Lolita - Vladimir Nabokov

«Ahora creo llegado el momento de introducir la siguiente idea: hay muchachas, entre los nueve y los catorce años de edad, que revelan su verdadera naturaleza, que no es la humana, sino la de las ninfas (es decir, demoníaca), a ciertos fascinados peregrinos, los cuales, muy a menudo, son mucho mayores que ellas (hasta el punto de doblar, triplicar o incluso cuadruplicar su edad). Propongo designar a esas criaturas escogidas con el nombre de nínfulas.
Debe advertirse que sustituyo las limitaciones espaciales por las temporales. De hecho, quisiera que el lector considerara «nueve» y «catorce» como los límites –playas de aguas relucientes como espejos, rocas rosadas– de una isla encantada, reino de esas muchachas a las que denomino nínfulas, y rodeada por un mar vasto y brumoso. Entre esos límites temporales, ¿son nínfulas todas las niñas? No, desde luego. De lo contrario, los hombres capaces de penetrar ese secreto, es decir, los peregrinos solitarios, los ninfulómanos, se volverían locos».

Y «hay que ser artista y loco, un ser infinitamente melancólico, con una gota de ardiente veneno en las entrañas y una llama de suprema voluptuosidad siempre encendida en su sutil espinazo (¡oh, cómo tiene uno que rebajarse y esconderse!), para reconocer de inmediato, por signos inefables –el diseño ligeramente felino de un pómulo, la delicadeza de un miembro aterciopelado y otros indicios que la desesperación, la vergüenza y las lágrimas de ternura me prohíben enumerar–, al pequeño demonio mortífero entre el común de las niñas; pero allí está, sin que nadie, ni siquiera ella, sea consciente de su fantástico poder».

Es Humbert Humbert quien así se expresa, aunque Humbert es solo un nombre elegido por el propio Humbert para enmascarar su identidad, como tantos otros nombres tampoco corresponden en esta novela a nombres reales. El de ella sí, por supuesto. Ningún otro nombre podría sustituir al de Lolita. Lolita es real en la confesión que escribe Humbert Humbert. Lolita es un personaje de ficción en la archiconocida novela que escribió Vladimir Nabokov. «Imagíname», le pide Humbert al lector en un punto de esa novela. «No puedo existir si no me imaginas», le explica. «Trata de discernir a la liebre que hay en mí, temblando en el bosque de mi propia inquietud; y hasta sonríe un poco. Después de todo, no hay nada malo en sonreír». No, supongo que no hay nada malo en ello. Es solo que, personalmente, he sentido más ganas de llorar que de sonreír durante la lectura de este libro. 

Así que imagino a Humbert. Y es porque lo imagino que puedo imaginar a Lolita. Es porque él existe que existe Lolita. Es porque existe el verdugo que existe la víctima. Porque existen cazadores que existen presas. A Humbert le hubiera gustado mi guiño a los cazadores. Pienso que quizás incluso hubiera sonreído. Yo no sonrío. Como he dicho, tengo más ganas de llorar que de sonreír. Ganas de llorar por Lolita. Ganas de llorar en alguna ocasión por Humbert, verdugo de Lolita y víctima de sí mismo. Ganas de llorar por la belleza de este libro. Me avergüenzo de esto último.

