La avería - Friedrich Dürrenmatt
«[...] sin embargo, sí había cometido un asesinato, sin duda no por un propósito diabólico, no, sino porque se había supeditado a la irreflexión que reinaba en el mundo en el que vivía ahora el representante general de la fibra sintética hefaiston. Había matado porque para él lo más natural era arrinconar a alguien, proceder con desconsideración pasase lo que pasase. En el mundo que él recorría a toda pastilla con su Studebaker no le habría sucedido nada a su querido Alfredo, no habría podido sucederle nada; ahora bien, había tenido la fortuna de ir a parar donde ellos, a su silenciosa casa blanca [...], había aterrizado donde cuatro ancianos habían arrojado luz a su mundo con el rayo puro de la justicia que iba acompañada por su séquito [...]».
«El pueblo a cuyas afueras se encontraba el taller era acogedor, desparramado en unas colinas boscosas, con su iglesia en lo alto de un cerro, su casa parroquial y su antiquísimo roble protegido con imponentes aros de hierro y sólidos refuerzos». Era un lugar pintoresco, como de cuento de hadas. Así lo sentiría el incauto Alfredo esa noche que se aproximaba cuando, de tanto en tanto, observara el paisaje desde alguna de las ventanas de la casa a la que dirigía ahora sus pasos. En ella vivía un anciano, que lo invitó despreocupado a pasar allí la noche y rápidamente le instó a pasar la velada con él y unos amigos que estaban al caer. El comercial textil, aun sintiendo tener que renunciar a sus planes de buscar un ligue de una noche en el pueblo, no quiso ser descortés, así que aceptó la invitación.
El anfitrión, antaño juez, había invitado a cenar a tres amigos también jubilados: un viejo fiscal, un viejo abogado defensor y un viejo verdugo. Los cuatro acostumbraban a reunirse y se divertían llevando a cabo representaciones teatrales en las que cada uno interpretaba su antigua profesión. Desde que llevaban a cabo tales pantomimas se habían sentido rejuvenecer. El aburrimiento al que les había condenado la jubilación en un pueblo en el que no había «nada de nada, sólo el viento enloquecedor de los Alpes, el foehn, eso es todo» les había marchitado, pero el acicate para el intelecto que sus teatrillos suponía, amén de la falta de límites que el fingimiento les procuraba y que no hubiera sido posible en un juicio real, les había hecho florecer.
Lógicamente, para la interpretación de aquella noche faltaba un acusado, por lo que los doctos ancianos no dudaron en ofrecer tal ilustre papel a su invitado, el cual, entre divertido y extrañado, aceptó sin pensárselo dos veces. Y así, en un ambiente entre relajado e inquietante se fueron sucediendo los platos de un fastuoso festín junto a las disquisiciones más disparatadas: los platos más deliciosos, los quesos más exquisitos, los mejores vinos para los paladares más finos, la compañía más hilarante por parte de unas dignidades cuyo comportamiento se tornaba por momentos zafio y grotesco, el más opíparo de los banquetes en un salón en el que se había instalado el reino de la fraternidad y la armonía, la noche cayendo afuera sobre ese escenario que a Traps le parecía de cuento y en el que solo la luna, como una «una fina guadaña», se atrevió tímidamente a ofrecer una sombra amenazante.
«El vino lo había dejado torpe y sereno, disfrutaba en aquella compañía que comprendía lo que significaba ser uno mismo, no tener ningún secreto porque ya no era necesario, que te dignificaran, que te veneraran, que te amaran, que te comprendieran, y el pensamiento de haber cometido un asesinato lo convencía cada vez más, lo conmovía, transformaba su vida, la volvía más grávida, heroica, valiosa. Ese pensamiento lo llenaba de verdadero entusiasmo. Él había planeado y ejecutado el asesinato —se imaginó ahora— para salir adelante, pero en realidad no por motivos profesionales ni por motivos económicos, no por el deseo de tener un Studebaker, por ejemplo, sino —y esta era la expresión correcta— para ser una persona esencial, una persona más profunda, tal como intuía él ahora —al límite de su capacidad pensante—, dignificado por la veneración y por el amor de unos hombres sabios, estudiosos [...]».
