La hija del optimista - Eudora Welty
«—Vi a un hombre… vi a un hombre que iba disfrazado como de esqueleto, y su chica iba con un vestido largo y blanco, con serpientes en vez de pelo, ¡sujetando un ramo de azucenas…! ¡Bajando la escalera de una casa, así salían…! —Entonces volvió a echarse a llorar, poniendo toda la añoranza, o toda la ira de toda una vida en su voz y a un tiempo—. ¿Es eso el carnaval?»
Eso es el carnaval. Es un recordatorio de la vida. Con sus excesos. Con sus miserias, también. Con todo lo que de grotesco tiene.
Fay no regresa sola al hotel. La acompaña la protagonista de esta novela, Laurel, su hijastra, la hija del hombre que yace inerte en el hospital, la hija de ese optimista que da título al libro que os traigo hoy. Calificar al juez McKelva de optimista, sin embargo, no sé si es algo muy acertado. Se me ocurre que ser optimista es a veces como recorrer un camino que comienza en la ingenuidad, transita por la resignación y conformidad, y culmina en una especie de claudicación paralizante teñida de confusión e impotencia.
Cuando comienza la novela, Laurel, Fay y el juez McKelva están entrando en la consulta que el doctor Courtland tiene en Nueva Orleans. El septuagenario lleva varios días notando una molestia en un ojo y ha querido viajar allí desde Mount Salus, en Mississippi, porque conoce al doctor Courtland y a su familia de toda la vida y confía en él. Laurel decidió a última hora hacer lo propio desde Chicago, donde reside. Algo en la voz de su padre y en su manera de expresarse al comunicarle la noticia la alertó y le causó inquietud. Esa percepción de extrañeza en el comportamiento paterno continuará acompañándola durante toda la estancia de este en el hospital hasta su deceso, pues «su padre parecía por primera vez —al menos por lo que ella recordaba— un hombre capaz de admitir una mínima incertidumbre en su futuro», su padre, al contrario de como he descrito al hombre disfrazado de esqueleto, parecía no aferrarse a la vida.
Tras el fallecimiento del juez McKelva, hija y viuda retornan a Mount Salus con el cadáver. Allí las esperan vecinos y amigos para arroparlas, especialmente a Laurel, pues todos guardan un afectuoso recuerdo de Betty, su madre, y son muchos los que consideran que Fay, unos años menor que su hijastra, tan solo se ha casado con el juez McKelva para medrar. Su carácter insufrible y egoísta no causa simpatías ni en el resto de personajes de esta novela ni en sus lectores. Estos últimos seremos testigos, por obra y gracia de la aguda pluma de Eudora Welty, de la opresión bienintencionada de los lugares pequeños en los que todo el mundo se conoce. Además, durante el funeral del juez McKelva, viviremos situaciones que rayan en el esperpento y que tan solo nos sujetan la sonrisa de asomar a los labios por el patetismo que desprenden. «Allí, desamparado y en su propia casa, entre la gente que había conocido y que lo conocía desde hacía tanto tiempo, a Laurel le pareció que su padre se encontraba en ese momento en el punto más vulnerable de su existencia». Allí, desamparada en la casa que tanto amparo supuso para ella en una infancia arropada por sus padres, cuando se quede sola tras concluir el funeral, Laurel se enfrentará a los recuerdos y a los fantasmas del presente y del pasado.
No sé qué esperaba encontrar en esta novela. No sé qué esperaba encontrar en la literatura de Eudora Welty. Me acerqué a ella por curiosidad, tal vez por una especie de intento por hacerle justicia o rendirle tributo: ella, la hermana pequeña entre los grandes nombres de la literatura sureña, nombrada habitualmente junto a autores como William Faulkner, Carson McCullers o Flannery O'Connor, pero a su vez tan olvidada y desconocida. No sé qué esperaba encontrar pero algo he encontrado, probablemente más de lo que ahora mismo soy consciente (de hecho, ya he encontrado más que cuando he terminado su lectura, y al terminarla ya había encontrado más de lo que creía cuando la estaba leyendo).