Supongo que es más fácil imaginarnos a Humbert como un loco que como un artista. Al fin y al cabo, es un hombre de cuarenta años dominado por la lascivia que le provocan las niñas impúberes en esa edad fronteriza que recién está despertando a la pubertad. Puede que para él algunas de esas chiquillas sean una obra de arte perfecta, pero poco de artista podemos pensar que hay en un hombre adulto que babea por una niña. Y, sin embargo, relaciones desiguales entre hombres y niñas han existido en el arte, han existido a lo largo de la historia, se han dado en diferentes culturas. Cuando Nabokov escribe esta novela, allá por los primeros años cincuenta del siglo pasado, «el matrimonio y las relaciones sexuales antes de la pubertad aún son relativamente comunes en ciertas provincias del este de la India. Entre los lepchas, un pueblo que habita algunos de los valles más remotos del Himalaya, hombres de ochenta años copulan con niñas de ocho, y nadie se escandaliza por ello. Después de todo, Dante se enamoró perdidamente de su Beatriz cuando ésta tenía nueve años y era una chiquilla rutilante, pintada y encantadora, enjoyada, con un vestido carmesí... y eso ocurría en 1274, en Florencia, durante una fiesta privada en el alegre mes de mayo. Y cuando Petrarca se enamoró locamente de su Laura, ésta era una rubia nínfula de doce años que corría con el viento, el polen y el polvo, una esquiva flor de la hermosa planicie que se extiende al pie de las colinas de Vaucluse». «La estipulación del Derecho romano según la cual una niña de doce años puede casarse fue adoptada por la Iglesia y aún subsiste, de manera más bien tácita, en varios de los Estados Unidos. Y a los quince años el matrimonio es legal en todas partes. No hay nada de malo, digamos, en ambos hemisferios, en que un bruto de cuarenta años, bendecido por el cura de su parroquia y atiborrado de bebida, se quite sus prendas empapadas en sudor y se la meta hasta la raíz a su joven esposa. «En climas templados de temperatura estimulante, como los de San Luis, Chicago y Cincinnati», dice una vieja revista de la biblioteca de la cárcel, «las niñas maduran hacia los doce años de edad.» Dolores Haze nació a unos quinientos kilómetros de la estimulante Cincinnati. No he hecho más que seguir a la naturaleza. Soy el fiel sabueso de la naturaleza. ¿Por qué, entonces, este horror del que no logro desprenderme?», se pregunta Humbert.

Para ser justos con el bueno de Humbert, hay que decir que hasta que conoció a Dolores Haze, a su Lolita, fue capaz de controlar sus instintos. Nos cuenta que «sabía exactamente qué debía hacer y cómo hacerlo sin enturbiar la castidad de una niña; después de todo, una vida entera de amor a las niñas me había dado cierta experiencia; había poseído visualmente a nínfulas entre las luces y las sombras de los parques; había cruzado con paso cauteloso y bestial plataformas de autobuses urbanos atestadas de colegialas con bandoleras cargadas de libros». Lo que no había era conocido a la nínfula perfecta. Lo que no había ocurrido es que el destino se la pusiera al alcance de sus «garras angustiadas, dolientes y tímidas». «Ningún hombre logra jamás el crimen perfecto; el azar, sin embargo, puede lograrlo».

Es el azar, pues, quien pone a Lolita en las garras de Humbert Humbert. Por muchas ideas truculentas que él orquestara en su mente no podría haber imaginado crimen más perfecto que el que dio paso a su absoluto poder sobre Lolita. Hasta entonces, podían repugnarnos mucho sus pensamientos, pero no había cruzado la irreversible frontera entre la imaginación y el hecho, el umbral que dio paso a «la extraña sensación de que empezaba a vivir en un mundo completamente nuevo, un loco mundo de ensueño, en el que todo me estaba permitido». Es un peregrino, pero no de la naturaleza de ese cuerpo de estrechas caderas y pechos probablemente más incipientes en la imaginación de Humbert que a ojos de los demás, sino de su propia naturaleza. Y a su lucha entre su deseo, su instinto y las convenciones morales ha de unir ahora el dolor agazapado en Lolita y el saberse, por más que intente ignorarlo, causante de ese dolor.

Humbert narra en la novela que nos ocupa un amor de
su temprana adolescencia con una chiquilla de nombre
Annabel. El nombre de este personaje es una clara
referencia al poema Annabel Lee de Edgar Allan Poe.
Se cree que la musa de este poema fue Virginia Eliza
Clemm, prima de escritor estadounidense que a los
trece años se convirtió en su esposa. Poe contaba
entonces veintiséis.
En la imagen: dibujo anónimo de Virginia Clemm
Poe
. Fuente: eapoe.org. Trabajo en dominio público.