Tuve yo la fortuna de ir a para a este librito, a esta obrita —en diminutivo por su extensión, que no por su contenido e indiscutible calidad—, a esta delicatessen, a esta, en suma, joyita. Llegué siguiendo —por ese puro azar que es la confluencia de un lugar y un tiempo determinado, por ese otro azar dirigido por los algoritmos facebookianos— las indicaciones de Ana Blasfuemia en este post. Llamaba allí Ana la atención sobre la sensación que tenía de que este libro había pasado desapercibido por los perfiles más literarios de las redes sociales, así como por la blogsferia literaria y no me queda otra que compartir su sensación. Nada sabía de este libro hasta que me topé con la recomendación de una lectora tan a tener en cuenta como es Ana Blasfuemia. Nada he vuelto desde entonces a saber de él (es decir, nada me ha vuelto a llegar de él sin yo buscarlo deliberadamente). Asimismo, Friedrich Dürrenmatt (1921-1990), su autor, era todo un desconocido para mí, así como me temo lo es para la mayoría de lectores, al menos por estos lares. A poco que se tenga curiosidad sobre él se puede averiguar que el escritor suizo en lengua alemana además de dedicarse a las letras fue pintor, que entre las novelas que escribió destacan aquellas con tinte policiaco y que está muy considerado como autor teatral. Curiosamente, sin saber nada de esto, cuando supe de este libro que os traigo hoy por el citado post de Ana Blasfuemia, vete a saber por qué inescrutables caminos, mi mente me llevó hacia el relato de Mark Twain El hombre que corrompió Hadleyburg que leí hace ya cinco años como parte del libro que contiene varias obras del escritor estadounidense La decadencia del arte de mentir. Esa otra joyita firmada por Twain me pareció en su momento muy adaptable teatralmente, afirmación esta por mi parte completamente arriesgada, pues ni acostumbro a leer obras teatrales ni a prodigarme por patios de butacas.
Lugar de reunión de un Reych de la Schlaraffia. Fuente: arte Postkarte. Trabajo en dominio público. |
«Y voy a proceder con justificación, pues se trata de un asesinato perfecto, un asesinato bello. Podría parecer que nuestro querido perpetrador lo llevó a cabo con cierto cinismo despreocupado, pero en mi opinión no hay nada más alejado de la verdad; es necesario tildar su acción de «bella» en un doble sentido: tanto desde un punto de vista filosófico como en un sentido técnico y virtuoso: y es que en nuestra tertulia, estimado amigo Alfredo, se ha renunciado al prejuicio de ver en el crimen algo feo, algo terrible, y de contemplar en la justicia, en cambio, algo bello, si bien tal vez, una belleza terrible. No. Nosotros reconocemos la belleza incluso en el crimen, como condición previa que hace posible la justicia. Dicho sea esto por la parte filosófica. Dignifiquemos ahora la belleza técnica de ese crimen».
El título de esta novela hace referencia no solo a la avería que sufre el Studebaker que tan orgullosamente conduce ese hombre cuya profesión el autor de esta obra eligió con premeditación y tino, a la avería de ese automovil de alta gama que por conseguirlo tanto ha trabajado ese representante general de fibra sintética, que tanto cree merecerse. El título de esta novela hace fundamentalmente referencia a una especie de avería, de tara moral de la sociedad según la cual Traps no sería «un delincuente, sino una víctima de la época, de Occidente, de la civilización que, ¡ay!, estaba perdiendo cada vez más la fe, la cristiandad, lo universal [...], una civilización ésta caótica en la que el individuo había perdido el norte, y como consecuencia se había originado desconcierto, falta de disciplina, la ley del más fuerte y la falta de una moral verdadera». Como concluye la primera y brevísima (y más un prólogo en sí misma que parte de la historia en sí) de las dos partes de las que consta esta novela: «Es a este mundo de las averías al que nos conduce nuestra carretera. En sus polvorientos arcenes, junto a las vallas publicitarias con anuncios de zapatos Bally, de Studebaker, de helados, y junto a las estelas conmemorativas de las víctimas de accidente, sigue habiendo alguna historia posible donde la humanidad se mira todavía en el espejo de una persona normal, donde la mala suerte se extiende sin querer hacia lo universal, donde se hacen visibles los platillos de la balanza de la justicia, quizás también de la clemencia vista por casualidad, reflejada en el monóculo de un borracho».
