Insumisa - Yevguenia Yaroslávskaia-Markón
«Aquí yace una insumisa, sin partido, sin Dios y sin amo».
Así nos presenta Olivier Rolin a Yevguenia Yarovslávskaia-Markón. Así concluye también su prólogo a este libro. Un prólogo hermoso, que apela a nuestra sensibilidad como lectores y a nuestro interés como miembros de la especie humana. Un prólogo que acrecienta, aún más si cabe, las ganas de leer la autobiografía de esa insumisa.
En ese prólogo el escritor francés nos dice que «un escritor no debe ser especialista en nada. Un escritor debe ser curioso, insatisfecho, escrupuloso. En estas historias de otro tiempo, de otro país, me pareció que había lecciones que aprender que hablaban de nosotros: las esperanzas, ilusiones, leyendas, mentiras y cobardías del siglo del que procedíamos. La historia del comunismo real no concierne solo a los rusos».
Así, la historia de Yevguenia Yaroslávskaia no la concierne solo a ella. La concierne a ella, evidentemente, porque, como ella misma deja constancia, «escribo esto para mí». No la concierne solo a ella porque una historia, por muy personal que sea, nunca es exclusivamente individual; una historia no se entiende por completo si se descontextualiza. Con Insumisa, no solo tenemos acceso a la autobiografía que esta mujer escribió durante su internamiento en un campo de concentración de las islas Solovkí, pertenecientes al Archipiélago Gulag soviético, sino también, además de al citado prólogo de Rolin, al posfacio en el que Irina Fliege, directora del centro de investigación e información Memorial de San Petesburgo, nos cuenta cómo descubrió este texto, así como a documentos desclasificados del extinto NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos) referentes al internamiento y sentencia de la autora de estas páginas. Entre estos últimos figura un extracto del testimonio de un guardia referente al día en el que fusilaron a Yevguenia. Rescato el siguiente párrafo:
«Me aposté en la puerta, junto al vestíbulo de la iglesia. De allí salieron escoltados los condenados a muerte y los fusilaron en el patio. Unos ocho guardias cargaron en los carros los cadáveres aún calientes, agonizantes, y se los llevaron. Si hubieran visto a los guardias: las caras desencajadas -ojos desorbitados, movimientos entumecidos-, totalmente fuera de sí. Cargaban en el carro cadáveres calientes y, como locos, galopaban con los caballos por la montaña, para librarse cuanto antes del chasquido seco de los disparos. Pues cada uno de esos disparos significaba la despedida de un alma viva de un cuerpo muerto. Dispararon durante unas dos horas. Ocho verdugos y el propio Uspenski».
No, la historia de Yevguenia no la concierne solo a ella. La historia de Yevguenia, como tantas otras (muchas de ellas anónimas y silenciadas) nos concierne a todos.
Yevguenia Yaroslávskaia-Markón (1902-1931) fue (y tomo nuevamente prestadas las palabras de Olivier Rolin para presentárosla) «hija de la burguesía intelectual judía de Petrogrado, esposa del poeta Aleksandr Yaroslavski, anarquista, ladrona, deportada a las Solovkí, condenada a muerte, ejecutada a los veintinueve años».
Abrazó desde muy joven la causa bolchevique. Siendo adolescente, avergonzada de comer bien mientras tantos conciudadanos pasaban hambre, decidió limitar su ingesta de alimentos a la ración reglamentaria. Su especie de huelga de hambre fue también su primera decepción política. Así describe esa experiencia:
«El hambre me provocaba extraños dolores de estómago, pero no desistía: ¡a fin de cuentas, muchos otros la padecían! Sin embargo, las ideas que me habían llevado a esa hambre voluntaria se volvieron cada vez más insoportables... Pensaba: si me resulta tan difícil pasar hambre a mí, que tengo las grandes ideas como alimento, ¿qué debe de ser el hambre para una persona normal y corriente, para quien el hambre no está embellecida por ningún contenido ideológico, para quien ha caído en toda esta basura revolucionaria como una mosca en la sopa? Entonces lo mandé todo al cuerno, no sin vergüenza ni remordimientos de conciencia, especialmente al principio».
