El reino - Jo Nesbø

«Miré alrededor. ¿Qué veía?
Opgard. Una casa pequeña, un granero y unas pocas tierras baldías. ¿Qué era en realidad? Un nombre de seis letras, una familia de la que sobrevivían dos miembros. Porque, si la reduces a su esencia, ¿qué es una familia? Una historia que nos contamos los unos a los otros porque la familia es necesaria. Porque a lo largo de miles de años había funcionado como un sistema de colaboración, ¿no? Sí, ¿por qué no? ¿O había algo además de lo puramente práctico, algo en la sangre que vinculaba a los padres y a los hermanos? Dicen que no se puede vivir ni del amor ni del aire. Pero, joder, tampoco puedes vivir sin ellos. Y si hay algo que deseamos es vivir».
El reino, así llamaba a la granja Opgard el padre de los dos miembros supervivientes de la familia Opgard. 

Mamá y papá parten una tarde en el viejo Cadillac camino del hospital a ver al tío Bernard. No volverán. Ni la madre, ni el padre, ni el Cadillac. 

«Solo pensé que ahora, en esa cima del mundo, estábamos solos. Que el camino ante nosotros estaba vacío, y todo lo que podíamos ver ahora, en el crepúsculo, eran los contornos de las montañas recortándose contra el cielo anaranjado del oeste y rosado al norte y al sur. Pensé que era lo más hermoso que había visto nunca, como una puesta de sol y un amanecer a la vez».

Quien así piensa es el hijo mayor o, mejor dicho, el hermano mayor: Roy, el hermano de Carl. Claro que hay momentos en la vida en los que el punto de equilibrio cambia, los papeles se invierten y el hermano menor puede pasar a convertirse en hermano mayor y viceversa. Pero, por entonces, cuando los dos hermanos se quedan huérfanos, cuando esa ambigua imagen del horizonte preludia ese final con su correspondiente inicio, Roy, con dieciséis años, es el hermano mayor y Carl, con quince, el menor.

«Dicen que el que más se parece a papá soy yo», nos cuenta Roy. «Silencioso y equilibrado», continúa. «Bondadoso y resolutivo. Un trabajador constante que no destaca por talento alguno, pero que siempre saldrá adelante, tal vez porque no espera demasiado de la vida. Un solitario de trato agradable con la suficiente empatía para comprender los problemas de la gente, pero con la suficiente vergüenza para no interferir en vidas ajenas. Del mismo modo que papá tampoco dejaba que nadie se metiera en la suya. Decían que era orgulloso sin ser arrogante, que el respeto que mostraba por los demás era recíproco, a pesar de que nunca fue un líder en la comunidad local. Estaba encantado de cederles ese papel a los que tenían más talento y elocuencia, a los prepotentes, a los carismáticos y a los visionarios. Los Aas y los Carl. Los que tenían menos vergüenza. Porque él sentía vergüenza. Y ese rasgo sin duda lo he heredado yo».

Roy hereda de su padre la vergüenza. Eso es algo que aprende siendo demasiado joven. Curiosamente, mientras que es habitual que los hijos tardemos en detectar en nosotros mismos los rasgos de nuestros padres que menos nos gustaría compartir con ellos, Roy descubre la vergüenza antes en él que en su padre. En lo que tardará más es en averiguar que no ha sido el único en heredar cosas de ese padre. Carl también las ha heredado, aunque sigue pareciéndose más a su madre, esa mujer tan desconocida para Roy. Qué extraño es eso de ignorar tanto de quienes tenemos tan cerca. Por otra parte, nunca se llega a conocer a nadie del todo, ni siquiera a los que más creemos conocer, ni siquiera a uno mismo. «Nuestras motivaciones son tan complejas que ni nosotros mismos las comprendemos en todo su alcance».

«Yo ignoraba que en su mente hubiera tantos pensamientos sutiles, pero así son las cosas: crees que conoces a alguien como el interior de tus bolsillos, y de repente resulta que tiene facetas que desconocías por completo. Pero claro, los bolsillos, incluso los tuyos, permanecen en la oscuridad y nunca sabes lo que hay»

La cima del mundo en la que Roy y Carl se quedan solos es la montaña noruega desde la que se alza la granja Opgard. Desde allí ven alejarse por última vez el Cadillac con sus padres dentro. Casi parece macabro que Roy piense de esa escena que es lo más hermoso que ha visto nunca. La belleza de la tragedia, podríamos pensar, «la belleza de las cosas destruidas». Y es que «la escultura griega deteriorada es más hermosa porque en lo que permanece intacto vemos lo hermosa que podría haber sido, o debería haber sido, tuvo que haber sido. Y así le atribuimos una belleza con la que la realidad nunca podría haber competido».

