Orlando. Una biografía - Virginia Woolf

«Vida, vida, ¿qué sois? ¿Luz u oscuridad, el delantal de paño del lacayo o la sombra del estornino en la hierba?»

La llamaban Vita. Se llamaba Victoria Mary. La conocemos como Vita Sackville-West. Nos suena su nombre por haber sido amante de Virginia Woolf. Pero la ilustre escritora británica no fue la única amante —y probablemente ni siquiera la más importante— de la algo menos ilustre también escritora británica que nos ocupa, amén de lo injusto que es el hecho de que sus amoríos extramatrimoniales hayan sido lo que más ha trascendido de ella con el paso del tiempo. De Vita hay que decir que fue poeta y jardinera reputada porque Vita amaba la poesía y la naturaleza. También amaba a su marido, Harold Nicolson. Ambos, así como Virginia y su marido Leonard Woolf, pertenecían al círculo de Bloomsbury, grupo de intelectuales británicos de la época que, entre otras cosas, creían en la libertad sexual y el amor libre. 

Conocemos, pues, a Vita Sackville-West por haber sido amante de Virginia Woolf, pero, probablemente, la amistad entre ambas, que continuó tras el idilio, haya sido más importante que este. No me queda otra, tras la lectura del libro que os traigo hoy, que pensar así. No me queda otra, tras leer Orlando, que estar convencida que el afecto sincero, la admiración y la complicidad fue un vínculo más duradero entre ellas que la atracción sexual. Orlando es un regalo para Vita Sackville-West y un juego para Virginia Woolf. Cuando la segunda le cuenta a la primera las intenciones que le rondan por la mente, esta le responde en carta fechada a 11 de octubre de 1927: «Bendito sea Dios, Virginia, nunca he estado tan contenta y aterrorizada como con la idea de verme reflejada en la forma de Orlando. Qué divertido para ti. Qué divertido para mí». Su hijo, Nigel Nicolson, se referiría años después a esta obra de Virginia Woolf como «la carta de amor más larga y encantadora jamás escrita».

Orlando no solo fue divertida para Virginia Woolf, que la escribió, y para Vita Sackville-West, que la inspiró y recibió. Sigue siendo divertida para quien la lee casi cien años después, pues está cargada de encantadora ironía. Sin embargo, no es un divertimento baladí, sino que, debido a las reflexiones que contiene, es un divertimento de alto nivel y, debido a la imaginación que derrocha, es un divertimento de altos vuelos.

Orlando personaje es Vita Sackville-West, pero Orlando obra literaria no es una biografía de Vita Sackville-West, como podría llevar a pensar su título completo: Orlando. Una biografía. Se trata de una novela que, partiendo de hechos vitales y anécdotas personales de Vita, así como de su ascendencia familiar y de la mansión de Knole —la finca familiar que Vita Sackville-West no pudo heredar en la realidad por ser mujer pero que Virginia Woolf le regaló en la ficción—, urde con grandes dosis de inventiva una paseo por varios siglos en el que Orlando se transmuta de hombre a mujer con una naturalidad incuestionable, pues «el cambio parecía haberse cumplido sin dolor y por completo de tal forma que la propia Orlando no mostró sorpresa alguna. Muchos, teniendo esto en cuenta, y manteniendo que tal cambio de sexo es contra natura, se han esforzado por probar (1) que Orlando había sido siempre mujer, (2) que Orlando sigue siendo hombre. Dejemos que biólogos y psicólogos lo determinen. Bástenos a nosotros afirmar el simple hecho: Orlando fue hombre hasta la edad de treinta años, en que se convirtió en mujer, y mujer ha seguido siendo desde entonces».

Virginia Woolf deja a los biólogos y psicólogos que determinen lo que para ella no precisa determinación, así como deja en manos de los biógrafos constreñir con las biografías la identidad de los biografiados. Bien sabe que la esencia de una persona escapa a los datos biográficos, que lo que mejor la define queda a la sombra de la luz de los hechos probados. Bien sabemos los lectores —a los que apela Woolf— que no hay nada como la ficción para rozar la aprehensión de lo inexplicable. Es por ello por lo que dudo mucho que ni el más atinado de los biógrafos hubiera podido componer un retrato más fidedigno de Vita Sackville-West que el juego arrebatado de su íntima amiga. Es, precisamente, la ausencia de la torticera precisión y de los engañosos límites, lo que hace del juego, la libertad y la inventiva patrimonio de la ficción literaria algo mucho más fidedigno. Bien, como he dicho antes, sabemos esto los lectores.

