El infinito en la palma de la mano - Gioconda Belli

La que os traigo hoy es una historia por todos conocida. Hemos crecido con ella, así como nuestros antepasados. Nos la han contado y hemos contribuido a perpetuarla. Está inscrita en el DNI de nuestra cultura. Es un mito fundacional de las sociedades occidentales tal y como hoy las conocemos. Es una historia religiosa que hasta los más ateos sienten propia. Es la historia del nacimiento de la humanidad. Es la historia de nuestros padres. Es nuestra historia. Tal vez por darla, precisamente, tan por supuesta no solemos prestarle la atención que se merece.

Gioconda Belli cuenta que el germen de la novela de la que me dispongo a hablaros fue un suceso completamente casual. Esperando en la biblioteca de un familiar, quizás curioseando para matar el aburrimiento, descubrió un ejemplar que reunía varios textos apócrifos relativos tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento. Entre ellos se encontraban los Libros de Adán y Eva. La nicaragüense confiesa que siempre había sentido fascinación por la historia narrada en el Génesis, así que supongo que fue la curiosidad lo que la llevó a comenzar a leer ese texto sobre las vidas de nuestros padres primigenios. Se tomó después varios años para seguir investigando sobre la ilustre pareja. El resto de esta novela es imaginación, trabajo, talento y la hermosa mirada poética de Gioconda Belli. El resto y el todo de esta novela es la historia de Adán y Eva (y por ende la nuestra) como nunca nos la habían contado. Y es una historia fascinante, bella, enriquecedora y conmovedora.

«¿Qué escogerías tú, el saber o la eternidad?»

Eva escogió el saber, si bien es cierto que cuando hizo la elección no era consciente de estar renunciando a la eternidad. Aunque, si se piensa bien, «la eternidad no necesita del conocimiento». Una y otro son excluyentes, por tanto. «Para la vida y la supervivencia, sin embargo, el conocimiento es indispensable. Uno se pregunta y debe responderse. Sin incertidumbre, sin espanto, el conocimiento es irrelevante. ¿Qué es necesario saber si se es feliz, si no se carece de nada? La plenitud es inmóvil».

Eva no piensa en esto porque en nada piensa antes de comer el fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Tal vez solo comienza a pensar cuando la Serpiente le explica lo que significa ese árbol y lo que pasará si prueba su fruto. «Si comes perderás la inocencia y morirás», le advierte. Pero como Eva aún es inocente y no tiene conocimiento no alcanza a comprender la trascendencia de la decisión que tomará. Solo atina a inquirir que «ha visto demasiadas cosas. ¿Por qué habría de verlas si no para comprenderlas y arriesgarme a que existan? Quizás para que aceptaras que no puedes comprenderlo todo», le responderá el mítico reptil.

Ay, Eva, «a ti te culparán las generaciones por venir, pero, a medida que tu descendencia adquiera más conocimiento, recuperarás tu prestigio. En cambio nadie abogará por una triste serpiente». A esa serpiente que encarna la sabiduría y que tan maravillosos diálogos me brinda en esta novela la «convertirán en la encarnación del Mal».

Eva come del fruto. Adán comerá también. Elokim, ese dios que los creó, al que nunca han visto pero al que constantemente escuchan, ese del que sentirán que juega con ellos, los abandona y los deja en soledad, ese que, tal vez, como insinuará la Serpiente, termine siendo víctima de sus propias creaciones, los destierra del Jardín. «¿De qué estaría hecho?», llega a preguntarse la pareja. «¿De dudas también, como nosotros?» No sería de extrañar si se tiene en cuenta que Elokim los creó a su imagen y semejanza (¿o somos nosotros los que creamos a Dios a imagen y semejanza nuestra?)

Sí, terminarán por sentir que Elokim los ha dejado solos, pero la soledad, aunque tenue, ya existía en el Jardín. La plenitud no era plena. ¿Cómo explicar sino esa necesidad que se instaló en Eva de probar el fruto y adquirir el conocimiento? ¿Por qué comió Adán tras ella sino fue para seguirla y no quedarse nuevamente solo?

«La felicidad era larga y un poco cansada». «No necesitaba nada y nada parecía necesitarlo». Esa necesidad de sentirse necesario le causaba soledad. Así era como se sentía Adán en el Jardín. Así era como se sentía antes de que Eva naciera de él.

Fue un alumbramiento sin dolor, muy diferente de aquel otro del que aún no saben Eva es capaz o de aquellos otros que llevan a cabo las hembras de otras especies de animales. A Adán le maravilla, a la par que le asombra, le perturba e incluso le carcome, esa capacidad de crear vida de la que se siente excluido.