El inconfundible ambiente sureño está ahí. Explota durante el funeral del juez McKelva, pero ya había dado sus conatos durante la estancia del mismo en el hospital y empezado a burbujear en la sala de espera. Los diálogos son magníficos, con réplicas ingeniosas. La prosa es sencilla pero esconde mucha profundidad y no está exenta de alguna que otra bella metáfora (para aquel que la quiera ver o descifrar) como la del pájaro que tanto perturba a Laurel cuando se encuentra sola en la casa de sus padres.
Casa de Eudora Welty en Jackson, Mississippi. Fotografía de NatalieMaynor bajo licencia CC BY 2.0. |
El duelo entre Laurel y Fay no es sino un duelo entre diferentes maneras de ver la vida, y por mucho que me encuentre más cerca de la manera de sentir de Laurel y que en algún momento Fay me haya dado pena —aunque no haya hecho nada para merecer mi compasión— no he podido evitar sentir que ambas aciertan en su posicionamiento a la vez que yerran. Fay es «una persona cuya propia vida no le había enseñado a albergar sentimientos» y que «no poseía en su interior la fuerza de la pasión o de la imaginación, y no tenía modo de apreciarla o de obtenerla de los demás. Los demás, con sus vidas, seguramente también eran invisibles para ella. Para encontrarlos, ella sólo podía arremeter contra ellos armada con sus pequeños puños y dar manotazos al azar, o escupir con aquella pequeña boca suya. No podía luchar contra una persona sensible del mismo modo que jamás podría amarla». Pero Fay, a su modo, sabe luchar de una manera de la que Laurel es incapaz. Laurel, como buena hija de optimista, en su cualidad de persona sensible tal vez está vencida de antemano. Allí, sola, en la casa, recuerda su infancia y el pasado de sus padres. Recuerda las palomas de su abuela, cómo esta la instaba a que las alimentara de su mano y ella reusaba atemorizada. Había visto el comportamiento despiadado entre las aves, sus peleas hiriéndose a picotazos, haciéndose vomitar y tragándose lo vomitado. «Así que cuando las palomas volaban bajo, ella corría a colocarse detrás de la falda de su abuela, que era larga y negra, pero su abuela siempre le decía: «¡Pero si sólo tienen hambre, como nosotros!»» Como ellas. Aunque sus hambres sean distintas, Laurel y Fay solo tienen hambre.
Laurel es viuda. A su madre ya la ha perdido y ahora es su padre quien se ha ido. Alguna vecina se congratula porque ya no tiene a nadie más a quien perder. Para Fay, en cambio, este hecho será un arma arrojadiza. Y es que, más que un libro sobre diferentes maneras de ver la vida, La hija del optimista es una novela sobre la pérdida de los seres queridos y la conciliación con los recuerdos.
«Lloró por lo que le ocurría a la vida», leo en esta novela. Que la vida suceda es el fin del optimismo, pienso ahora que vuelvo sobre esta frase. Cuando la vida se interrumpe, cuando dejan de ocurrirle cosas, todo es perfecto. «El amor se había encerrado en su perfección y allí se había quedado», «sin que nadie enturbiara aquella antigua perfección y sin que ésta pudiera enturbiar nada ya». «El pasado es [...] insensible, y jamás podrá despertar. Es el recuerdo lo que actúa como un sonámbulo. Regresará con sus heridas abiertas desde cualquier rincón del mundo, [...], llamándonos por nuestros nombres y exigiéndonos esas lágrimas a las que tienen derecho».
Es desde ese rincón del mundo que es la casa de Mount Salus en la que Laurel pasó su infancia que regresan los recuerdos a exigirle sus lágrimas. La hija del optimista es una novela melancólica, sí, por eso ni en sus momentos más cómicos me he permitido un esbozo de sonrisa. Pero también es una novela, no voy a decir optimista, pero sí con cierto escape a la esperanza, pues solo aquel que ahonda en sus recuerdos y se enfrenta a su pasado es capaz de abrirse a recibir lo que le ocurre a la vida, lo cual no deja de ser una manera muy digna de luchar.
««Pero es razonable que tengamos que cargar con la culpa de sobrevivir a aquellos que amamos», pensó. Lo mínimo que podemos hacer por ellos es sobrevivir. La idea de morir no es más extraña que la idea de vivir. Pero sobrevivir a alguien es quizás la idea más extraña de todas».