Qué lejana esa idea de belleza de esa otra a la que se suele considerar inmaculada y pura. Qué cercana si embargo en el tiempo vital de Roy. Cuando iba a esquiar con su padre y Carl y llegaban a una bajada perfecta, con la nieve aún intacta, el padre siempre le pedía que bajara el primero, pues era el que mejor esquiaba. Él, sin embargo, rehusaba. Alegaba que «estaba precioso y no quería hollar la nieve». El padre, en cambio, no lo comprendía. Esa actitud de su primogénito le sacaba de quicio. «Decía que para llegar a alguna parte antes tienes que estropearla».

Sin duda no fue esa la única enseñanza que ese padre dejó a sus vástagos. Sin duda tampoco fue la única de ellas que les caló hondo. El padre de Roy y Carl era un hombre de fuerte personalidad (cabría preguntarse cuánta debilidad se esconde tras esas personalidades que calificamos de fuertes). Era también un hombre con cierto magnetismo, de esos a los que se puede adorar y temer a la vez. Pienso ahora si, a su manera más abierta y locuaz, Carl heredó su carisma de él. Pienso si es una de las muchas cosas que el solitario Roy heredó de su progenitor, pues, al fin y al cabo, es Roy quien nos cuenta esta historia y es él quien consigue captarnos y mantenernos a lo largo de sus más de seiscientas páginas.

El reino es una novela que por momentos puede resultar bella. Jo Nesbø sabe imprimir a su prosa en ciertos pasajes esa belleza de la corrupción. Es una belleza como la de la nieve sin hollar. Es una belleza inquietante porque nos empuja a intuir que el blanco de la nieve no va a tardar en emponzoñarse de pisadas. Es como el hielo a punto de resquebrajarse y darnos acceso al interior del bolsillo. Es una belleza gélida, fría. De hecho, el tono de Roy, el narrador, desprende en todo momento una gran frialdad. Detecto en él un cinismo que me pone alerta. Tiene también cierta dosis de humor negro (la novela es muy negra, así que no le viene mal). He llegado a plantearme incluso si la elección del narrador ha sido la correcta. Pero ha sido Roy quien me ha llevado a su antojo a lo largo de esta novela y ha conseguido llevarme hasta el final, así que supongo que está bien que haya sido él el conductor.

1976 Cadillac Coupe DeVille, fotografía de Alden Jewell bajo licencia CC BY 2.0

En Noruega, y más en la montaña, el invierno es frío. «No era tanto la sensación de la temperatura en la piel como otras impresiones sensoriales. Podía oír mejor cualquier sonido, era más sensible a la luz, como si el aire que inspiraba, ahora formado con moléculas más compactas, me hiciera sentir más vivo». El frío de esta novela es el del sudor del miedo. Como le dice el bueno del tío Bernard a Roy en una ocasión: «La ventaja de perderlo todo es que ya no te queda nada que perder [...]. Y, en cierto modo, es un alivio[...]. Porque ya nada te da miedo». Pero, mientras tanto, mientras queda algo que perder y aún no alcanzamos esa liberación que puede resultar en ocasiones tan tentadora, el miedo es lo que nos permite aferrarnos a la vida. Sentir miedo es el indicativo de que estamos vivos. Y como animales que nos sentimos amenazados, que sentimos el peligro acechando nuestro hábitat, nuestra guarida o nuestra manada, ponemos todos nuestros sentidos en alerta y todos nuestros recursos a disposición de nuestra supervivencia.

«Lo que intento decir es que la moral está sobrevalorada como motivación para los seres humanos. Y que no se valora lo suficiente la fidelidad al grupo. Transgredimos la moral para ponerla al servicio de nuestros intereses cuando sentimos que nuestra manada está amenazada. A lo largo de la historia, las venganzas familiares y los genocidios no han sido cometidos por monstruos, sino por personas como nosotros que creían actuar de acuerdo con la moral. Somos, ante todo, fieles a los nuestros y después a la moral cambiante que en todo momento nos favorece como grupo».