La escritora Violet Trefusis mantuvo una
prolongada relación con Vita Sackville-West.
Virginia Woolf la metamorfosea en
Orlando en el personaje de Sasha.
En la imagen, en dominio público, su retrato
en óleo pintado por Jacques-Emile Blanche.
Fuente: NPG 5229.
«Pues, si bien no son estos asuntos en los que un biógrafo pueda extenderse con beneficio, es bastante evidente para quienes han hecho la tarea del lector reuniendo de meros indicios plantados aquí y allá todo el perímetro de la circunferencia de una persona viva; pueden oír, en lo que sólo susurramos, una voz; pueden ver, a menudo cuando no decimos nada sobre ello, el aspecto exacto que tenía; saben, sin una palabra que los guíe, con precisión lo que pensaba —y es para lectores como éstos para los que escribimos—; es evidente, entonces, para tales lectores que Orlando era una composición extraña de muchos humores: melancolía, indolencia, pasión, amor por la soledad».

La malagueña Pepita de Oliva fue una famosa
bailarina del siglo XIX, así como la abuela
materna de Vita Sackville-West. No podía faltar
un guiño a tan ilustre antepasado en la novela
que Virginia Woolf le regalase a su querida
amiga Vita. En la imagen, en dominio público,
litografía de la bailarina realizada por
Rudolf Hoffmann. Fuente: Eigenes Foto
einer Originallithographie der ÖNB (Wien)
Somos esos mismos lectores los que «¿no suplicamos acaso envolver en un libro algo tan difícil, tan raro, que uno podría jurar que es el significado de la vida?» Tarea imposible esta a la que solo algunos escritores de la talla de Virginia Woolf se acercan.

Orlando también duda sobre el significado de la vida en esta novela. Vita en latín es vida, y si no sabemos si la vida es luz u oscuridad, el delantal de paño del lacayo o la sombra del estornino en la hierba —tal y como reza la cita inaugural de esta entrada—, tampoco sabemos quién es Vita, tal vez porque, al igual que la vida es tanto una cosa como su opuesta, también las personas y sus vidas están compuestas por múltiples facetas muchas de ellas contradictorias y a priori irreconciliables entre sí, pero que, nuevamente por no explicarlas sino por dejarlas expresarse libremente a su voluntad, resuelven ese puzle distorsionado que todos somos.

«Dado que tenía una gran variedad de yoes a los que llamar, muchos más de los que hemos encontrado espacio para acoger, pues una biografía se puede considerar completa al dar cuenta de sólo seis o siete yoes, mientras que una persona podría bien tener hasta mil. Eligiendo, entonces, sólo entre los yoes para los que hemos encontrado espacio, Orlando podría ahora haber llamado al muchacho que cortaba la cabeza del negro; al muchacho que la volvía a colgar; al muchacho que se sentaba en la colina; al muchacho que vio al poeta; al muchacho que ofreció a la reina una fuente de agua de rosas; o podría haber convocado al joven que se enamoró de Sasha; o al cortesano; o al embajador; o al soldado; o al viajero; o podría haber querido que acudiese la mujer; la gitana; la dama; la ermitaña; la chica enamorada de la vida; la mecenas de las letras; la mujer que llamaba a Mar (queriendo decir baños calientes y fuegos vespertinos) o a Shelmerdine (queriendo decir azafranes en los bosques de otoño) o a Bonthrop (queriendo decir la muerte que vivimos todos los días) o a los tres —lo que significa más cosas de las que tenemos espacio para escribir—; todos eran diferentes y podría haber llamado a cualquiera de ellos».

Sin embargo, Virginia Woolf solo tuvo necesidad de llamar a Orlando y en Orlando vinieron amalgamadas todas las Vitas.