Mardi Grass, Nueva Orleans. Fotografía de acedout bajo licencia CC BY-SA 2.0. |
¡Hola!! no conocía a la autora, ni sabía que la metían entre los grandes (aunque en plan hermana pequeña, jeje) de la literatura sureña. Me gustan los duelos entre mujeres (en la ficción, claro) si están bien llevados y la trama me engancha.
ResponderEliminarMe alegra que encontraras más o menos lo que buscabas, es curioso eso que nos pasa a veces a los lectores de que con el repose de una lectura, veamos las cosas de manera diferente (siempre he pensado que las lecturas deben reposar, como el arroz, jeje). El tema que aborda la novela sí me llama y que sea una novela semi-optimista también (aunque no les hago ascos a las pesimistas, ya lo sabes)
Por cierto me he anotado tu párrafo, me ha encantado:
"ser optimista es a veces como recorrer un camino que comienza en la ingenuidad, transita por la resignación y conformidad, y culmina en una especie de claudicación paralizante teñida de confusión e impotencia".
¡Que acertadas palabras de tu cosecha propia...!!
Besos
Conste que el apelativo de hermana pequeña se lo he puesto yo (jeje) porque no se la suele mencionar cuando se habla de escritores sureños pero, en cambio, cuando se lee sobre ella la ponen a la altura de los más reconocidos. Claro que también puede ser mera impresión mía, que hasta hace unos meses no sabía de la existencia de Eudora Welty. Te contaré, además, Marian, que supe de Welty por la introducción de la autobiografía de Carson McCullers que leí a principios de año. Me encanta cuando los libros me descubren otros libros o autores. Muchas veces los ignoro, por eso de la lista interminable, pero en otras ocasiones como esta y el libro que os traigo en la próxima reseña, me mata la curiosidad.
EliminarLa novela es realmente curiosa. Realmente no sabía muy bien lo que esperaba de ella ni lo que me iba a encontrar, y creo que hasta que no la terminé no lo supe a ciencia cierta, pero, como la autora escribe muy bien y te va llevando por la historia casi sin que te des cuenta, tampoco es algo que importe mucho.
El optimismo, supongo que como casi todo, depende del estado vital en el que uno se encuentre.
Besos
Lo tenía apuntado porque había visto en algún sitio que era Premio Pulitzer, y me gusta leer todos los que puedo. No suelen defraudar. Pero tras ver esta reseña sube muchos puntos y no tardaré en leerlo. El Sur de Estados Unidos me encanta, tanto en literatura, como en la realidad. Es muy distinto a otras zonas del país y Nueva Orleans es una ciudad con mucho encanto. En Savannah hice foto de la casa de Flannery O'Connor. Era marzo por lo que el carnaval estaba muy cercano y aún había por las calles esa especie de collares de perlitas que usan en las fiestas de Carnaval y también en San Patricio que esa sí que nos pilló por allí, pero los collares de San Patricio eran verdes y los de carnaval, de colorines. Ay, perdona que me dejo llevar de la nostalgia.
ResponderEliminarLa novela tiene todo para gustarme. Ese duelo entre madrastra e hijastra, los recuerdos en la casa familiar, las pérdidas... Y conocer a una autora a la que he oído nombrar, pero de la que nada he leído.
Un beso.
Sí, los Pulitzer son uno de esos premios que acostumbran a ofrecernos buenas lecturas y en parte esto me ayudó a decantarme por este libro entre el resto de la autora. También se dice de Eudora Welty que es una excelente cuentista, hecho que me gustaría comprobar en un futuro.
EliminarYo supe de esta escritora hace poco, como le cuento a Marian, pero como me gusta ese ambiente sureño tan característico de los autores estadounidenses de esa parte del país, no ha tardado en colarse en la lista.
Funciona muy bien el contraste entre el carnaval de Nueva Orleans (el Mardi Grass, como lo llaman) y el motivo por el que los personajes han viajado a la ciudad. Y aunque tras la muerte del padre de la protagonista, esta y su madrastra abandonan la ciudad, he seguido sintiendo ese contrate y ese ambiente carnavalesco en ciertas situaciones un tanto grotescas que se dan.