Perpetuarse es una forma de sobrevivir. El altruismo no es una muestra de generosidad sino una estrategia evolutiva en aras de la conservación de nuestro acervo genético. El amor y lealtad a nuestra familia no es más que amor y lealtad a nosotros mismos.

Descubrí esta novela en el blog de Rosa Berros Canuria. Aunque su autor es muy conocido, sus libros nunca me habían llamado la atención y no es, por lo tanto, un escritor al que siga. Sin embargo, algo en la reseña de Rosa me hizo pensar que esta novela me podría gustar y decidí darle una oportunidad.

El reino comienza con un prólogo espectacular. A través de una anécdota de la infancia de los dos hermanos protagonistas Jo Nesbø esboza las bases sobre las que se sentará su novela, apuntala las personalidades tanto del padre como de los hermanos, así como las relaciones entre los tres, especialmente entre Roy y Carl, y crea unas expectativas que consigue cumplir. El noruego juega fuerte pero es un jugador consumado. He de decir, no obstante, que, tras esa anécdota introductoria, al principio la novela tarda en captarme y me entran por ello dudas acerca de si su autor conseguirá cumplir la promesa que me hace con su prólogo. Una vez que consigue encarrilarme, me queda por resolver esa otra duda de si me mantendrá así hasta el final. El reino trascurre sin pausa pero sin prisa y, a pesar de ser una novela bastante extensa, afortunadamente consigue mantener el interés hasta el final y hacerlo sin altibajos.

Acostumbro a guiarme por la máxima de: lo que hagas, hazlo bien. Pues bien, Jo Nesbø lo que hace (y hace muchas cosas) lo hace jodidamente bien, por más que me joda reconocerlo (y ya me perdonaréis el lenguaje, pero estoy segura de que tanto el autor como su narrador lo aprobarían). 

Me imagino al escritor noruego rodeado de esquemas por doquier: personajes, escenas, tiempos,… Se aparecen en mi mente su mesa de trabajo, asientos, cama incluso, sin apenas un centímetro libre bajo tanto papel. O quizás lo veo como un policía obsesionado con un caso ante el panel al que ha fijado con chinchetas todas las pistas, sospechosos, personas involucradas, línea temporal, etc., que no son otra cosa, en este caso, que el organigrama de todo el entramado de su novela. Todo en El reino está perfectamente pensado, meditado, orquestado y milimetrado y, además, se nota. Lo he notado y además no he podido evitar pensar en ello durante toda la lectura. Y no digo que no esté bien que sea así, pero a mí no me gusta que se note. Pienso que cuando el lector no se percata del trabajo del escritor la lectura fluye con mayor naturalidad. Esto tal vez sea solo una gilipollez por mi parte o un reducto de romanticismo en esa persona extremadamente analítica que soy, pero es lo que hay. El caso es que a Jo Nesbø se le nota mucho ese engranaje que hay detrás de su historia, pero, aun así, su novela fluye. No me sorprendería en absoluto, además, verla convertida en película o serie, pues este libro es como el padre de Roy y Carl, «tan americano que solo podía ser noruego». Y es que me cuenta historias que me han contado y he visto muchas veces, pero, inesperadamente, consigue hacerlo sin resultar previsible. Así que, sí, me jode reconocer que he sido engañada por un embaucador, solo que he sido en todo momento consciente del engaño y por lo tanto no he sido víctima, sino cómplice necesaria, lo cual, por otra parte, es lo que siempre deberíamos ser los lectores en relación a los autores.

Entre las muchas cosas que Jo Nesbø hace y hace bien quiero destacar dos. Una son los diálogos, que están cargados de intencionalidad y con mucha miguilla que sacar. La otra es el manejo de los tiempos y la dosificación de la información. El autor va dejando caer cosas. Nosotros recogemos el guante y vamos intuyendo lo que hay detrás. Luego nos cuenta esas cosas y así podemos confirmar nuestras intuiciones. Pero no nos lo ha contado todo. Nos ha dado cierta información y con ella hemos hecho nuestras cábalas porque pensamos que no hay más que saber sobre ello. Es cuando nos proporciona toda la información que nos damos cuenta de nuestro error. Aun así, no nos ha engañado porque toda la información que nos había dado era cierta. Somos nosotros los que nos hemos engañado aunque, evidentemente, esa era su intención desde el principio. También es verdad que hay otras intuiciones con las que acertamos de pleno y son los personajes en esos casos los que juegan al autoengaño porque a veces es preferible eso a saber la verdad.