The Land es un largo poema narrativo escrito
por Vita Sackville-West. Asimismo, Orlando
es el/la autor/a de El roble, un poema que en
la novela de Virgina Woolf es escrito a lo largo
de trescientos años. La fotografía, de P.adkins87
y bajo licencia CC BY-SA 4.0, muestra la
cubierta de la primera edición de The Land.
Orlando es el joven torpe y amante de la soledad que es feliz tumbado a la sombra de un roble. Es el muchacho enamorado de una mujer que le deja abandonado. Es la mujer que vive como una más entre gitanos pero que añora las posesiones familiares y el abolengo aristocrático; a la cual ellos consideran como uno de los suyos, «lo que es siempre el mayor cumplido que un pueblo puede ofrecer», pero de la que a su vez recelan, pues la observan y sienten que «aquí hay alguien que duda [...]; aquí hay alguien que no hace las cosas por el hecho de hacerlas; ni mira por el hecho de mirar; aquí hay alguien que no cree ni en el pellejo ni en la cesta; sino que ve [...] algo más». La que no podía evitar interpelarse con asuntos como: «¿era la Naturaleza hermosa o cruel?», así como a continuación preguntarse «en qué consistía esa belleza; si estaba en las cosas o sólo en ella». La que descubre los privilegios y encorsetamientos de su nuevo sexo y se avergüenza y siente pena de los representantes de aquel otro al que pertenecía hasta hacía bien poco. La que parece dejarse amoldar por los ropajes que la visten cual si un disfraz determinase su comportamiento en una noche de carnaval. La que abomina del artificial vínculo del matrimonio y se casa con el convencimiento irracional que dicta el corazón. La que se lanza a una vida social que le devuelve vacío y se refugia en el solar familiar junto a sus perros para descubrir que, por mucha compañía que estos le procuren, necesita de alguien que hable y con quien poder hablar. La que tuvo la osadía de invitar a un poeta a su casa, «pues si es temerario meterse en el cubil de un león sin armas, temerario navegar el Atlántico en una barca de remos, temerario estar a la pata coja en lo alto de San Pablo, más temerario aún es irse a casa sola con un poeta. Un poeta es Atlántico y león a una. Mientras uno nos ahoga, el otro nos devora. Si sobrevivimos a los dientes, sucumbimos a las olas. Un hombre que puede destruir ilusiones es tanto una bestia como una pleamar. Las ilusiones son al alma lo que la atmósfera a la tierra. Retirad el delicado aire y la planta muere, el color se apaga. La tierra sobre la que caminamos es una carbonilla abrasada. Pisamos marga y adoquines ardientes nos queman los pies. La verdad nos deshace. La vida es sueño. Despertar nos mata. Quien nos roba los sueños nos roba la vida…» La buscadora incansable, «pues, sabe el Cielo por qué, justo cuando hemos perdido la fe en el intercambio humano, una sucesión al azar de graneros y árboles o de un almiar y un carro nos regala un símbolo tan perfecto de lo que es inalcanzable que comenzamos a buscar de nuevo». La que hizo un pacto con el espíritu de la época para no ser sepultada por él y así poder «escribir, y eso hizo. Escribió. Escribió. Escribió». El que «formuló uno de los juramentos más notables de su vida, pues lo obligaba a una servidumbre más estricta que ninguna»; el que exclamó, pues: «Mal rayo me parta [...] si vuelvo a escribir una palabra, o intento escribir una palabra, para satisfacer a Nick Greene o a la Musa. Mala, buena o indiferente, escribiré, desde este día en adelante, para satisfacerme yo», y de repente un día —ya no siendo él sino ella— descubrió la imperiosa necesidad de ser leída.