¿Será por esa capacidad que tiene Eva de crear vida por lo que Elokim la hace partícipe de su creación? ¿Para qué sino crea el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal si prohíbe comer de su fruto? ¿Sería esa su manera de hacer sentir a Eva que está ejerciendo su libertad al comerlo? ¿Sabía de antemano que tanto Adán como Eva le desobedecerían? «Elokim sabe que la Historia solo comenzará cuando usen esa libertad» y, efectivamente, así es como comienza nuestra historia.

«El Mal, el Bien, todo lo que es y será en este planeta, se origina aquí mismo: en ti, en tus hijos, en las generaciones que vendrán. El conocimiento y la libertad son dones que tú, Eva, usaste por primera vez y que tus descendientes tendrán que aprender a utilizar por sí mismos. A menudo te culparán, pero sin esos dones la existencia se les haría intolerable».

«Así nos consolamos. Algo ganamos al perder la eternidad del Jardín. Amor, lo llamamos». Amor, lo llaman. El amor como consuelo. Entre tanto que pierden, eso ganan Adán y Eva. En realidad, perder solo pierden la seguridad, aunque ese solo pesa mucho. Ganar ganan todo lo demás, eso sí, con su cara y su cruz (con su Bien y su Mal y a saber cuándo cada uno de ellos es considerado cara o cruz).

Es comer del fruto y comenzar a mirarse con otros ojos. Es verse por primera vez. Es desearse, anhelarse.

Lo que empieza como una pulsión sexual se anuda con la necesidad común de sobrevivir diariamente pero también con un deseo mutuo de protección y, a veces, por qué no decirlo, con la incomprensión.

«Adán la abrazó contra sí. Ella era más pequeña, su cuerpo más delicado. Él se preguntaba por qué. Se preguntaba si ella tendría razón al pensar que estaba con él para cuidarlo de sí mismo. A menudo él temía dejarla sola. Temía su manera de soñar, de ausentarse de su lado sin moverse. Le sorprendían sus ojos que miraban señales que para él pasaban desapercibidas y su piel que advertía, con el olfato del perro y el gato, lo que estaba por acontecer. Muchas noches, mirándola dormir, sentía ganas de despertarla y hacerle daño. No podía evitar sentir rencor por la manera peculiar con que, a diferencia de él, ella estaba conectada con la tierra, como un árbol sin raíces. Le asombraba que apenas hubiese lamentado haber comido de la fruta. Insistía en que no era ella, sino el Otro quien lo había dispuesto, y se negaba a aceptar su parte de culpa, el peligroso afán de su curiosidad».

À coeur perdu, dibujo de Félicien Victor Joseph Rops (Belgium, Namur, 1833-1898)
Fuente: colección de Los Angeles County Museaum of Art (LACMA). Trabajo en dominio público
.

Adán y Eva, ese hombre y esa mujer primigenios, son muy diferentes entre sí. Me pregunto a menudo si las diferencias conductuales entre hombres y mujeres (hablando de manera generalizada, claro está) son culturales o si, por el contrario, son innatas; si son mitos como el de Adán y Eva los que contribuyen a sustentar esas diferencias o si los mitos se limitan tan solo a fabular sobre la realidad. Supongo que no hay respuesta clara, que es algo así como la pescadilla que se muerde la cola, como ese infinito que Gioconda Belli deposita en la palma de nuestras manos.

El infinito en la palma de la mano fabula la fábula del primer hombre y la primera mujer. «Elokim ha dibujado en nosotros los símbolos con que la humanidad se entenderá a sí misma», le dirá Adán a Eva en esta nueva fábula, y lo que Gioconda Belli hace a su vez en esta novela es dibujar las palabras para que los humanos nos entendamos a nosotros mismos. Son palabras que cuentan cómo los primeros humanos se enfrentaron a la supervivencia. Son palabras que narran cómo a cada humano le llega el momento de perder la inocencia y de ser así desterrado de ese otro jardín engañosamente eterno que es la infancia.

«Quizás nunca fuimos eternos. Quizás solo ignorábamos que moriríamos. Quizás eso era el Paraíso».

Con el destierro comienza la incertidumbre, el desasosiego, la angustia. «¿Qué nos hará felices? La inquietud. La búsqueda. Los desafíos». Pero «el saber y el sufrir son inseparables». Toca «aprender a vivir sin esperar nada que no se procuraran por sí mismos». Por tanto, «vivir ¿era un privilegio o un castigo?» ¿Y cómo saciar el hambre constante? «¿Esto es lo que quieres que coma, la muerte?» «Una vez que aceptamos que había que matar para sobrevivir permitimos que la necesidad dominara nuestra conciencia, admitimos la crueldad. Y mira ahora cómo la crueldad ha venido a posarse en nuestras vidas». «¿Qué de bueno podría resultar si la vida se alimentaba de la muerte?» «¿Así sobreviviremos en este mundo, comiéndonos los unos a los otros?» ¿Hemos, pues, renunciado al Paraíso para esto? Sí.