La avería es una historia en la que los miembros de la humanidad podemos mirarnos en el espejo de una persona normal como es la representada por el personaje de Alfredo Traps, en la que aterrizar no «donde cuatro ancianos habían arrojado luz a su mundo con el rayo puro de la justicia», tal y como reza la cita con la que he abierto esta entrada, sino donde un autor con una lucidez, una agudeza y un sentido del humor encomiables, como fue Friedrich Dürrenmatt, arrojó luz a su mundo, que sigue siendo el nuestro, dejando así al descubierto sus sombras más difusas a la vez que delatoras. Su lectura es plenamente disfrutable, nada farragosa. Es divertida, absurda, enteramente convincente y creíble. Es un plato selecto, sabroso, que más que empalagar deja un regusto amargo, lo cual es parte de su encanto. Es una vianda digna de servirse en ese banquete con el que el anciano juez agasaja a sus invitados en esa casita de ese pueblito de cuento de hadas desparramado en las faldas de esas encantadoras montañas. Y eso es, un único plato. Lo suficiente para no hartarnos, indigestarnos y embriagarnos. Lo necesario para saciarnos y dejarnos paladear lentamente cada uno de los ingredientes de alta calidad con los que ha sido elaborado, para que degustemos con deleite todos esos inesperados por reconocibles sabores con los que nos vayamos encontrando.
«Siempre se acaba encontrando un delito».
Porque nadie es completamente inocente.
Me alegra que hayas explicado el título del libro
ResponderEliminarCreo que es muy significativo. Por eso he querido explicarlo.
EliminarUn abrazo
Tengo pendiente este libro, tu reseña me hace adelantar el turno. ¡Gracias!
ResponderEliminarEs una joyita y me alegro de no haberla condenado al limbo de las lecturas pendientes. Espero que la disfrutes.
EliminarUn saludo
Qué interesante parece esta novela y cómo me ha gustado saber de Ana Blasfuemia. Desde que dejó de aparecer en el blog, no sé de ella. Me he metido en la página de Facebook que enlazas, pero veo que no tiene posibilidad de solicitar amistad ni de seguirla. Trataré de estar atenta para ver las cosas que publica.
ResponderEliminarEso de que el protagonista caiga en ese juego con abogado defensor, fiscal, juez y verdugo resulta un poco escalofriante. Seguro que de algo lo encuentran culpable y, al parecer, ya se siente autor de un asesinato. Aunque el autor haya escrito novelas de tinte policíaco, seguro que no son policíacos al uso y tu recomendación y la de Ana me animan mucho a hacerme con él.
Un beso.
Yo es que soy amiga de Ana en Facebook desde hace ya años. Ni idea de que ahora no había opción de seguirla allí. Está en Insta también. Lo único que yo por las redes me paso menos, con más prisa y por tanto más por encima, pero, como siempre me llama la atención lo que Ana lee y solemos ser afines en cuanto a lecturas, cuando me encuentro con algo suyo a veces me paro a leerla. En cuanto al blog, creo recordar que lo quité de la lista de los que sigo porque llevaba mucho tiempo sin actualizarlo y antes hacía limpieza de vez en cuando y eliminaba a los que llevaban más de un año sin publicar. Pero alguna vez que me ha dado por pasarme he podido comprobar que publica allí los mismos textos que en Facebook. Son reseñas más breves que las de antes, pero con un estilo similar. Ana siempre se ha tomado sus tiempos. Ella tendrá sus motivos. Aparece y desaparece. Por eso yo la llamo mi guadianera.
EliminarEn cuanto a este libro, como digo, me ha parecido una auténtica joyita y no puedo más que animarte a que lo leas. No sé como serán las novelas policíacas de Friedrich Dürrenmatt, pero no me importaría aventurarmen con alguna.
Besos
Pues yo no he quitado el blog de Ana de los que sigo y hace mucho tiempo que no recibo notificación. Miraré a ver.
EliminarConocía a FRIEDRICH DÜRRENMATT como teórico del drama, concretamente en línea sucesoria del teatro épico de Bertolt Brecht. De su teatro sí que he visto representado algún título, ahora mismo creo recordar 'La visita de la vieja' y me suena bastante 'Tito Andrónico' aunque lo mismo confundo el autor (y no estoy pensando en Shakespeare, que conste). De su narrativa poco o nada; digo que quizás algo haya caído en mi época -¡ya tan lejana!- de estudiante de literatura, pero no clo creo porque algo habría quedado en mi memoria.
ResponderEliminarTomo nota de este título que me parece muy atractivo o de cualquier otro de este alemán. Muchas gracias por traerlo, Lorena.
Un beso
...de la vieja dama', perdón (ja, ja)
EliminarVeo que como aficionado al teatro que eres conocías ya a este autor. Qué bien. Me da que tanto en teatro como en novela siguió una línea característica y similar, así que, si te ha gustado esa visita sea de la dama o sea de la vieja, seguro que lo disfrutas también en el papel.
EliminarGracias a ti por contarnos tu experiencia con Dürrenmat en su vertiente teatral.
Besos