«Había pensado, entonces, en el roble aquí en su colina, y qué tiene que ver eso con esto, se había preguntado. ¿Qué tienen los elogios y la fama que ver con la poesía? ¿Qué tienen que ver siete ediciones (el libro había entrado ya en tantas) con su valor? ¿No era escribir poesía una transacción secreta, una voz que respondía a una voz? Así pues, toda esa charla y esos halagos y la culpa y el conocer a gente que la admiraba a una y el conocer a gente que no la admiraba a una era lo más inadecuado para el asunto en sí: una voz que respondía a una voz. ¿Qué podía haber sido más secreto, pensó, más lento y como el intercambio amoroso de dos amantes, que la balbuceante respuesta que había dado todos aquellos años al viejo canturreo de los bosques, y las fincas y los caballos castaños en el portón, cuello con cuello, y la fragua y la cocina y los campos, tan laboriosamente produciendo trigo, nabos, hierba, y el jardín floreciendo en lirios y fritillarias?»

Orlando se casa en la novela de Virginia Woolf con Marmaduke Bonthrop Shelmerdine, una versión romántica de Harold Nicolson, el multifacético político y diplomático que fuera esposo de Vita Sackville-West. En la parte izquierda de la imagen, fotografía extraída de Vita. The Life of V.Sackville-West by Victoria Glendinning en la que Vita posa vestida de novia el día de su boda. En la parte derecha, Harold Nicolson, cuya imagen está extraída de otra fotografía. Las fotografías de ambos cónyuges son de autor desconocido y están en dominio público.

Pero Orlando no es solo Vita Sackville-West. También se puede encontrar en sus páginas —no en personaje sino en pensamiento— a la propia Virginia Woolf. Muchos de los hilos reflexivos presentes en esta novela apuntan temas que la autora desarrollará con mayor holgura en su siguiente obra, su archiconocido ensayo Una habitación propia, el cual fue una de las lecturas que más disfruté el pasado 2022.

Intentar aprehender una obra como Orlando en una entrada de blog como esta es tarea tan condenada al fracaso como lo es pretender encapsular la esencia de una persona en una biografía. Disto mucho, además, de ser Virginia Woolf para al menos poder aproximarme a ello como ella lo hizo metamorfoseando a Vita Sackville-West en Orlando. Voy, por tanto, a tomar prestadas las palabras de la introducción de Itziar Hernández Rodilla a la edición de esta novela cuya traducción corre también a su cargo, pues me parece muy certero y conciso afirmar que esta novela «explora cuestiones como el tiempo, la historia, la literatura inglesa, la crítica y los premios literarios, el «espíritu de la época», los roles sexuales, la indumentaria como representación social y cultural, el matrimonio, la sexualidad, el imperialismo o la libertad personal; y lo hace a menudo con grandes dosis de ironía». También nos cuenta Hernández Rodilla en esa introducción que Orlando gozó de un gran éxito entre los lectores de la época y que su autora consiguió con ella muchas más ventas que con sus anteriores novelas, pero que, «en las últimas décadas, sin embargo, varios críticos y expertos en Woolf han tendido a valorar Orlando con menos generosidad que sus lectores originales. Lo tachan de fácil, de entretenimiento, le achacan una narrativa demasiado transparente, con una protagonista más cercana a la novelita sentimental que a la novela seria. Otros opinan que los temas esenciales de Woolf —la androginia, el paso del tiempo, la dedicación artística— son meramente anecdóticos en él; o lo acusan de experimento de resultado negativo, y hasta su autora escribió en su diario el 5 de noviembre de 1929 que no era más que el juego de una niña». Destaca también la traductora que la sintaxis de esta novela se aleja «de la elaborada subordinación a que Woolf acostumbraba» y que «se reduce», en cambio «a la mera acumulación de una sintaxis sencilla tras otra en larguísimas frases», largura esta con la que, por cierto, la propia Woolf llega a ironizar en un punto de esta novela. Yo leo esto y no puedo más que sonreír al pensar que ya quisieran muchas serias pretensiones literarias adultas acercarse siquiera a este juego de niños escrito por Virgina Woolf, así como que a muchos lectores actuales, más acostumbrados a la imperante sencillez en la sintaxis (y con esto no quiero dar a entender que la sencillez esté reñida con la calidad literaria, sino tan solo señalar cierta tendencia que vengo observando de un tiempo a esta parte), a muchos lectores actuales —como iba diciendo— esa 'mera' acumulación de largas frases de la que tanto he disfrutado les puede suponer un obstáculo infranqueable. En todo caso —y respecto a la opinión de los críticos y expertos— tendré que leer —y bien encantada que estoy con la idea— más novelas de Virginia Woolf —de la que hasta ahora solo he leído su mencionado ensayo y tres relatos— para formarme una idea propia.