La relación entre Humbert y Lolita me ha recordado a la relación de chantaje y poder que se establece entre secuestrador y secuestrado. Tengo, además, la oportunidad de constatar que esta idea tiene sentido cuando descubro al mismísimo Humbert preguntándose, en relación a un famoso caso de la época en el que un hombre secuestra a una niña y se pasa casi dos años viajando con ella por los Estados Unidos y abusando sexualmente de ella, «¿Y si yo había hecho con Dolly lo mismo que Frank Lasalle, un mecánico de cincuenta años, hizo en 1948 con Sally Horner, de once?» Y es que, efectivamente, no hace falta estar encerrado entre cuatro paredes para estar secuestrado. Además, ¿a dónde se va a ir cuándo no se tiene a dónde ir? Y si todos somos muchos más vulnerables y manipulables de lo que pensamos, cómo no ha de serlo Lolita, con tan solo doce años, tan inexperta aún, tan ignorante de los códigos que han de darse en una relación sana y en igualdad. A los doce años tendemos a movernos en los extremos: o nos inhibimos para pasar desapercibidos o explotamos en el exceso. El temperamento de Lolita se ajusta más a la segunda opción. Es descarada, pizpireta, precoz, está en esa edad a la que a ninguno nos gusta que nos vean como a un niño y ensayamos por ello a ser mayores sin percatarnos de lo peligroso que en ocasiones puede resultar ese juego. Lolita desconoce las reglas del juego porque aún no es consciente de que el mundo no es como una de esas historietas que tanto le gusta leer, de que las historias de cazadores y presas no son solo cosas de los cuentos infantiles, de que quien conoce las reglas y es por tanto quien debería protegerla en ocasiones puede resultar ser también el lobo feroz del cuento. Al respecto de todo esto, cuánto mucho mejor me parece la imagen de portada de la edición que he leído de esta novela que esa otra más añeja tomada de una imagen promocional de la adaptación cinematográfica de Kubrick con esa Lolita con piruleta en la boca y mirando provocativamente sobre unas gafas de sol con forma de corazón. Qué lástima, también, que lo que comúnmente se entiende por una lolita se quede solo en la superficie e ignore la condición de víctima de la Lolita original.

Una vez que el azar sirve su nínfula en bandeja a Humbert, este inicia un viaje con su delicatessen buscando el amparo del anonimato en moteles de carretera. Tan solo se establecen durante una temporada en la que Lolita asiste a una escuela para señoritas en la cual se da más valor a alentar a las jóvenes (para horror de Humbert) a tener una dilatada vida social y a convertirlas en perfectas esposas que a su formación académica. «¡Ah, gentiles conductores que os deslizáis a través de la negrura de las noches estivales, qué escenas, qué paroxismos de la lujuria, podríais ver desde vuestras insuperables carreteras si las paredes de las confortables cabañas de los moteles perdieran sus pigmentos y se volvieran tan transparentes como cajas de cristal!» «Habíamos estado en todas partes. Pero, en realidad, no habíamos visto nada. Y ahora no puedo menos que pensar que nuestro largo viaje no hizo más que ensuciar con un sinuoso reguero de fango el encantador, confiado, soñador, enorme país que entonces, cuando lo miro retrospectivamente, no era para nosotros más que una colección de mapas de puntas dobladas, guías turísticas ajadas, neumáticos gastados y sollozos nocturnos. Porque cada noche –todas y cada una de las noches– Lolita se echaba a llorar no bien me fingía dormido».

