola! Yo también tengo autores runrún, ausentes y presentes y también libros tenidos en cuenta y por siempre postergados. Esta autora es una de ellas y tu reseña me ha dejado con muchas ganas de meterme en el ecosistema de Anna. ¿Sabes? Me encanta el último párrafo que has elegido "Era libre quien aceptaba...", tanto que me lo he guardado. Siempre es un placer leerte
    Espero que esta vez el duende informático esté de mi parte, jeje
    Besos

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    1. Esta vez parece que los duendes informáticos se han portado bien ;)
      Hay párrafos y fragmentos maravillosos en este libro. Seguro que si lo lees te llevas unos cuantos.
      Besos

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  4. Fíjate que yo hubiera jurado que tú habías leído ya a Ginzburg. Es una autora que me encaja contigo una barbaridad, y veo que no estaba equivocada :D A mí esa aparente distancia de la que hablas me dejó un poco ahí... sabiendo que qué bárbaro escribe esta mujer, cómo construye, qué narradora más maravillosa... pero me faltó el pellizco. Espero dejarme envolver pronto con Las pequeñas virtudes.

    Un abrazo

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    1. Pues ya ves que aún no la había leído pero por otra parte aciertas porque sí que me pega. Es cierto que hay como una aparente frialdad pero la autora suple es 'carencia' con otras muchas cosas maravillosas.
      Ay, Las pequeñas virtudes. Casi cae ese pero me tropecé con este y ya sabes lo que pasa cuando un libro te dice léeme.
      Un abrazo

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  5. Soy uno más de los que tienen a la Ginzburg ahí, visible en el horizonte desde tiempo ha, pero por alguna razón no me he acercado.

    Me gusta que se acorte algo la distancia bajo tu mirada, curiosa, como la de una libélula que no pierde detalle.
    Un abrazo, Lorena :)

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    1. Gracias, Paco. A ver si pasito a pasito la Ginzburg y tú os vais acercando hasta llegar a encontraros.
      Otro abrazo para ti.

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  6. Espléndida reseña Lorena, con tus impresiones logras siempre intrigarme , esta vez no conocía a la autora y ya me he puesto a remediarlo buscando información y seleccionando con cual de sus libros comenzar a conocerla. Ya te iré contando.
    Abrazos.

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  7. Benditas casualidades, desde luego. No conocíamos este libro pero llama la atención y el hecho de que utilice la ironía es algo que nos encanta ver en las novelas.
    Besos

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    1. Dicen que la ironía es síntoma de inteligencia. Cuanto menos opino que muestra una capacidad de saber reírse de situaciones no siempre divertidas, lo cual creo que es echar a la vida menos hierro del que ya tiene.
      Besos

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  8. Muy interesante, Natalia Ginzburg, es como haber encontrado una amiga...., disfruto, me emociono y puedo pensar muchas cosas gracias a NG - Gracias por tus comentarios!!!

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