Knole House, en Sevenoaks, Kent, una propiedad con su propia historia y que forma parte de la historia narrada en Orlando.
En la parte superior de la imagen, fotografía del exterior de Knole House de John Wilder bajo licencia CC BY-SA 3.0.
En la parte inferior, fotografía en dominio público de Nathaniel Lloyd de una vista interior de la mansión. Fuente:
viewfinder.english-heritage.org.uk

Barajé varias ediciones de Orlando antes de embarcarme en su lectura. Aunque me tentaba mucho la laudada traducción de Jorge Luis Borges, finalmente me decidí por la edición de Akal con la mencionada traducción de Itziar Hernández Rodilla por estar considerada esta más fiel al texto original de Woolf. Ahora que he dado buena cuenta de ella, he de decir que estoy muy satisfecha con mi elección y no solo por la traducción sino por la contextualización a varios niveles que ofrece su introducción, así como por la luz que arrojan las notas al texto acerca de las conexiones entre el/la ficticio/a Orlando y la real Vita Sackville-West. Y es que poco sabía sobre Vita antes de que me rondara la idea de leer esta novela. Cierto es que antes de embarcarme en su lectura tuve la curiosidad de informarme un poco sobre ella, pero poco importa ahora lo que haya averiguado. Poco importará también lo que por uno u otro camino me pueda llegar en un futuro. Para mí Vita es Orlando. No podría ser otro ni otra. Aun así, recibiré agradecida cuanto me pueda llegar sobre su persona, y no solo por el interés creciente que sobre ella me ha creado esta novela, sino porque también tengo la íntima sospecha de que todo ello no hará sino enriquecer esta lectura, así como admirar aún más este juego y divertimento ideado por mi cada vez más idolatrada Virginia Woolf.

«—He encontrado a mi pareja —murmuró—. Es el páramo. Soy la novia de la naturaleza —susurró, entregándose extasiada a los fríos abrazos de la hierba mientras yacía envuelta en su capa en la hondonada junto al estanque—. Aquí yaceré. —Una pluma le cayó sobre la frente—. He encontrado una corona más verde que el laurel. Mi frente estará fresca siempre. Hay plumas de aves silvestres: del búho, de la lechuza. Tendré sueños salvajes. Mis manos no llevarán alianza —continuó, quitándosela del dedo—. Las raíces se enredarán en ellos. ¡Ay! —suspiró, apretando la cabeza voluptuosamente contra su esponjosa almohada—. He buscado la felicidad a lo largo de muchos siglos sin encontrarla; la fama y no di con ella; el amor y no lo he conocido; la vida… y, ¡véase!, es mejor la muerte. He conocido a muchos hombres y a muchas mujeres —continuó—, y no he entendido a ninguno. Es mejor que yazca aquí en paz con solo el cielo sobre mí, como el gitano me dijo hace años. Fue en Turquía».

Fue en Orlando. Allí te encontré, Vita. Quién como tú tuviera para imaginarnos una amiga como Virginia Woolf.

Me gustó esta foto de Vita Sackville-West en cuanto la vi. Si, en vez de lo que parece un Spaniel en el regazo, Vita hubiera tenido un elkhound a sus pies, podría perfectamente haberse tratado de Orlando. En un primer vistazo pensé que la escritora estaría posando tranquilamente en la intimidad de su hogar, pero la fotografía, de autor desconocido y en dominio público, fue tomada nada más y nada menos que en Monk's House, la casa de los Woolf. Tanto esta como el resto de fotografías de los álbumes de Monk's House han sido digitalizadas por la Harvard University Library.