Yevguenia era una mujer de principios, fiel y defensora de los mismos hasta sus últimas consecuencias. Ese era el leitmotiv de su vida. Muestra de ello es que menciona la pérdida de sus dos pies en un accidente ya avanzada su autobiografía y, además, restándole importancia al asunto. Era extrema, radical, por ello mismo no comulgo en muchos aspectos con ella, pero no puedo dejar de maravillarme ante su ideario expresado sin tapujos. Así era su visión política del mundo y de la historia:
«La misma noción de revolución congelada en la victoria es tan ridícula como la de un movimiento inmóvil: si se detuvo, ¡ya no es una revolución! La revolución, en esencia, es «un movimiento destinado a derribar el régimen vigente».
Cualquiera que sea el régimen en rigor, incluso el más progresista, no puede ser, bajo ningún concepto, revolucionario, pues aspira a mantenerse, a no caer...
[...]
Ningún Estado en el mundo, por su propia naturaleza, puede ser revolucionario. Por otra parte, toda revolución es siempre justa, pues aspira a restablecer una justicia pisoteada que, a pesar de todo, nunca se restablecerá; por cierto tiempo, el bastón cambiará de mano, y eso está bien: el torturado tomará aliento, el verdugo sentirá los golpes en su cuerpo y luego, de nuevo, se invertirán los papeles, etc.»
Su afecto, su apasionamiento y su lealtad hacia esa revolución que dejó de ser tal por anclarse al poder y tornarse en tirana pronto los traslada al mundo de la delincuencia. Era a los delincuentes a los que consideraba los auténticos revolucionarios. Era el hampa una marginalidad por la que siempre se sintió atraída pero a la que solo se unió tras la detención de su marido. Irina Fliege ironiza al respecto al finalizar su posfacio al declarar que «el mundo del hampa triunfó sobre el bolchevismo y la idea comunista. Pero esto no ocurrió ni con la lucha abierta ni mediante el derrocamiento del régimen que ella tanto odiaba, sino poco a poco, paso a paso, por medio de la criminalización de las élites soviéticas».
Monasterio de Solovetsky. Fotografía de Drtrotsky |
Respecto a la detención y posterior muerte de su esposo, el poeta Aleksandr Yarovslávski, del que declara «me enamoré de él poco a poco, cada vez más con cada encuentro, y no nos quisimos de verdad hasta después de casarnos», juró venganza de la siguiente manera:
«Juro que vengaré a Aleksander Yaroslavski, no solo al hombre al que amo, sino al compañero de armas, al cómplice, al «socio« (como se dice en la jerga del hampa) y sobre todo al poeta genial, abatido por vuestra mediocridad. Y no solo a él, también a los poetas fusilados [...] Juro también vengar al pobre verdugo cuya mano, armada con un revólver, se alzó para apagar la chispa genial del sabio pensamiento de Aleksandr Yaroslavski, y a todos los ejecutores que, hipnotizados por vuestras hipócritas palabras seudorevolucionarias, aceptan convertirse en asesinos con la despreocupación de un asalariado o de un esclavo. Juro vengar con la palabra y con la sangre a todos aquellos que «no saben lo que hacen»».
Podría haberme sorprendido la forma en la que Yevguenia hace extensible su propósito de venganza y lo hubiera hecho, seguramente, si no fuera porque cuando leo estas frases ya estoy al corriente de que la rusa lleva clavada la, en sus propias palabras, «astilla del perdón universal».
Yevguenia afirma odiar el sistema pero no trasladar su odio al brazo ejecutor, es decir, a esas personas cuya propia condición de verdugos las hace víctimas. Cuenta que no dudaría en salvar de ahogarse a un agente de la Cheká pero que, sin embargo, no le temblaría el pulso al dispararle en cumplimiento de su deber. «El producto defectuosos tiene que ser retirado, a veces incluso destruido, pero ¿se le puede considerar culpable?»
Estas aparentes contradicciones de Yevguenia me parecen de una clarividencia y lucidez admirables. Hay algo puro en esta mujer. Algo inquebrantable. Algo que podría haberse maleado pero a lo que se agarró como lo único consistente en un mundo cambiante. Hay cierto candor, también, que se desprende de una de sus primeras convicciones que os dejo a continuación. Un deseo infantil que conservó y que, lejos de convertirla en una ingenua, formó parte de aquello que constituyó esa fortaleza suya que la condujo hacia su final. Creo que esa fuerza estribaba en que, a pesar de todo, nunca perdió la fe en la especie humana y en que todo podía cambiar.