Gasolinera_DSCN4861, fotografía de Dario Alvarez bajo licencia CC BY 2.0

La novela arranca cuando Carl regresa a casa. Se fue pocos años después de la muerte de sus padres con la excusa de estudiar fuera, pero en realidad su marcha estuvo motivada por un lío de faldas. Roy se quedó regentando la gasolinera de Os, el pueblo al que pertenece la granja de los Opgrad. Su hermano regresa quince años después en plan hijo pródigo con un proyecto que pretende revitalizar la economía del pueblo. «Carl decía que quería construir un spa hotel de alta montaña que pusiera el pueblo en el mapa, que lo salvara de una muerte lenta y silenciosa. Pero ¿se daría cuenta la gente de la verdad, de que lo que en realidad buscaba era ponerse a sí mismo, Carl Opgard, en un pedestal? Porque las personas como Carl vuelven por eso; ha tenido éxito fuera, pero en su pueblo sigue siendo el calentorro que salió corriendo cuando la hija del alcalde lo plantó. Porque en ninguna parte significa tanto ser reconocido como en casa, el lugar en el que te sientes incomprendido. Y también el lugar donde te comprenden de una manera que te libera y te corroe a la vez. «Sé quién eres», decían, de un modo tranquilizador y amenazante al mismo tiempo. Lo que querían decir es que sabían quién eras en realidad. Que, aunque la mona se vista de seda, mona se queda». Y Carl es esa mona vestida de chico triunfador y exitoso que quiere vender a Os la idea de un hotel spa en la montaña nada más y nada menos que de hormigón porque el «hormigón, este hormigón, nuestro hormigón… [...] es como nosotros. Es sencillo, soporta las tormentas otoñales, el invierno, los aludes, los rayos y los truenos, doscientos años de desgaste, el huracán del siglo y los cohetes de Nochevieja. En resumen, ese material es como nosotros, un superviviente. Y porque es como nosotros, amigos, ¡es hermoso!»

En la novela hay más personajes aparte de los ya mencionados. Todo pueblo que se precie ha de contar entre sus ciudadanos con la chica popular, con la amiga envidiosa y taimada de la chica popular, con la adolescente que ensaya aires de mujer fatal, con la belleza local que se resiste a envejecer, con el comerciante de dudosos escrúpulos que ha conseguido enriquecerse, con el hombre cuya opinión todos respetan, con el policía obsesionado con un caso del pasado que no parará hasta probar sus sospechas,...

Ninguno de ellos es inocente. En el momento en el que nos dejamos llevar por nuestras motivaciones, por nuestras pasiones, todos dejamos de serlo. Somos nieve a punto de deshollarse, hielo a punto de resquebrajarse, superficie a punto de deshelarse sobre la que se corre el riesgo de resbalar. «La clave de la pasión es no poder poseer del todo a la persona que amas. En ese sentido los humanos estamos hechos de una manera muy poco práctica». Esa clave es aplicable a todo lo que amamos, lo que está por discernir es si amamos de manera voluntaria («¿No sería triste que solo pudiéramos amar lo que aman los otros?») Y esa poca practicidad es responsable de nuestros a veces dudosos y ambiguos límites, algunos de los cuales marcan un punto de no retorno.

Carl no vuelve solo. Lo acompaña Shannon, su esposa, un elemento extraño en esa familia que era de cuatro y que después fue de dos. Está por ver, pues, si los Opgard siguen siendo dos, si se convierten en tres o a saber qué pasará con ellos. Las familias es lo que tienen, para que surja una nueva ha de escindirse una preexistente. Y los pueblos como Os es lo que tienen, que actúan como familias. Todos orbitan alrededor de todos. Hay como un estancamiento, un movimiento en círculo que remueve el aire viciado. Como piensa Roy cuando un conciudadano le dice «Nos vemos»: «Por supuesto que nos veríamos, eso es aplicable a todo y a todos en este pueblo».

