Clavícula - Marta Sanz
He pensado mucho sobre cuándo publicar esta entrada. Lo he pensado incluso antes de comenzar a escribirla. Lo he pensado incluso antes de terminar de leer el libro que la hace nacer. He pensado sobre cuándo publicar esta entrada y la anterior, sobre si seguir con el calendario previsto o aplazarlas para un futuro regreso. Porque sí, esta es la última publicación antes de un parón bloguero y el libro que la alumbra ha sido el último leído antes de un parón lector. Llevo tiempo fantaseando con tomarme un respiro a finales de año y, al final, la desconexión se adelanta pero no por descanso sino por obligación. Toca dedicar las horas de lectura y escritura que le araño al tiempo al estudio. Un examen para una bolsa de empleo a principios de diciembre es el responsable. No sé cuándo será la fecha del segundo examen si es que apruebo el primero, no sé si podré tomarme un respiro entre ambos, si asomaré tímidamente por aquí antes de que termine 2017 o si hilvanaré con el anhelado descanso y no lo haré hasta entrado 2018. No sé cuándo vuelvo pero sí que vuelvo. Vosotros volved siempre que sea vuestro deseo.
He pensado mucho pero, como casi siempre, darle tantas vueltas a las cosas es una pérdida de tiempo. La respuestas, cuando existen, se abren camino no sé bien si solas o si guiadas por una especie de invocación. En este caso la respuesta vino hacia mí a medida que avanzaba por las páginas de este libro de Marta Sanz. Dos trayectos (el mío y el de la respuesta) inversos pero destinados a cruzarse y eclosionar en un mismo punto del camino creando una estela iluminadora de todo el incierto paraje de alrededor. Dos trayectos (el mío y el de Marta) intermitentemente paralelos y tan cercanos que por momentos se han hecho uno. Es curioso ese cruce de caminos, ese mapa de carreteras que une instantáneamente en nombre de las más maravillosas y patéticas coincidencias el viaje de nuestras vidas. Es curioso y revelador, y es de esa revelación de la que nace el sí mayúscula que es mi respuesta a mi propia pregunta. SÍ, es ahora el momento, porque este libro es por momentos espejo de mi propio cruce de caminos, porque cuando regrese aquí no sé de qué recodo apareceré, en qué estación estaré o qué peaje habré pagado, pero el momento actual sí lo conozco y es ahora cuando he de contároslo.
Tiene casi cuarenta y ocho años Marta Sanz cuando escribe este libro. Cincuenta ha cumplido en este 2017 en el que lo publica y yo lo leo. Cuarenta cumpliré yo en unos días. Cuarenta contaba ella al escribir La lección de anatomía. Dos años me faltaban a mí para cumplirlos cuando lo leí y, supongo que por proximidad, me reconocí en ese momento vital de la autora; pero es que ahora, al leer Clavícula, me he vuelto a reconocer. ¿Cómo es posible que estos escasos dos años equivalgan para mí a una década?
Hace un tiempo, algo antes de leer La lección de anatomía, un médico me comentó que estaba viviendo cosas que por edad no me correspondían. He pensado mucho en ello desde entonces. He vuelto a pensarlo al leer este libro pero de otra manera: si entonces era joven para vivir lo que estaba viviendo; si ahora soy mayor para vivir lo que vivo. Enlazo aquí con el inicio de esta entrada y los motivos de mi retirada bloguera temporal y pienso si no soy ya demasiado mayor, si no me puede ya el cansancio para seguir luchando no voy a decir por una estabilidad laboral sino por cualquier otra cosa a la que se le pueda añadir el adjetivo laboral. Y ahí me encuentro a Marta Sanz diez años mayor que yo desmontando el mito del escritor de éxito, recriminando de soslayo a su marido en paro el rechazar un trabajo no exento de cierta peligrosidad, no rechazando ella ninguno por miedo a que no la vuelvan a llamar. Y sigo pensando: ¿qué nos está pasando? ¿qué epidemia nos asola para que a una edad en la que deberíamos estar disfrutando de cierta tranquilidad adquirida aún estemos viviendo cuitas de veinteañeros?