Ficha del libro:
Introducción de: Itziar Hernández Rodilla
Traductora: Itziar Hernández Rodilla
Editorial: Akal
Año de publicación: 2018 (1928)
Nº de páginas: 296
ISBN: 978-987-46832-2-9





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Comentarios

  1. Qué casualidad. hace unos días escuché un podcast sobre Virginia Woolf y me entraron ganas de leer Orlando, aunque del libro que más se hablaba era La señora Dalloway que, por cierto, te recomiendo ya que veo que no lo has leído.
    No me parece difícil la prosa de Wolf. Aunque es cierto que cuando se lee mucho se acostumbra una a retruécanos sintácticos más o menos complejos, pero no recuerdo especial complejidad en Virginia Wolf.
    ya tenía anotado Orlando, como te digo. Ahora. a ver si le toca.
    Un beso.

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    1. Me tienen pasadas esas casualidades de irme encontrando un autor o libro determinado que ya tenía intención de leer. Me las tomo como señales de que va siendo el momento.
      No me pareció costosa la prosa de Orlando, así como tampoco la de Una habitación propia, que leí el año pasado, ni recuerdo que me la pareciera la de los tres cuentos de la autora contenidos en la edición ilustrada de Nórdica que leí hace algunos años más. Sí detecté lo mamotréticas que son algunas de las frases que utiliza Virginia Woolf en Orlando, pero nada que me dificultara su compresión ni que me hiciera perderme. Pero me llamó la atención lo que se cuenta en la introducción a esta edición sobre la mayor complejidad de la sintaxis de otras novelas de la autora y la verdad que me provocó curiosidad, así que agradezco tu opinión al respecto. De todas formas, coincido contigo en que, como todo, la lectura tiene su entrenamiento.
      Tengo en mente seguir leyendo a Woolf, tanto a La señora Dalloway, que me recomiendas, como el resto de sus novelas. También me gustaría leer algún día sus diarios. Ahora, a ver cuándo toca.
      Besos

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  2. Una entrada muy completa. Orlando es uno de mis eternos pendientes, con tu entrada ha ganado puestos en la lista. Saludos.

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    1. Me alegro de que haya subido puestos.
      Yo también tengo un montón de eternos pendientes.
      Un saludo.

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  3. Qué buen post. Me ha encantado leerte, como siempre.
    Virginia es mucha Virginia, qué genialidad. Orlando está en mi mente desde hace tiempo, como otras obras de la autora, pero siempre ando un poco con respeto a la hora de regresar a ella. Ya sabía algo de lo que había detrás de esta, no me coge por sorpresa todo lo que cuentas, aunque sí me has aportado más claridad de la que tenía. La leeré en algún momento. Y me quedo muy en mente lo que comentas de esta edición de Akal, la verdad es que no sabía cuál mirar, aunque me echaba para atrás el tema de la traducción de Borges, por lo que se dice no porque yo haya hecho comparativas ni nada, así que creo que también me inclinaré hacia la tuya.
    Ahora tengo esperando De viaje, editado por Nórdica Libros, un volumen que contiene textos de Virginia escritos mientras estaba de viaje (por primera vez traducidos al español). Me atrae mucho. Antes también quiero escuchar el programa dedicado a su vida de Un autor una hora, de Cadena Ser (los mismos que Un libro una hora, me chifla que ahora también nos hablen de autores y autoras).
    En fin, una autora y unas obras interesantes cuando menos.
    Un besote, Lorena.

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    1. Sin duda muy muy interesantes. Efectivamente, Virginia Woolf era mucha Virginia Woolf. Y, aunque no puedo opinar sobre otras ediciones, recomiendo mucho la edición de Akal de Orlando.
      Tiene muy buena pinta ese libro viajero de la autora. Ya nos contarás.
      Besos

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  4. Qué maravilla de reseña. Me la voy a guardar para leerla otra vez cuando me anime con la lectura de esta obra. Me da respeto, lo confieso. He leído a Wolf antes y la he disfrutado, aunque reconozco que siempre al principio me cuesta hacerme a su estilo. Tomo buena nota de la edición que has leído, para hacerme con ella.
    Besotes!!!

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    Respuestas
    1. Seguro que volverías a disfrutar de Virginia Woolf con esta novela.
      Besos

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  5. Tengo muchas ganas de leer esta publicación de Woolf :D

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