«—Si no hubiésemos comido la fruta —dijo ella mirándolo a los ojos— yo jamás habría probado un higo, o una ostra. No habría visto el Fénix resurgir de sus cenizas. No habría conocido la noche. No reconocería que me siento sola cuando te vas, ni habría sentido cómo mi cuerpo tan frío aún en medio del incendio se llenó de calor apenas oí que me llamabas. Seguiría viéndote desnudo sin que me turbaras. Nunca habría sabido cuánto me gusta cuando te deslizas como pez dentro de mí para inventar el mar.
—Y yo no habría sabido que no me gusta que tengas hambre. Me parece cruel verte palidecer y no hacer nada por evitarlo. Yo no decidí que las cosas fueran así, Eva. Yo aprendo de lo que veo a mi alrededor.
El hombre no dijo más. Ella también calló. ¿Por qué pensarían de tan diferente manera? —se preguntó—. ¿Quién de los dos prevalecería?»

¿Qué prevalece más en nosotros: el deseo de comer del fruto del Árbol de la Vida y aspirar con ello a la apacible eternidad o el de probar el fruto del Árbol del Conocimiento y apañárnoslas nosotros solos con el Bien y el Mal?

El infinito en la palma de la mano no es una novela de amor, sino una novela sobre los deseos, dudas y miedos que han conducido, conducen y seguirán conduciendo nuestras vidas tanto individual como colectivamente. Sin embargo, sus páginas narran una de las historias de amor más bonitas que he leído jamás. No sé si es por esa especie de inocencia y candor que hay tanto en Adán y Eva, por esa verdad que hay en las cosas que se sienten y se hacen por primera vez. No sé si es por la delicadeza con la que los perfila Gioconda Belli, por esa sencillez, naturalidad y belleza en su narración, por ese decir tanto con tan poco, por ese desnudar las almas a la par que se cubren los cuerpos tras comer del fruto prohibido. Lo que sí sé es que hay pureza en estas páginas. La pureza tanto de la nobleza como de la crueldad. La pureza de lo primigenio.

«Hasta que dejaron de ser eternos no sintieron que necesitaban el uno del otro. La muerte los había obligado a otro tipo de eternidad, a crear a los que guardarían su memoria y continuarían cuando ellos partieran. Elokim había dicho que polvo eran y en polvo se convertirían. Pero también mandó que crecieran y se multiplicaran».

Gioconda Belli, como todos nosotros, es hija de Adán y Eva, es producto del crecimiento y de la multiplicación. Su relato contribuye a guardar la memoria de nuestros primeros padres y a hacerlos eternos, siendo así la suya parte de nuestra memoria colectiva. Sí, una historia por todos conocida, tal y como os anunciaba al comienzo de esta entrada; una historia mil veces contada, pero no todos saben contarla igual. Así, pues, gracias, Gioconda Belli, por tu mirada. Gracias por tu lucidez. Gracias por tu silencio, por no haber estado presente en ningún momento, por haberme dejado a solas con Adán y Eva. Espero que me hayan sentido como yo los he sentido a ellos. Ojalá que, en el rato que he pasado en su compañía, les haya paliado, aunque sea un poco, su soledad.

Paradies, óleo en madera de tilo de Lucas Cranach el Viejo (1472-1553)
Kunsthistorisches Museum (Museo de Arte de Viena). Trabajo en dominio público





Ficha del libro:
Editorial: Seix Barral
Año de publicación: 2008
Nº de páginas: 240
ISBN: 978-84-322-1249-9




Viajar leyendo autoras: con la lectura de El infinito en la palma de la mano, y tras saltarme el viaje a África del primer bimestre de este año, continúo mi participación en el club de lectura #ViajarLeyendoAutoras organizado por Isa Martínez (@MtnezIsa@readingsnorth). La iniciativa consiste en lo siguiente (copio y pego de la descripción del club facilitada por Isa en el grupo de facebook en el que se desarrolla el mismo):

Club Viajar Leyendo Autoras:
Las lecturas serán bimestrales. En enero y febrero viajaremos a África. En marzo y abril viajaremos a América. En mayo y junio viajaremos a Asia. En julio y agosto haremos el viaje especial a España. En septiembre y octubre viajaremos a Europa. Y por último, en noviembre y diciembre viajaremos a Oceanía.
Cada bimestre, a través de una encuesta, escogeremos una autora y cada uno leerá la obra u obras que decida
. Iremos comentando nuestras elecciones, compartiendo impresiones y haciendo recomendaciones.

Para este 2021, además, Isa ha decidido hacer una serie de especiales. Así, el viaje a América será de autoras latinoamericanas, el viaje a Asia un especial Japón, el viaje a España un especial clásicos y el viaje a Europa un especial premio Nobel de Literatura.