Sí, me reconozco en un relato suyo que incluye cuya protagonista y narradora (me temo que autobiográfica) viaja sola y espera en las estaciones, no por haberlo vivido sino por miedo a vivirlo; me reconozco en las otras mujeres dolientes a las que da voz, víctimas de los prejuicios y heroínas del día a día, incomprendidas a las que solo falta tildar de histéricas, que ya se sabe que es vocablo que etimológicamente procede de útero y que por tanto solo puede ser asignado a mujeres, como también se sabe que la medicina tradicionalmente se ha estudiado bajo un punto de vista masculino; me hermano con ella y me reconozco también heredera de su «gen de la infelicidad», que no le permite disfrutar de lo bueno que pasa por su vida tal vez por saberlo efímero; reconozco tener también el «ojo sucio» y ser incapaz de maquillar la realidad y hacerla más halagüeña, incluso reconozco haber disfrutado de sus tintes ácidos de humor negro; y reivindico, al igual que ella, el derecho al pataleo e incluso ese cierto egoísmo que implica el autocompadecerse.
Vuelve la Marta Sanz más auténtica, la honesta, la que se expone y expone y se flagela por ello. Vuelve y hace de la cotidianidad arte literario. Vuelve a escribirse sin ocultarse tras un personaje porque ya no sabe, no quiere hacer otra cosa. Y yo volveré también a contaros lo que leo, exponiéndome a medias. Volveré aunque no sé si lo hago bien o sí merece la pena. Volveré porque a mí sí me la merece. Volveré porque no quiero (incluso a veces pienso que no sé) hacer otra cosa.
Hasta pronto.
Ficha del libro:
Título: Clavícula (o mi clavícula y otros inmensos desajustes)
Autora: Marta Sanz
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2017
Nº de páginas: 208
ISBN: 978-84-339-9829-3
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He pensado mucho pero, como casi siempre, darle tantas vueltas a las cosas es una pérdida de tiempo. La respuestas, cuando existen, se abren camino no sé bien si solas o si guiadas por una especie de invocación. En este caso la respuesta vino hacia mí a medida que avanzaba por las páginas de este libro de Marta Sanz. Dos trayectos (el mío y el de la respuesta) inversos pero destinados a cruzarse y eclosionar en un mismo punto del camino creando una estela iluminadora de todo el incierto paraje de alrededor. Dos trayectos (el mío y el de Marta) intermitentemente paralelos y tan cercanos que por momentos se han hecho uno. Es curioso ese cruce de caminos, ese mapa de carreteras que une instantáneamente en nombre de las más maravillosas y patéticas coincidencias el viaje de nuestras vidas. Es curioso y revelador, y es de esa revelación de la que nace el sí mayúscula que es mi respuesta a mi propia pregunta. SÍ, es ahora el momento, porque este libro es por momentos espejo de mi propio cruce de caminos, porque cuando regrese aquí no sé de qué recodo apareceré, en qué estación estaré o qué peaje habré pagado, pero el momento actual sí lo conozco y es ahora cuando he de contároslo.
«Tengo cuarenta y ocho años. No. En realidad tengo cuarenta y siete. Hace dos años que no tengo menstruación. Soy una mujer de éxito llena de tristeza. Temo que se mueran mis padres. Mi marido está en el paro. Trabajo sin cesar. No quiero quedarme sola. He tenido mucha suerte. Me han querido tanto. No sé ganar. Ni perder. Me da pánico no disponer de tiempo suficiente para disfrutar de tanta felicidad y tantos privilegios».Me gusta la idea del mapa. Me gusta porque con ella inicié mi reseña de La lección de anatomía. En aquel libro Marta Sanz recurría a la cartografía corporal para contar su historia, sus historias, aquellas que la habían llevado a erigirse en la mujer que era; un echar la vista atrás para reafirmarse y decir: ésta soy yo. En este caso, en cambio, la escritora madrileña recurre a un único punto de su geografía corporal (la clavícula que da título a su libro), un punto que le produce un dolor físico, un dolor que parece invadirlo todo hasta que cuerpo, mente, pensamiento y emoción claudican y se muestran supeditados a él. Así que no, no es Clavícula una declaración de intenciones, por más que la cita anterior pueda parecerlo, sino más bien una deconstrucción, un muestrario de las piezas resquebrajadas que conforman la fragilidad de la autora. Pero sí, también es, inevitablemente, el testimonio escrito de un momento vital.