Ese enorme país que Humbert Humbert empaña con su libido desenfrenada es Estados Unidos. Y aquí creo conveniente destacar que tanto el protagonista y narrador de esta novela como Vladimir Nabokov llegaron a los Estados Unidos procedentes de Europa. Hay un choque en ambos casos entre un viejo y un nuevo mundo que no hay que entender como choque cultural entre el continente europeo y el americano, sino, en el caso de Humbert entre una vieja y una nueva forma de entender el sexo con menores y, en el de Nabokov, como la lucha lingüística de un escritor ruso que aspiraba a ser norteamericano. Nabokov dominaba tanto el ruso como el inglés y el francés. Se dice que incluso aprendió a leer y escribir en la lengua de Shakespeare antes que en la propia. Escribió Lolita (como escribiría después otras tantas obras) en ingles y, realmente, el dominio que demuestra de ese idioma es admirable. No deja de maravillarme el virtuosismo en las letras de autores que no escribieron en su lengua materna (me vienen ahora a la mente Joseph Conrad y el brutal caso de Agota Kristof), y, aunque en este caso es cierto que Nabokov se inició en el inglés a muy temprana edad, el propio autor confiesa en un apunte sobre esta novela incluido al final de la misma que su «tragedia privada, que no puede ni debe, en verdad, interesar a nadie, es que tuve que abandonar mi idioma natural, mi libre, rica, infinitamente dócil lengua rusa, por un inglés mediocre, desprovisto de todos esos aparatos –el espejo falaz, el telón de terciopelo negro, las asociaciones y tradiciones implícitas– que el ilusionista nativo, mientras agita los faldones de su frac, puede emplear mágicamente para trascender a su manera la herencia que ha recibido».

La prosa de Humbert Humbert también es la de Nabokov, y ahí terminan las semejanzas entre personaje y autor. Es una prosa cargada de cinismo, que puede resultar pedante y que está continuamente salpicada de expresiones en francés. Oh, sí, es una prosa excelsa y maravillosa. El escritor ruso da a la estética un valor sublime y eso se nota (y se agradece, cuando de llevarte por la mente de un pederasta se trata), pero también a veces agota. De hecho, en un par de ocasiones hace que la novela decaiga, aunque en ambas ocasiones vuelve a retomar el ritmo. A Nabokov también le gustaba jugar con la sonoridad y las palabras (para quienes tengan un excelente nivel de inglés, creo que sería buena idea leer esta novela en su idioma original). La novela —cómo ya he comentado y como sabréis quienes la hayáis leído— es como otra novela en sí escrita a modo de confesión por Humbert Humbert. Incluso comienza con un falso prólogo firmado por un ficticio autor. Humbert está en prisión y narra cómo se desencadenaron los hechos que le llevaron a cometer el crimen por el que está preso. A medida que avanza la trama van cayendo pistas para su resolución. Dirigiéndose al lector como se dirige en ocasiones, Humbert llega incluso a aventurar que este ha resuelto el puzle de las pistas antes que él. No ha sido mi caso (ni probablemente el de muchos lectores). Las pistas no son sino un juego más dentro del personal universo narrativo de Nabokov. A mí me importa más lo que acontece entre Humbert y Lolita que resolver cualquier misterio (aunque no niego que una relectura de Lolita en un futuro para ahondar más en los detalles no sea tentadora, ya que es una de esas obras que contienen muchas más capas de las que en un principio aparentan tener). Además, aunque alguna pista ya ha caído, el momento en el que el lector es consciente de que se las han estado dejando coincide con el momento más confuso, delirante y obsesivo de Humbert. La prosa de esta novela se alía para presentárnoslo como un ser frío, distante, que por momentos casi parece rayar con la psicopatía, pero que también da paso a mostrar un inquietante sentimiento de culpabilidad, al que los celos y la amenaza de que su más que cuestionable relación con Lolita sea descubierta hacen caer en una especie de manía persecutoria, y que termina incluso por despertar la empatía del lector y por provocar lástima. Dudo mucho que tal perfil resista un somero análisis psiquiátrico, pero como personaje literario funciona y mucho. En todo caso, en lo que se refiera a relación entre prosa y personaje, he de destacar que lo que prevalece es el artista como esteta que hay en Humbert Humbert.