«Estoy convencida de que la franqueza siempre es beneficiosa para una persona porque, por muy oscuros que sean sus pensamientos y sus actos, aun así, son mucho más claros de lo que cree su entorno. Durante mi niñez siempre pensé lo bueno que sería si los seres humanos fuéramos transparentes como el cristal y si todos nuestros deseos, pensamientos y verdaderos motivos de nuestras acciones fueran visibles, como a través de una cajita de vidrio. De ser así, todos veríamos a los demás tal como nos vemos a nosotros. Y, en realidad, nadie tiende a pensar mal de sí mismo».
«Ahora ya lo sabéis todo de mi vida», concluye Yevguenia su manuscrito. Ahora podríamos juzgarla, sentenciarla, ajusticiarla. Pero yo, al igual que ella escribe, leo solo para mí. Yo, al igual que Rolin escribe, leo porque soy curiosa, insatisfecha; leo para aprender de nosotros. Y, como siempre hago, escribo esta entrada para mí, aunque después la lance sin piedad al mundo. Pero, tal vez, en esta ocasión haya también en ella el humilde propósito de vengar con mis palabras a Yevguenia Yaroslávskaia-Markón y, con ella, a todos los insumisos que sí sabían lo que hacían y a los que no les importó sufrir las consecuencias.
«Puede juzgar mis flores, porque están en venta, pero no hace falta que me juzgue a mí, porque yo no lo estoy...»
Fosas comunes en el monte Sekirnaya. Fotografía de InkognitoV |
Ficha del libro:
Título: Insumisa
Autora: Yevguenia Yaroslávskaia-Markón
Traductora: Marta Rebón
Prologuista: Olivier Rolin
Posfacio de: Irina Fliege
Editorial: Armaenia
Año de publicación: 2018
Nº de páginas: 150
ISBN: 978-84-947345-3-3
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Curiosa esa idea sobre la revolución que nunca puede alcanzar sus objetivos porque si los alcanza deja de ser revolución. Creo que tiene razón, pero creo que es bastante desalentador. Es cierto que todos los ejemplos de revoluciones en el mundo han terminado ejemplificando lo mismo que combatieron, pero me queda la esperanza de que alguna vez no sea así y alguna revolución consiga cambiar realmente las cosas (aunque sé que es una ilusión más bien literaria que real).
ResponderEliminarMe impresionan esas personas capaces de darlo todo (comodidad, los pies, la vida) por sus principios. Yo no sería capaz. Tengo otra filosofía de vida, mucho más egoísta y es tratar de ser lo más feliz posible, aun siendo consciente de las injusticias y desigualdades, sin perjudicar a nadie, pero tratando de no dejar que eso me amargue.
No conocía a esta mujer, aunque sí me suena el nombre del marido.
Un beso.
Yo ni siquiera conocía al marido.
EliminarTambién estoy de acuerdo con su idea acerca de la revolución. Me he vuelto muy escéptica respecto a todo y es una pena porque creo que para caminar por la vida se necesita tener fe en algo; yo al menos la echo de menos a menudo. Yevguenia era una idealista pero pronto trasladó su lealtada de la revolución al mundo de la delincuencia, del hampa, como ella decía. No puedo comulgar plenamente con sus ideas al respecto pero sin duda su testimonio es una lectura más que interesante.
Besos
Me gusta tu blog por esa forma que tienes de deambular en la periferia, entiéndase tus elecciones literarias, igual que esa tendencia mía a hacer lo propio, afinidades.
ResponderEliminarComparto la filosofía de Rosa, ya que ella se ha “mojado”, siento de esa manera, sin ignorar las injusticias claro, pero la vida es tan breve que quiero aprovechar lo bueno que me pueda ofrecer, sin dilación.
Del mismo modo que aún deseo una revolución que pueda cambiar las cosas… sobre todo en la cuestión medioambiental, esa es la que más urge.
Gracias Lorena por traernos a esta mujer, no conocía su existencia, me fascina la clarividencia de sus palabras siendo tan joven.