Tiene casi cuarenta y ocho años Marta Sanz cuando escribe este libro. Cincuenta ha cumplido en este 2017 en el que lo publica y yo lo leo. Cuarenta cumpliré yo en unos días. Cuarenta contaba ella al escribir La lección de anatomía. Dos años me faltaban a mí para cumplirlos cuando lo leí y, supongo que por proximidad, me reconocí en ese momento vital de la autora; pero es que ahora, al leer Clavícula, me he vuelto a reconocer. ¿Cómo es posible que estos escasos dos años equivalgan para mí a una década?
Hace un tiempo, algo antes de leer La lección de anatomía, un médico me comentó que estaba viviendo cosas que por edad no me correspondían. He pensado mucho en ello desde entonces. He vuelto a pensarlo al leer este libro pero de otra manera: si entonces era joven para vivir lo que estaba viviendo; si ahora soy mayor para vivir lo que vivo. Enlazo aquí con el inicio de esta entrada y los motivos de mi retirada bloguera temporal y pienso si no soy ya demasiado mayor, si no me puede ya el cansancio para seguir luchando no voy a decir por una estabilidad laboral sino por cualquier otra cosa a la que se le pueda añadir el adjetivo laboral. Y ahí me encuentro a Marta Sanz diez años mayor que yo desmontando el mito del escritor de éxito, recriminando de soslayo a su marido en paro el rechazar un trabajo no exento de cierta peligrosidad, no rechazando ella ninguno por miedo a que no la vuelvan a llamar. Y sigo pensando: ¿qué nos está pasando? ¿qué epidemia nos asola para que a una edad en la que deberíamos estar disfrutando de cierta tranquilidad adquirida aún estemos viviendo cuitas de veinteañeros?
«Mi dolor es una letra que se escribe cuando tengo miedo de no poder pagar las facturas o subvencionarme una vejez sin olor a vieja. Creo que esta confesión es absolutamente impúdica pero fundamental».Tiene miedo Marta Sanz a que su dolor, a que esa clavícula que se le clava, esconda una enfermedad que no le permita trabajar. Tiene más miedo aún de que tras ese dolor no haya nada. Porque la nada es un territorio vasto, fértil e inexplorado.
«Yo quiero que me quiten un dolor. Que me ayuden a localizarlo. Que me extirpen del corazón el ansia poniéndole un nombre y un remedio».Y me reconozco en sus miedos, como me reconozco en tantas de las páginas de este libro. Dejo aparte la menopausia, que me llegará más pronto que tarde, así como los coqueteos con pastillitas (que nadie se asuste, todo bajo prescripción médica). Sé que su historia y la mía son distintas porque su vida y la mía también lo son, pero ambas no son más que el producto de una época y una cultura, por eso, aunque diferentes, ambas son reflejo de la otra.
Sí, me reconozco en un relato suyo que incluye cuya protagonista y narradora (me temo que autobiográfica) viaja sola y espera en las estaciones, no por haberlo vivido sino por miedo a vivirlo; me reconozco en las otras mujeres dolientes a las que da voz, víctimas de los prejuicios y heroínas del día a día, incomprendidas a las que solo falta tildar de histéricas, que ya se sabe que es vocablo que etimológicamente procede de útero y que por tanto solo puede ser asignado a mujeres, como también se sabe que la medicina tradicionalmente se ha estudiado bajo un punto de vista masculino; me hermano con ella y me reconozco también heredera de su «gen de la infelicidad», que no le permite disfrutar de lo bueno que pasa por su vida tal vez por saberlo efímero; reconozco tener también el «ojo sucio» y ser incapaz de maquillar la realidad y hacerla más halagüeña, incluso reconozco haber disfrutado de sus tintes ácidos de humor negro; y reivindico, al igual que ella, el derecho al pataleo e incluso ese cierto egoísmo que implica el autocompadecerse.