Ninfas y Sátiro, óleo de William-Adolphe Bouguereau.
Trabajo en dominio público.
El término nínfula que popularizó la novela de Nabokov
deriva de ninfa. Tanto las ninfas como los sátiros son
criaturas de la mitología griega. Las culturas antiguas
fueron mucho más laxas con las relaciones sexuales a
temprana edad y entre adultos y niños. En el lenguaje
popular tanto las ninfas como los sátiros están asociados
a mujeres y hombres de comportamiento lascivo y
desmedido apetito sexual. De hecho, los en desuso
términos médicos ninfomanía y satiromanía o satiriasis
son reveladores al respecto. De poseer las ninfas de
Bouguereau cuerpos más aniñados, seguro que Humbert
Humbert hubiera estado encantado representando
el papel de sátiro en esta obra de Bouguereau.
No he querido más que apenas adentrarme en la trama de esta novela. Para mí, hasta el momento de sumergirme en sus páginas, ha sido una gran desconocida. Sabía que es todo un icono de la cultura contemporánea y que siempre ha sido una obra controvertida, pero, amén de saber que contaba la historia de la relación de un hombre adulto con apenas una adolescente, desconocía el resto de la trama y tampoco había visto ninguna de sus adaptaciones cinematográficas. Así que, por si alguien queda por ahí que, como yo, pueda llegar virgen a esta novela, he querido brindarle la misma experiencia. 

Es Humbert quien nos cuenta la historia en todo momento. Durante gran parte de la lectura me he encontrado preguntándome ocasionalmente cómo hubiera sido esta historia de haber sido contada desde otra perspectiva, no solo cómo hubiera sido de haberla contado Lolita sino cómo hubiera sido contada tal vez por un narrador omnisciente. «Lolita, luz de mi vida», añora Humbert al inicio de esta novela. Papaíto, luz de mi muerte, podría asimismo haber pronunciado Lolita en algún punto de la misma. Por Humbert conocemos a esa niña precoz y descarada que es destrozada, pero no nos puede mostrar más porque nada más de ella sabe ya que, como él mismo llega a lamentarse, «sencillamente, no sabía una palabra acerca de la mente de mi niña querida, y, [...] sin duda, más allá de los estúpidos clichés juveniles, había en ella un jardín y un crepúsculo y el portal de un palacio: regiones vagarosas y adorables, completamente prohibidas para mí, ajenas a mis sucios andrajos y a mis miserables convulsiones. Y es que a menudo había advertido que al vivir, como vivíamos, en un mundo de mal absoluto, nos sentíamos extrañamente avergonzados cada vez que yo intentaba conversar acerca de algo que ella y una amiga mayor, que ella y uno de sus progenitores, que ella y un novio sano y de verdad, [...], habrían podido discutir con toda naturalidad [...]. ¡Ojalá Dios lo hubiera permitido! Lolita acorazaba su vulnerabilidad mediante vulgares desplantes y aburrimiento, mientras que yo, al formular mis comentarios desesperadamente inconexos, utilizaba un tono de voz artificial que provocaba dentera en los pocos dientes que me quedaban y hacía que ella me respondiera con una rudeza que imposibilitaba todo diálogo entre nosotros. ¡Oh, mi pobre niña profundamente herida!»

«Calculo que, en su forma impresa, este libro será leído en los primeros años del siglo XXI después de Cristo», vaticina Humbert Humbert sobre su confesión, y, heme aquí, en el año 23 del siglo XXI, leyéndolo. Y es que siempre es interesante y enriquecedor conocer de primera mano una obra que ha influido tanto en la cultura popular. No es una historia de amor (allá cada uno con lo que entienda por amor), ni siquiera pienso que narre una relación de incesto, como dice su sinopsis, y no creo que haya habido en Vladimir Nabokov otra intención al escribir esta novela que contar simplemente (y este simplemente encierra mucha complejidad) lo que contó. Además, él mismo me reafirma esta impresión en la nota final antes mencionada. Lolita es el monólogo de uno de los personajes más contradictorios y fascinantes de la literatura universal, el delirio de un depravado que a la vez nos regala un brutal y complejo retrato de su víctima. Y Nabokov crea esto con una calidad literaria que alcanza la cuota de arte. Por eso seguimos leyendo esta novela. Porque, como concluye el propio Humbert, «pienso en bisontes y ángeles, en el secreto de los pigmentos perdurables, en los sonetos proféticos, en el refugio del arte. Y ésta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir, Lolita mía». Concedamos que Vladimir Nabokov haya tenido que crear a Humbert para que esa niña desvalida que es Lolita alcanzara la inmortalidad.