Para leer en abril y mayo han sido propuestas Ángeles Mastretta, Gioconda Belli y Marcela Serrano, siendo elegida por votación la segunda de ellas. Mi voto fue para Gioconda Belli.

Gioconda Belli
 nació en Managua, Nicaragua, en 1948. Es una multipremiada poeta y novelista. Su obra se ha traducido a más de veinte idiomas. Ha sido presidenta de PEN Nicaragua. Como activista política ha sido afín a la Revolución Sadinista.

Gioconda Belli, fotografía bajo licencia CC BY-SA 4.0
tomada por el marido de la escritora en 2009







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Comentarios

  1. ¡Hoooola!

    Guau pues que libro más interesante, mira que el mito de Adán y Eva es algo que ya conocemos todos pero por lo que veo, la autora toma esta historia y la hace suya, y sin duda le añade capas muuuy profundas y hace de toda la experiencia muy interesante. Me encantan las reflexiones que se encuentran en este libro ^^

    ¡besos!

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    1. Ha sido una muy grata sorpresa. Es una lectura muy sencilla pero que a la vez toca temas muy universales. Todo un descubrimiento.
      Besos

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  2. Pues nunca pensé que esta historia pudiera ser narrada de forma tan atractiva. Tomo buenísima nota, que no la conocía.
    Besotes!!!

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    1. Yo tampoco, Margari, pero Gioconda Belli ha conseguido que sea una historia por descubrir.
      Besos

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  3. Me parece un enfoque original de la historia bíblica. Una de esas lecturas que conmueven por su forma y a la vez invitan a pensar por su fondo, ya que plantean preguntas universales. Resulta una tentación total, ya que estamos con el tema. Además, no he leído nada de esta autora. Otro a la lista.
    Un abrazo.

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    1. Yo conocía a Gioconda Belli solo de nombre y la verdad que nunca me había planteado leer nada suyo. A pesar de tener una obra bastante extensa, al indagar en ella para escoger lectura para el club, ninguno de sus libros me llamaba suficientemente la atención hasta que di con este. No sé cómo me hubiera ido de haber elegido otro pero la verdad es que mi elección ha sido todo un acierto. Contiene una prosa sencilla y hermosa y, como bien dices, toca temas muy universales. Una delicia de lectura.
      Un abrazo

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  4. ¡Hola Lorena! Qué idea tan original ¿verdad? me he quedado con los ojos como platos leyéndote y encima esa prosa de la autora..., parece auténtica delicia.
    En fin, no sé si acabaré leyendo este libro, pero en cualquier caso me ha encantado saber de él, pero sobre todo me ha encantado saber de él por ti, a través de tus palabras
    Besos

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    1. A mí, desde luego, me lo ha parecido: muy original y cargado de delicadeza. Toda una delicia, ciertamente.
      Besos

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  5. Hola.
    No conocía de nada el libro y bueno la verdad es que no me llama el libro nada.
    Nos leemos.

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  6. Muchas veces me he preguntado si la vida tendría mucho sentido y mucho aliciente de ser eterna. ¿Seríamos capaces de disfrutar si supiéramos que siempre íbamos a estar aquí, que nada era susceptible de terminar, que todo era para siempre?
    Yo creo que la monotonía se apoderaría de nosotros y nos haría ociosos e indolentes.
    Me gustan mucho los mitos que surgen de la biblia. Nos explican nuestras miserias en las cuales se esconde nuestra grandeza. Al final es cierto, como decía una canción de mi juventud, que somos libres porque somos mortales y, añado yo, sabios (dentro de un orden).
    Un beso.

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    1. Creo que no, Rosa, pero que a la vez nos daría miedo la llegada de ese fin. Somos pura contradicción.
      Este libro es una buena muestra de que esos mitos bíblicos nos explican muy bien. Gioconda Belli además lo convierte en una lectura hermosa.
      Besos

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  7. Madre mía Lorena, ¡qué historia! También es interesante como la autora llega a ella. Me encanta cotillear bibliotecas ajenas. La verdad es que me parece una novela súper original y me ha resultado llamativo que te haya parecido la historia de amor más bonita que has leído. Me gusta todo de este libro. No lo conocía. Me has hecho un gran descubrimiento. Besos

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    1. No me atrevo a decir que es la historia de amor más bonita que he leído pero sí que la considero una de las más bonitas. A este respecto he de puntualizar dos cosas: la primera es que no considero El infinito en le palma de la mano una novela de amor; la segunda es que lo que muchas veces se concibe como historias de amor para mí más bien son historias de obsesión u de otras cosas.
      Esta novela para mí también ha sido todo un descubrimiento. Si te animas con ella me gustará conocer tu opinión, Marisa.
      Besos

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