Waiting for de bus. Fotografía de Franck Michel |
Vuelve la Marta Sanz más auténtica, la honesta, la que se expone y expone y se flagela por ello. Vuelve y hace de la cotidianidad arte literario. Vuelve a escribirse sin ocultarse tras un personaje porque ya no sabe, no quiere hacer otra cosa. Y yo volveré también a contaros lo que leo, exponiéndome a medias. Volveré aunque no sé si lo hago bien o sí merece la pena. Volveré porque a mí sí me la merece. Volveré porque no quiero (incluso a veces pienso que no sé) hacer otra cosa.
Hasta pronto.
«Y a la vez que me ennecio y disminuyo sin remisión, pienso que vivimos en un mundo ñoño. Se valora el forro rosa de los cuadernos y los vídeos de gatitos en YouTube. Mientras tanto, la sensibilidad verdadera -la mía, lo digo sin faltar a la modestia- se hace medicamentosa o se confundo con el mal carácter o con el no saber vivir en paz. Y, sin embargo, no puedo dar nada mejor de mí que este desenmascaramiento mientras reconozco que el miedo a la locura no proviene de una predisposición química, endógena, sino de una serie de estímulos externos que me van dejando huellas, incisiones muy profundas, sombras del hueso fracturado que se ven en las radiografías. Marcas en partes recónditas de ese alma que no existe. Los vídeos de gatitos cantantes acumulan «me gusta» en YouTube -una mano con el pulgar hacia arriba, una mano de Ave César, los que van a morir te saludan-, mientras de noche alguien lanza piedras contra los alféizares donde se desgañitan las gatas en celo y yo no puedo darte nada mejor de mí que estas palabras purgantes. Ni Atlántidas ni unicornios ni enanitos saltarines. Tampoco puedo escribirte una novela sobre el tráfico de órganos, una conspiración de espías, una novela de una fornicación detrás de otra o una aventura de niños que, de pronto, descubren el dolor o la bondad del mundo, en una epifanía, a lo Harper Lee. Todas esas ficciones a mí ya sólo me suenan a mentira y no te puedo dar nada mejor de mí que estas páginas donde te cuento que a nadie le gustan realmente lo gatos, que pronto se convertirán en una plaga como las palomas de la paz y los cocodrilos de las alcantarillas de Niuyork. El mundo nos inflige un gran mal con sus sonrisas de chicle y la verdadera tristeza, la verdadera sensibilidad -es decir, la mía, lo digo sin falsa modestia-, se arregla con cápsulas y comprimidos, o se castiga utilizando argumentos tan distintos como la falta de carácter, el síndrome de la niña mimada, el déficit de la conveniente sustancia o reacción química. O la crueldad. La brutalidad. Mi crueldad. Mis ganas de hacerme daño con lo que pienso -¿para poder escribirlo?- y, de paso, hacerles daño a los otros ofendiendo su paz y su salud de corredores, de fanáticos parroquianos de la lucha contra el botulismo y el colesterol. Y, de repente, no sé por qué -o sí, lo sé perfectamente y escribir que no sé por qué no es más que una pose lírica-, me viene a la cabeza Jessica Lange, que interpretó a Frances en mil novecientos ochenta y algo. Podría ser más exacta, ahora todos podemos serlo, pero me resisto a consultar el dato en Google. Me viene a la cabeza la lobotomía que le hicieron a Frances, y juntar en la misma frase lobotomía y cabeza es una gran desgracia y ninguna casualidad. A Frances le hicieron una lobotomía política. Y aquí me callo porque creo que, con esas dos palabras unidas en el mismo fragmento de lenguaje, resumo mis lloros y el dolor de mi clavícula, que alcanza ya a la arteria subclavia y que puede llegar muchísimo más lejos y más allá».
wishbone. Fotografía de Timo Schmitt |
Ficha del libro:
Título: Clavícula (o mi clavícula y otros inmensos desajustes)
Autora: Marta Sanz
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2017
Nº de páginas: 208
ISBN: 978-84-339-9829-3
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Yo leí "Farándula" de Marta Sanz. Me encanta como escribe. Quiero leer las dos que nombras. A ver si tengo tiempo.