«Un buen día, poco después de la desaparición de Lo, un acceso de abominables náuseas me obligó a detenerme en el espectro de una vieja carretera de montaña que unas veces acompañaba y otras cruzaba una carretera de reciente construcción con su población de asteres que se bañaban en la tibieza indiferente de un pálido atardecer azul, a fines de verano. Después de arrojar hasta las entrañas, o eso me pareció, descansé un rato sentado en una roca, y luego, pensando que el agradable airecillo me sentaría bien, anduve el corto trecho que me separaba del bajo pretil colocado en el lado del precipicio de aquella carretera. Pequeños saltamontes surgían entre la maleza agostada, a ambos lados de la carretera. Una nube muy leve abría sus brazos y se movía hacia otra ligeramente mayor que pertenecía a un sistema más lento y que parecía más cargado de humedad. A medida que me acercaba al amistoso abismo, adquiría cada vez más conciencia de una melodiosa unidad de sonidos que subía, como vapor, de una pequeña ciudad minera tendida a mis pies, en un pliegue del valle. Se divisaba la geometría de las calles, entre manzanas de tejados grises y rojos, y los verdes penachos de los árboles, y un arroyo sinuoso, y el rico centelleo mineral del vertedero de la ciudad, y, más allá de ésta, caminos que se entrecruzaban sobre la absurda manta formada por campos pálidos y oscuros, y, todavía más allá de todo eso, grandes montañas arboladas. Pero aún más luminosa que todos aquellos colores apaciblemente alegres –pues hay colores y sombras que parecen divertirse en buena compañía–, más brillante y soñadora para el oído que para los ojos, era aquella vaporosa vibración de sonidos acumulados que se elevaba sin cesar ni por un instante hasta el saliente de granito junto al cual me secaba la boca manchada. Y pronto comprendí que todos aquellos sonidos tenían una misma naturaleza, que eran los únicos sonidos provenientes de las calles de la ciudad transparente, donde las mujeres estaban en casa y los hombres trabajando en la mina. ¡Lector! Lo que oía no era más que la melodía de los niños que jugaban, sólo eso. Y tan límpido era el aire, que, dentro de aquel vapor de voces mezcladas, majestuosas y minúsculas, remotas y mágicamente cercanas, francas y divinamente enigmáticas, podía oír de cuando en cuando, como liberado, un estallido de risa viviente casi articulado, o el bote de una pelota, o el traqueteo de un carro de juguete; pero, en realidad, todo estaba demasiado lejos para distinguir un movimiento determinado en las calles apenas esbozadas. Me quedé de pie durante un rato escuchando desde mi elevado saliente aquella vibración musical, aquellos estallidos de gritos aislados con una especie de tímido murmullo como fondo. Y entonces comprendí que lo más dolorosamente lacerante no era que Lolita no estuviera a mi lado, sino que su voz no formara parte de aquel concierto».

Florence Sally Horner a los once años, edad que tenía en 1948 cuando fue secuestrada por el pederasta
Frank La Salle. Lolita cuenta con tan solo un año más cuando Humbert Humbert pone sus garras
sobre ella. Ambas niñas pasaron aproximadamente dos años viajando por varios estados
de los Estados Unidos bajo el yugo de sus respectivos secuestradores.
Imagen en dominio público. Fuente: https://hazlitt.net/longreads/real-lolita





Ficha del libro:
Título: Lolita
Traductor: Francesc Roca
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2006 (1955)
Nº de páginas: 392
ISBN: 978-84-339-6017-7