No conozco Nueva Orleans, pero se me antoja que ha de ser una ciudad muy sugerente con todo ese mestizaje histórico que tiene.
Como buena amante de la literatura estadounidense que eres, Rosa, seguro que disfrutas mucho conociendo a Eudora Welty.
Besos
Los personajes me parecen estupendos. Bonitas citas♥
ResponderEliminarLo son.
EliminarLa novela ofrece muy buenas reflexiones, así que es fácil sacarle buenas citas.
Un abrazo
Lo primero que ha llamado la tención de esta novela ha sido la foto de su portada. En ella he visto que su traductor es José C. Vales de quien hace ya un tiempo -casi cinco años- leí "Cabaret Biarritz", novela algo extraña, desde luego muy diferente a otras, que me gustó mucho y que sin duda alguna te recomiendo leer si es que no lo has hecho.
ResponderEliminarDe Eudora Welty nada he leído, pero sólo saber que está en el grupo, o en la línea, de la literatura sureña americana me lleva a ella. Tomo nota de este título que me resulta muy atractivo. Estuve hace unos añitos en Nueva Orleans y ya sólo esto me lleva a leer "La hija del optimista" pues me apetece imaginar a sus personajes deambulando por el barrio francés neorleanés.
Las citas textuales que incluyes en tu reseña me llaman más y más para hacerme con esta novela. Muchas gracias por tan buena reseña, Lorena.
Muchos besos
No he leído Cabaret Biarritz, a pesar de lo que sonó cuando le dieron el Nadal hace ya varios años, pero sí he leído de José C. Vales su novela El pensionado de Neuwelke. Como traductor he leído más trabajos suyos aparte de esta novela de Eudora Welty, aunque no recuerdo ahora mismo los títulos.
EliminarLa literatura sureña suele ofrecernos buenas lecturas. Hay qué ver cuántos formidables escritores ha dado esa zona de los Estados Unidos. La hija del optimista se desarrolla más en espacios cerrados que abiertos y solo la primera de sus tres partes (son cuatro, en realidad, pero la última incluye solo el desenlace) trascurre en Nueva Orleans. Es una novela que contiene reflexiones interesantes, de ahí la calidad de las citas.
Besos
He visto este libro en varias ocasiones pero no terminaba de decidirme. Pero ahora, la próxima vez que lo vea, se va a venir conmigo, que me dejas con muchas ganas.
ResponderEliminarBesotes!!!
Espero que te guste, Margari.
EliminarBesos
¡Hola Lorena!
ResponderEliminarUy, pues me ha llamado mucho la novela. Para empezar, me gusta mucho Nueva Orleans, me encantaría ir allí. Y este tipo de libros que luego guardan más de lo que te das cuenta en un principio... ains, eso siempre se agradece. Melancólico, triste, pero con un puntito de esperanza. Me tienes vendida ;D
¡besotes!
Sí, es una novela que contiene más de lo que aparentemente parece. Espero que te guste si te animas a leerla. Y también que algunas vez puedas ir a Nueva Orleans ;)
EliminarBesos
Pues no lo conocía, pero me lo apunto. Esta editorial me gusta muchísimo. Gracias por la reseña y un abrazo, Lorena.
ResponderEliminarCierto. Impedimenta tiene un catálogo buenísimo.
EliminarOtro abrazo para ti, Rocío.
Hola.
ResponderEliminarPues no lo conocía de nada y tiene buena pinta y eso que no suelo leer este tipo de libros.
Nos leemos.
Siempre está bien salirnos de las lecturas acostumbradas.
EliminarBesos
¡Hola!
ResponderEliminarPues la verdad es que no la conocía y tampoco a la autora, pero me ha entrado curiosidad por leerla. La historia en sí parece muy interesante y que trata temas realmente muy profundos. De los dos personajes creo que Laurel me llama más la atención, sin duda debe ser una protagonista digna de conocer.
¡Un besito!
Laurel es sin duda la protagonista de la novela. Con Fay resulta más difícil empatizar, pero como personaje es magnífico.
EliminarBesos