Investigaré su rastro. Como bien dices, su triste destino, y su legado, seguro que nos concierne de algún modo.
Un abrazo
Tanto el libro como la editorial y como Yaroslávskaia eran unos completos desconocidos para mí. Los vi por primera vez en un post en Instagram y me llamaron la atención. El pasado mes me volví a tropezar con ellos en la feria del libro de Gijón y el librero del stand en cuestión me lo recomendó, así que no lo dudé mucho y me los llevé a casa.
EliminarNos hemos acomodado todos demasiado. Creo que es un mal genérico de nuestra época. Yo no soy para nada lo que se denomina una persona de acción y poco más allá voy de mis pensamientos. En parte por cobardía y en parte por sentir que serviría de bien poco. Aunque tal vez esto último no sea más que una excusa.
Sorprenden, efectivamente las ideas de esta mujer. Su historia es una de tantas historias anónimas que se imbrican en esa historia con mayúsculas que nos afecta a todos. Un libro cortito que se lee muy bien y que además viene complementado con todo lo que menciono en la reseña.
Un abrazo
Interesante lectura que propones. No he leído los extractos porque ya desde el principio sabía que quería leer este libro y quiero saber lo menos posible, pero lo que he leído de tu reseña me ha convencido porque es el tipo de historias que me apasiona leer o ver en un documental Tomo nota, pues. Un saludo.
ResponderEliminarSí, es una historia que se prestaría mucho a un documental. Espero que te guste tanto como a mí.
EliminarSaludos
Curioso todo..., la vida de Yevguenia. Está claro que su historia no solo le concierne a ella, nos concierne a todos. Tiene que ser muy dura, eso de que haya un campo de concentración de por medio...
ResponderEliminarUna novela para todas las insumisas como yo
Besos
Siempre tengo la impresión de que los campos de concentración nazis restan protagonismo a los demás, en este caso a los rusos. No niego las atrocidades que se cometieron en los primeros pero tampoco es justo que un horror tape otro horror.
EliminarBesos
Resulta extraño leer sobre personas dominadas así por una ideología. Es puro fuego, un ardor que acrecienta la juventud del personaje, fusilada con tan solo 29 años. Me parece un testimonio honesto, sin tapujos, chocante porque ya no miramos el mundo así. Nos hemos vuelto más escépticos y prudentes. Me ha gustado mucho el final de la reseña, qué mejor forma de venganza que sacarla del olvido. Echaré un vistazo además a la editorial, que no conozco.
ResponderEliminarUn abrazo.
De jóvenes somos mucho más extremos en nuestras ideas. Matizamos poco, no vemos grises. Pero echo en falta esa defensa férrea de lo que se considera justo. Es cierto que ya no miramos el mundo así. La comodidad y, por qué no decirlo, el egoísmo, es un mal de nuestra sociedad, como le digo a Paco, y yo misma me reconozco demasiado escéptica, como comento con Rosa.
EliminarNo puedo justificar la venganza con la sangre, como le gustaría a Yevguenia, así que solo me quedan las palabras para desenterrar la fosa común en la que yace esa insumisa y evitar que tantas historias como esta caigan en el olvido.
Me he estrenado con Armaenia con este libro y no ha sido para nada un mal comienzo.
Un abrazo
Cada vez que se nombra la 'Revolución' -de lo que sea-, evoco el cinismo de las palabras de Lampedusa: 'Hagamos la revolución, para que todo siga igual.'.
ResponderEliminarNo tenía idea acerca de autora, obra y casa editorial, por lo que te estoy agradecido, a más de tu bella reseña.
Respecto de los campos de concentración, después de leer 'Archipiélago Gulag' tengo mis serias dudas acerca de cuál ha sido peor. En todo caso, ambos son horrorosos.
Gracias por tus líneas. Un abrazo.
Yo también tengo mis serias dudas. Y muy ciertas las palabras de Lampedusa.
EliminarMe he estrenado con la editorial con este libro. Se agradecen estas apuestas.
Un abrazo
Hola Lorena!! Siempre me descubres títulos atípicos y diferentes con muy buena pinta. ¡Estupenda reseña! Besos!!
ResponderEliminarA mí también me gusta descubrir libros no muy conocidos, así que me alegro de haberte descubierto este.
EliminarBesos