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Comentarios

  1. Me ha gustado pero lo has escrito demasiado largo Parece un libro no un texto creado para bloggers abrazos

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    1. Precisamente pienso que los blogs se prestan más a textos largos y a una mayor profundidad y reflexión. Para la brevedad y la inmediatez ya están las redes sociales. No obstante, soy consciente de que muchos lectores pueden considerar que mis entradas son más extensas de lo aconsejable y por supuesto que admito la crítica, pero, qué le vamos a hacer, me salen así. Podría decirse que son marca de la casa, y, teniendo en cuenta que no es la primera vez que pasas por aquí y que las veces que lo haces acostumbras a señalar la longitud de las entradas, supongo que deberías de contar con ello. Así que te agradezco por ello doblemente la visita y te pido disculpas por la extensión de mi respuesta a tu comentario. Lo que te digo: marca de la casa. No tengo remedio.
      Un abrazo

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  2. Son fantásticas tus entradas, ahora mi me gusta todo el análisis que lleva.
    Lo lita me gustó y en verdad la vi como bastante provocativa y daba batalla para nada Cómo que su fiera. Saludosbuhos! .

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    1. Sin duda una novela fascinante y sorprendente, además de un clásico muy desconocido.

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  3. Me hubiera gustado llegar también virgen a Lolita novela, pero ya había visto la película de Stanley Kubrick. Son muy diferentes. Aunque las tengo ya las dos un tanto lejanas, la Lolita de Kubrick es mayor y eso la hace menos víctima. Digamos que se la ve con más capacidad para provocar y, sobre todo, para decidir. La Lolita de Nabokov, aun descarada, es demasiado pequeña para saber bien lo que hace. La personalidad de Humbert es fascinante. Eso sí creo que se consigue en la película, aunque sin llegar a la complejidad que le da la novela. La otra adaptación, que también he visto, la de Adrian Lyne de 1997, no merece la pena. Es algo sin alma y eso que Jeremy Irons me encanta como actor, pero no puede emular al gran James Mason de Kubrick.
    Un beso.

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    1. Te entiendo. Yo también prefiero leer libro antes de ver peli para no llegar a la lectura con imágenes preconcebidas. Hay muchas películas muy buenas basadas en muy buenas novelas (no vamos a caer en el tópico de buen libro, peli mala), pero es cierto que es complicado que la película alcance la misma profundidad que el libro.
      Supongo que es complicado que una actriz de la edad de la Lolita de la novela interprete ese papel. También creo que es algo arriesgado. Amén del rechazo que podría provocar en el espectador una niña en ese papel, que en la novela, obviamente, no es tan visual. Esa Lolita de Kubrick es bastante responsable de la idea común que se tiene por una Lolita. El tener más años no exime a nadie de que lo puedan convertir en una víctima, pero es bien cierto que a mayor inexperiencia e inmadurez mayor vulnerabilidad y desprotección y, por tanto, más posibilidad de convertirse en carne de cañón.
      Humbert, sin duda, es uno de los grandes y de los más fascinantes personajes de la literatura universal.
      Besos

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  4. A Lolita llegué temprano (17 ó 18 años), la abandoné también pronto (me aburrió y no me pareció ser como lo que entre los amigos comentábamos) y volví a ella ya completamente adulto. Fue en ese momento cuando la disfruté, la entendí, la juzgué debidamente. Llegar pronto a ella fue fruto de la cultura pop(ular): sin haberla leído todo el mundo hablaba de lolitas, el nombre propio se había convertido en común; durante la adolescencia los chicos mirábamos a otras adolescentes o apenas púberes e imaginábamos encuentros con ellas al desearlas atrevidas, procaces, tal y como se decía era la Lolita del cuento pop(ular), vamos, de la novela que no habíamos leído. Cuando llegué a la novela a esa edad me pareció densa, poco excitante, filosófica en parte y... me aburrió. Fue luego, ya adulto, cuando la entendí y la disfruté. Una gran obra literaria, con un Humbert fantástico en su descripción y matices sicológicos; un gran Nabokov, siempre excelso en su manejo de la literatura.
    Luego vi la película de Kubrick y me pareció muy buena; en parte me entretuvo más que la lectura de la novela que, siempre, quizás consecuencia de mi acercamiento precoz a ella, me ha parecido excesivamente densa y algo lenta. Esto que digo no quita que me parezca buena, pero exige voluntad y buena disposición para afrontarla.
    Tras Lolita, muchos años después, leí Pálido fuego que me interesó por eso de la metaficción y también he (h)ojeado muy por encima alguno de los volúmenes de sus Cursos de literatura. Desde luego Nabokov es uno de los grandes. Le sucede con Lolita lo que a Cervantes con su Quijote que han pasado a formar parte de la cultura popular sin que quienes hablan de lolitas y quijotes hayan tenido, en muchas ocasiones, contacto con los originales literarios respectivos. Curiosamente Nabokov tiene un libro titulado "Curso sobre El Quijote" que se me antoja intersante.
    Buena Semana Santa, Lorena. Besos