ResponderEliminarYo no tengo problemas laborales que me sitúen en los veinte años, pero sí me he visto obligada a coquetear con pastillas (casi siempre bajo prescripción) y he vivido cosas poco acordes con mi edad y bastante traumáticas, pero no creo tener un gen de la infelicidad. A pesar de que eso que mencionas, esa sensación de que todo es efímero, me acompaña constantemente, creo que he aprendido a vivir sin que me moleste en exceso (al menos la mayor parte del tiempo).
Te echaré de menos, guapa, y mi blog también. Te deseo mucha suerte en lo que emprendas y espero verte de nuevo por aquí.
Un beso enorme.
Hasta ahora sólo he conocido a la Marta Sanz más autobiográfica. Tengo pendiente acercarme a su vertiente de ficción a ver si también me encandila.
EliminarSe aprende (más o menos) a vivir sobre esa inconsistencia. Qué remedio. El problema, en parte, creo que es que nos educan para una estabilidad que no existe.
Yo también os echaré de menos. Aunque no desapareceré del todo. Asomaré un poquito por las redes aunque apenas publique.
Otro beso enorme para ti.
Se te echará de menos Lorena, ya sabes que tus reseñas, y los libros que traes con ellas, siempre me han parecido especiales. Mucha suerte en esa búsqueda.
ResponderEliminarLeí de Marta Sanz, hace muchos años , "Black, black, black", y me encantó. No tanto la historia como la forma de contarla. En esos párrafos que nos traes veo aquello multiplicado por mil, y pienso en que me gustaría mucho volver a leer a esta autora más mayor, más madura y abriéndose en canal, como ocurre aquí (como también has hecho tú, te aplaudo, hay que ser muy valiente para hacerlo).
Besos.
Bueno, bueno, como digo en la reseña me expongo a medias. Ni soy tan valiente ni creo que ése sea el objetivo. O tal vez sí. Hay una frase que dice algo así como que somos lo que leemos. En parte puede ser así aunque pienso que es más cierto que leemos lo que somos.
EliminarBesos
Hola, Lorena.
ResponderEliminarLo primero es desearte toda la suerte del mundo, para rendir al máximo es necesario desconectar y yo sé que esto está muy manido decirlo, también es importante creer en uno mismo.
Me ha emocionado tu entrada, las pinceladas de carácter personal que dejas aquí y allá para los que te leemos. Eres una persona con una sensibilidad enorme, casi todos los lectores que nos involucramos, que vivimos lo que leemos lo somos en mayor o menor medida (tu estarías en la parte alta). Y el mundo es infinito, perturbador, hermoso hasta doler. Leyéndote me recordabas a Virginia Woolf (con ella estoy). Tu sensibilidad no es ninguna traba, es una virtud a la que quizá (perdona si hablo de más, esta forma de comunicación es tan aséptica) no le has sacado todo el partido posible. Bueno, no sigo más. Mucha suerte y quiérete.
Un abrazo.
No vas desencaminado, lo de sacarme partido nunca ha sido mi fuerte. Y te perdono todo excepto que me digas que te he recordado a Virginia Woolf, que me queda muy grande.
EliminarTu comentario me ha emocionado. Mucho.
Recojo todo tu ánimo y tu cariño.
Un abrazo
Mucha suerte Lorena y muchos ánimos, se te echará de menos. Te despides, espero que temporalmente, con una maravillosa entrada llena de sensibilidad, que como siempre no deja indiferente. Ese identificarse con una lectura, ver que otro ha puesto esas palabras que parece que nos faltan para describir lo que estamos sintiendo, esa relación íntima entre las letras y nosotros mismos, eso es lo que nos hace disfrutar tanto con la lectura y como aprendiz de escritora es lo que te gustaría hacer sentir también a aquellos que te leen. No he leído nada de esta autora, pero la apunto porque algunas de sus verdades me han gustado.
ResponderEliminarUn beso enorme y hasta la vuelta, que sean muy exitosos tus proyectos.
Muchas gracias, Conxita. Sí, esa es la idea, que la despedida sea temporal. Y sí, eso es lo mágico de la literatura, todo eso que tan bien has explicado en tu comentario.
EliminarSi te animas con Marta Sanz, ya me contarás.