«Sé que te interesaban las aves de montaña. Carl llevaba al colegio plumas que tú le habías dado y nos metíamos con él por eso. [...] Esos pájaros, Roy, no paran de viajar. Creo que se llama migrar. Pero nunca van a ningún lugar donde ellos o sus antecesores no hayan estado antes, repiten una y otra vez los mismos hábitats y anidan en los mismos sitios y siempre en las mismas putas fechas. ¿Libre como un pájaro? Y una mierda. Solo nos gusta creer que es así. Damos vueltas y más vueltas al mismo puto círculo, somos aves enjauladas, salvo que la jaula es tan grande y los barrotes tan finos que no nos damos cuenta».

Lo que Jo Nesbø nos cuenta en El reino es lo que pasó antes de que Carl se fuera y lo que va a pasar tras su regreso. Pero recordemos que es Roy Opgard quien nos cuenta esta historia. Es él quien me sitúa fuera de esa jaula a contemplar esos pájaros enjaulados por sus pasiones y motivaciones. Y lo hace haciéndome disfrutar como él disfruta de su momento favorito del día. «Esas primeras horas de la mañana en la gasolinera siempre me habían encantado, estar allí cuando un pequeño pueblo amanecía a un nuevo día, cuando la gente despertaba y ocupaba su lugar en la diminuta maquinaria de nuestra sociedad. Mantener la perspectiva, intuir la mano invisible que había detrás de los acontecimientos y que conseguía que las cosas más o menos cuadraran». Es Jo Nesbø, eso sí, el que, aunque su mano no sea invisible, consigue que todo cuadre.

Turdus torquatus (mirlo capiblanco), fotografía original de yves hoebeke bajo licencia CC BY-SA 2.0






Ficha del libro:
Título: El reino
Autor: Jo Nesbø
Traductora: Lotte Katrine Tollefsen
Editorial: Reservoir books
Año de publicación: 2021
Nº de páginas: 624
ISBN: 978-84-18052-03-3
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Comentarios

  1. ¡Hola Lorena!
    es verdad que nunca llegamos a conocer a alguien del todo, ni siquiera nos conocemos a nosotros mismo y heredamos cosas tanto de nuestro padre como de nuestra madre (siempre he pensado que sería genial heredar solo lo bueno de ambos, que los rasgos peores se quedaran con ellos, pero por desgracia no es así)
    Fíjate que cuando he visto que habías reseñado esta novela y a este autor, lo primero que he pensado es que no te pegaba mucho respecto a lo que sueles leer. Pero Nesbø es de los buenos, sin duda y me alegro que lo hayas disfrutado y comparto contigo todo lo que dices sobre la forma de escribir del autor. Leí hace tiempo "Muñeco de nieve" y me gustó, por lo que no he dejado de tenerlo en mente, por más que lo haya ido posponiendo. Cuando vi la publicación de este último y supe que en principio no forma parte de saga alguna, supe también que lo voy a leer, seguro. Espero disfrutarlo tanto como tú
    Besos

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    1. Pues, sí, Marian, es una novela y un autor que a priori no me pegan, pero, ya ves, me dio que me podía gustar y decidí probar. Está bien lo de salir de vez en cuando de nuestras lecturas habituales. Y es cierto también eso de que nunca se llega a conocer a alguien completamente, así como que incluso nosotros mismos nos podemos sorprender.
      Yo también espero que te guste.
      Besos

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  2. Pues la verdad es que siempre que veo estos libros me los quedo mirando, porque tienen algo que me atrae. Creo que haré caso a tu estupenda reseña y le daré una oportunidad. Tiene una pinta más que apetecible.
    Un fuerte abrazo.

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    1. Pues si ya venías predispuesta y además te ha gustado lo que cuento en la reseña, solo te queda leerlo.
      Besos

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  3. Me alegro mucho de que te haya gustado la novela. A mí me arrastró sin remedio desde el principio. Y lo que más me gustó de ella es ese engaño al que el autor nos empuja. Como bien dices, no somos víctimas del engaño, sino cómplices. En realidad, el engaño nos lo hacemos nosotros mismos. Tomamos la información y la interpretamos como nos parece. Y nos engañamos, pero el autor en ningún momento nos miente o nos oculta información, cosa que detesto. No, sencillamente construye la historia y nos la va contando y nosotros solos nos engañamos.
    Solo había leído otro libro de Jo Nesbø con anterioridad. Era de la serie de Harry Hole y no me había dicho demasiado. Después de El reino, leí otro independiente de la serie y me ha confirmado al autor como un verdadero mago del género negro. A pesar de ese fallo que le has encontrado en el sentido de que deja que se note el engranaje de la novela. Creo que leí tan obnubilada que no me fijé en ese detalle, aunque suele ser algo que tampoco me gusta.
    Tu reseña es, como todas, muy especial y muy buena. Todas me lo parecen, pero cuando conozco el libro es cuando más puedo apreciarlo.
    Muchas gracias por la mención y por los enlaces. Me ha gustado mucho conocer tu opinión como persona que no es aficionada al género.
    Un beso.