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    1. De momento he saldado mi asignatura pendiente con Lolita. Espero algún día hacer lo propio con el ilustre hidalgo don Quijote de la Mancha, jeje.
      Creo que hay lecturas que si se encaran a edad temprana pueden ser un estrépito fracaso. Al menos en tu caso este no fue de suficiente envergadura para disuadirte de recomenzar la lectura de Lolita a una edad más adulta.
      A mí la lectura de esta novela no se me ha hecho densa, pero si que, como menciono en la reseña, hay un par de momentos en los que la lectura parece encallarse. Afortunadamente, en ambos casos sale del bache y, si te digo la verdad, una vez completada la lectura y valorada en su conjunto esos dos momentos apenas pesan en mi valoración sobre esta novela. Pero es cierto que Nabokov parece encantado de conocerse. Vamos, que escribe muy bien, lo sabe, se recrea en ello y se viene arriba. Por otra parte, casi casi me he hecho un curso de francés con esta novela. Pero, como la he disfrutado mucho, no me ha importado ponerle esa voluntad que dices (y efectivamente) hay que ponerle a esta lectura.
      Feliz Semana Santa para ti también, Juan Carlos.
      Besos

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  5. Wow, me ha gustado mucho esta entrada. Creo que para mi Lolita es justo lo que era para ti antes de leerla, así que creo estar aún en la posibilidad de adentrarme en la historia sin demasiada idea preconcebida más allá de las típicas superficiales (derivadas de películas o adaptaciones varias, que aunque no he visto ninguna sí resuenan bastante; e incluso, siento que también hay mucha distorsión alrededor de esta novela y de sus personajes como dejas caer...). Tu post me anima mucho a lanzarme a ella, porque confieso que he dudado en más de una ocasión de si me merecería la pena leerla o no, pero tras leerte siento que hay un mar profundo ahí donde poder navegar, que sí merece la pena adentrarse... Lo haré en algún momento. Es de esas novelas muy sonadas, pero la música que me llega es tan dispar que debería de ponerme los cascos para escucharla atentamente yo misma, como bien has hecho tú. Ya le va llegando la hora...
    Estuve a punto de ponerme con ella tras la lectura de La librería, de Penelope Fiztgerald, que la menciona. Pero no cuajó al final la intención, pero lo haré en algún momento.
    Ah, y no creo que haga falta, pero por si acaso, tus reseñas nos gustan así, tal como las haces, con todo lo que te quieras recrear y extender en ellas; es tu marca personal, como dices, es lo que hace que tu blog sea especial e interesante.
    Un abrazo, Lorena.

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    1. Gracias, Magdalena.
      Para mí Lolita, a pesar de lo sonado de su título y de para todo lo que ha dado la historia que cuenta, ha sido todo un descubrimiento. Creo que lo único que puede disuadir de esta lectura es la prosa de su autor, que para algunos será excesiva pero sin embargo hará las delicias para otros. El personaje de Humbert es fascinante. Además, en esta época en la que por fin comenzamos a sensibilizarnos con las agresiones, abusos sexuales, etc., ha sido maravilloso encontrarme con un retrato de una víctima como es Lolita escrito hace ya varias décadas. Lástima que ese retrato se haya distorsionado tanto.
      Espero que disfrutes de esta novela tanto como yo, Magdalena. Ya me contarás.
      Un abrazo

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