Besos
Muchísima suerte Lorena. Aquí estaremos, esperando tu regreso, para que sigas regalándonos entradas como ésta. Y hoy has conseguido de nuevo cautivarme, con tu sensibilidad, con tu delicadeza... Con esta novela que sin duda tengo que leer, porque creo que también me voy a sentir muy identificada con la protagonista. Y creo que me va a doler...
ResponderEliminarBesotes!!!
Creo que sí, que se dará esa identificación, porque lo que hace Marta Sanz es despojar la cotidianidad de toda coraza y mostrar sus miedos e inseguridades, que no son tan diferentes de los de cualquiera de nosotros.
EliminarEncantada estaré de reencontrarme con todos vosotros a mi vuelta.
Besos
Pues te voy a echar de menos, amiga Lorena. Tienes un magnífico blog porque tú misma eres una excelente lectora, no tanto por la cantidad de libros ( pero también, seguro), asunto menor para mí, sino por la intensidad con la que lees, y así nos lo transmites, siempre me aportas algo.
ResponderEliminarSiempre extraes de los libros un sentido profundo de lo que contienen, de lo que no está escrito con palabras pero sí sugerido a una mirada, la tuya, que como un gran angular abarca la narración desde un extenso campo visual. Lo demuestras, una vez más, con este libro de Marta Sanz.
Lees como eres y eres como lees, diría yo.
Así es, Lorena, hay que coger oxígeno, ahora que el otoño renueva el aire y se hace más respirable, agradeciendo la brisa, es un buen momento, aunque ande algo desalentado porque he visto pocas grullas… se me han escapado. Y mi blog, del que estoy algo ausente, parece que quiere escaparse como las grullas, esperemos que no.
Mucho ánimo y mucha suerte. Y si vuelves, como dices, aquí estaremos estos cuatro locos de los libros esperándote. Los libros necesitan lectores como tú.
Cuídate amiga.
Vais a conseguir emocionarme entre todos, de verdad.
EliminarVolveremos los dos, creo, porque aunque el tiempo no siempre nos permita abarcarlo todo, o incluso a veces nosotros no nos sintamos capaces de ello, al final, asomar nuestros pensamientos por aquí es casi una necesidad, una forma de comunicación a la que no deberíamos renunciar.
Muchas gracias por tus palabras, Paco.
Un abrazo
Muchísima suerte y ánimos, sé que se necesitan para estos exámenes. Se echaran en falta tus recomendaciones. Nos leemos a la vuelta.
ResponderEliminarUn beso ;)
Muchas gracias,, Natàlia.
EliminarNos leemos ;)
Besos
Confieso que no he leñido nada de ella, aunque la tengo presente y tengo varias recomendaciones, entre las que estaba esta. Visto lo visto, lo leeré, claro. Un besote!
ResponderEliminarPues ya me contarás, Rocío.
EliminarBesos
La verdad es que no he leído nada de la autora, pero me gustaría hacerlo.
ResponderEliminarEn cuanto a ti, espero que te vaya muy bien el segundo examen y que hayas aprobado el primero, y que podamos seguir leyéndote en breves, porque tus entradas son únicas.
¡Un saludo!
Gracias por tus palabras y tus buenos deseos. Aún no he hecho el primero y no sé cuándo será el segundo, pero volver, vuelvo. No sé cuándo pero vuelvo ;)
EliminarSaludos
Te deseo toda la suerte del mundo con el concurso de empleo, ojalá lo ganes y puedas volverte a pasar por aquí. Por motivos laborales yo me he ausentado demasiado de este rincón :( Y lo lamento mucho, porque eres de mis blogueras literarias favoritas. Es lo que tiene el mundo laboral precario, muchas horas, poco sueldo, y encima gracias :( Pero al menos estoy mucho mejor que antes que estaba en el paro. Y por todo este tema, me interesa mucho la obra que has reseñado (y como siempre, tan bien reseñada).
ResponderEliminarMucho ánimo, mucha suerte, y gracias por darnos la oportunidad de leerte.
¡Un abrazo!
El tiempo no da para todo y muchas veces hemos de sacrificar cosas que no quisiéramos. Créeme que te entiendo.
EliminarGracias a ti por hacer un huequito para pasar a leerme.
Un abrazo y mucha suerte también.