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    1. Hay cosas en las reseñas que cuento sin contar porque siento la necesidad de hablar de ellas pero no quiero destripar la lectura a potenciales lectores. Cuando ya se ha leído el libro en cuestión, como tú en este caso, Rosa, se pueden leer esas cosas entre líneas y apreciar por tanto más detalles.
      Probablemente no sea un defecto en sí lo de que a la novela se le note el engranaje (yo lo he notado, aunque igual es mera percepción mía), pero es verdad que me gusta que una lectura parezca que se va haciendo ella a sí misma, mientras que en este caso no podía evitar pensar en todo el esquema y entramado que debía de tener Jo Nesbø montado. Por otra parte, el resultado de ese entramado funciona: la historia está bien contada, los personajes son buenos, los diálogos me han gustado mucho y, al igual que tú, valoro mucho el que el autor haya sabido hacernos cómplices y llevarnos al autoengaño. También encuentro que, si se toman individualmente, muchos de los elementos de esta novela están muy manidos tanto en literatura como en cine (la novela, como digo en la reseña, me parece muy cinematográfica), sin embargo, Jo Nesbø consigue con ellos armar una historia que no es previsible y que, aunque algunas cosas se puedan ver venir, no sabemos exactamente hacia dónde va. Vamos, que lo que es, es. La novela me ha gustado y he disfrutado su lectura, por la que soy yo la que te agradezco que me hayas hecho fijarme en ella.
      Besos

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  4. ¡Holaaa!

    Vaya reseña más completa :D
    Pues este es un autor que por supuesto he visto por ahí, a la mínima que te metes en el mundo del misterio y del thriller sale su nombre, pero realmente nunca me he animado a leer nada suyo.
    Eso sí, la ambientación en Noruega me fascina, y veo que GUAU, realmente es un autor que sabe lo que hace. Los tiempos, la ejecución, los diálogos, los personajes. Veo que todo es notable. Y además, me ha dado mucha curiosidad esa noción de belleza de la que nos hablas al principio, así como ese toque de humor negro. Ummm, tal vez ya va siendo hora de que me anime con él.

    ¡besos!

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    1. Es un autor al que conocía de nombre pero en el que realmente no me había fijado, pues no soy muy aficionada al género al que pertenecen sus libros. La historia que cuenta es muy negra, así que le viene muy bien ese toque de humor, así como el tono cínico del narrador. Y, como bien señalas, tanto la dosificación de la información, como los diálogos y el perfil de los personajes están muy bien hilvanados y ejecutados. Es una muy buena opción tanto de thriller como de novela negra.
      Besos

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  5. La leí este verano, también por recomendación de Rosa. Me gusta Roy como narrador, un auténtico antihéroe típico del género, pero en su conjunto no me llegó a convencer y me resultó demasiado fría y retorcida. Tiene humor, es verdad, pero negrísimo (lo de la noche de Fritz se lleva la palma) y el personaje de la mujer de Carl merecía otro final. Me parece que Nesbo tenía el ojo puesto en una posible y lucrativa adaptación, porque todo es más cinematográfico que literario. El caso es que le vi demasiado las costuras, me faltó autenticidad. Roy quiere parecerse al Nick Corey de 1080 almas, pero para nada. En cuanto a la ambivalencia de Carl y Roy y cómo al final todo da una voltereta insólita, si coincido que está lograda. Me daba mala espina Carl, las personas tan encantadoras y carismáticas suelen tener un envés torcido, aunque quizá lo piense porque yo soy un introvertido de libro, jaja. No creo que repita con Nesbo.
    Un abrazo.

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    1. Es curioso, Gerardo, como decantándote tú hacia el no y yo, aunque con reservas y un poco a regañadientes, hacia el sí, coincidimos bastante en nuestras apreciaciones.
      Fíjate que, precisamente por ese cinismo de Roy, tampoco pude evitar acordarme del Nick de 1080 almas en algún momento de esta lectura . No lo he mencionado en la reseña porque no me parecen dos novelas ni dos personajes equiparables, y aunque El reino me haya gustado pienso que está a años luz de la novela de Jim Thompson. También coincido contigo en destacar el personaje de Shannon. Es uno de los que más alegrías me ha procurado en esta lectura, especialmente porque lleva el peso de mucho de esos diálogos que comento me han gustado tanto.
      El resto de cosas que comentas las he señalado en la reseña. Lo que tú llamas costuras es lo que yo llamo engranaje, y tampoco me sorprendería para nada ver esta novela convertida en película o serie, pues, efectivamente, es muy cinematográfica.
      Encantada, pues, de compartir impresiones aunque no veredicto. Eso sí, a pesar de mi balance positivo, no tengo intención de repetir con Nesbø (principalmente por ese vérsele tanto el plumero), aunque, por supuesto, me reservo el derecho de decir decir Diego donde he dicho digo.
      Un abrazo

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  6. También recuerdo esta propuesta en el blog de Rosa, e igual que a ti me avivó la curiosidad por Nesbo… aunque he de confesar una cosa, a mí me gana más por el lado de la ambientación que el de la trama, manías; esos enclaves noruegos (conozco Noruega) admito que me seducen mucho, y puede que sea la mezcla entre lo idílico del entorno y lo siniestro que se cuece en tal escenario lo que me apetezca explorar, pues eso, manías muy peculiares de cada uno.

    Me ha llamado la atención lo que menciones de descubrir el engranaje tras la novela que ha desplegado Nesbo, quizás hayas entrado en el género con cierto recelo o escepticismo, y eso ha hecho que estés más alerta, ojo avizor, que en otras lecturas a las que te entregas sin reservas… pero solo son mis suposiciones, seguramente es que contigo, por matices que capta cada lector, no ha surtido efecto ese engaño al que nos entregamos con complicidad, a veces esa complicidad no termina de producirse, a mí me ha pasado.
    Otro aspecto es el de los demás personajes secundarios, los del pueblo; la chica popular, la amiga envidiosa, el comerciante rico y sin escrúpulos del pueblo, el hombre respetable, el policía obsesionado con un crimen pasado… esos clichés me escaman un poco, pero depende de la maestría del autor para que el elenco funcione y no chirríe demasiado, si bien es cierto que esto suena a adaptación holliwoodense, como apuntáis Gerardo y tú, en donde estos arquetipos son plenamente asumidos y esperados por los espectadores, pero en la literatura hay que hilar fino con ello.
    En cualquier caso, y a rebufo de tu expresión, has hecho una reseña jodidamente buena, incidiendo en aspectos que solo una buena lectora, como tú, puede abordar con criterio.
    Un abrazo, Lorena.

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    1. Es cierto que es un tipo de libro con el que no suelo animarme, pero no es menos cierto que, ya que me he animado, he ido con la mente abierta. Aun así, me he quedado con esa sensación de notar todo el entramado que hay por detrás, como si todo estuviese enfocado más a ser un producto que funciona que una obra literaria. También es cierto que muchos de los personajes son un poco arquetípicos, por eso digo que es una novela que contiene cosas muy vistas, pero, aun así, consigue con ello que la historia no sea previsible y también esos personajes llegan en algún momento a sorprender. Un punto muy favorable, en mi opinión, son los diálogos, que tienen mucha miguilla y le dan un plus y un trasfondo a los lectores a los que nos gusta que la trama tenga cierto punto reflexivo. En fin, la novela me ha gustado y me alegro de haberle dado una oportunidad. Ha sido una buena experiencia para tomarme un descanso de mis lecturas habituales. Pero me pesan esas cosillas, por lo que, con tanto autor pendiente y tantos otros a los que me gustaría volver, no tengo intención de repetir con Jo Nesbø por el momento, aunque quién sabe si en un futuro me apetezca.
      Los paisajes y la ambientación nórdica son un muy buen aliciente de lectura, no te digo que no. Pero fíjate, Paco, que he tenido durante toda la lectura la impresión de estar leyendo (incluso viendo) una historia muy americana (vamos, muy estadounidense, para ser precisa).
      Un abrazo

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