Lluvia fina - Luis Landero

«Ahora ya sabe con certeza que los relatos no son inocentes, no del todo inocentes».

Es Aurora quien por fin sabe, aunque supongo que, como depositaria de las diferentes versiones del relato familiar, en realidad hace ya tiempo que sabía. Lo que sí puede ser es que ahora que la ha vencido el cansancio, que la extenuación del peso de las palabras ajenas la ha rendido, haya tomado por fin conciencia de este conocimiento. Y tomar conciencia de algo es algo así como poner ese algo de lo que inconscientemente ya se sabe en palabras, aunque esas palabras, en el caso de Aurora, se queden para sí y nadie más las escuche porque Aurora no sabe pronunciarlas, porque no tiene la capacidad de componer su propio relato y comunicarlo. Claro que, si así lo hiciera, dudo mucho que encontrara alguna oreja presta a escucharla, pues las orejas que la rodean están demasiado ocupadas escuchándose a sí mismas, regalándose con sus propios relatos carentes de inocencia. Aun así, un relato sin público está condenado a extinguirse, necesita a alguien ajeno a sí mismo para reafirmarse, y ese alguien no podría ser otro que la buena de Aurora. Siempre le ha ocurrido así. Siempre ha despertado en los demás el sentimiento de ser alguien en quien se puede confiar, alguien digno a quien confiarse y con quien confesarse. Y así es como Aurora se convierte en la depositaria de las diferentes versiones del relato familiar, de un relato que ni siquiera es el de su propia familia, de un relato que es el de la familia de su marido. Día tras día, mes tras mes, año tras año la permeable Aurora bajo las palabras del relato de la madre, de la hermana, de la otra hermana, del marido propio, palabras que son como la lluvia fina del título de esta novela de Luis Landero, con más efecto del que cuando se arrojan pretenden tener.

«Si en el mundo reinase la inocencia, todo sería lícito», se excusa de sus reprobables actos uno de los personajes de este libro. Y, aunque esos actos no tienen nada que ver con las palabras, no puedo evitar pensar en si el hecho de que quien profiere un relato lo suelte al libre albedrío solo con la intención de convertirse en príncipe o princesa del mismo y sin prever el daño que el mismo puede hacer al resto del elenco, lo exonera de toda culpa sobre el hecho de que alguien pudiera acabar encerrado en las mazmorras del cuento. Y es que aunque «todos tenemos dentro un montón de palabras que son como fieras enjauladas y hambrientas que están rabiando por salir a la luz», no es menos cierto que en el fondo intuimos «que los relatos no son inofensivos, y menos aún cuando se entrelazan como en una rebatiña de perros donde todos se disputan a dentelladas los magros huesos de la verdad. Mejor no hablar, mejor no remover las aguas siempre voraginosas del pasado».

Pero Gabriel... Ay, Gabriel.

A Gabriel «le gusta más soñar la vida que vivirla». Gabriel es un hombre pegado a un discurso. Gabriel ha abrazado su discurso y ahora no sabe cómo adjurar de su fe. Gabriel se defiende de los relatos ajenos porque reniega de tener uno propio. Gabriel es el filósofo de la felicidad. Gabriel es el escéptico que no desea desear. Gabriel y su fracaso y su aburrimiento. Gabriel sin un relato que contar. Gabriel, que conoció a Aurora. Gabriel y Aurora, que paseaban e iban juntos a los cafés. Gabriel, que hablaba, y Aurora, que escuchaba, «y así, poco a poco, él le fue proponiendo guiarla por el camino de la felicidad, y ella aceptó y lo siguió dócilmente, y los dos se internaron en el futuro como en un bosque encantado donde acechaban multitud de peligros, él delante, llevándola de la mano para protegerla de cualquier amenaza, como si fuese una niña o una criatura inerme, algo precioso y frágil que había que conducir con enorme cuidado, y de esta forma y paso a paso, he aquí que ya llevaban veinte años avanzando por aquel camino, pero sin llegar nunca a ninguna parte, cada vez más erráticos e incrédulos, y ya perdido definitivamente el norte de la felicidad. Para que luego digan que los relatos son inocentes y que a las palabras se las lleva el viento».

Me pasaría horas y horas hablando de Gabriel. Y es que de Gabriel es de quien menos sé. Pero Gabriel...

Gabriel es quien remueve las aguas siempre voraginosas del pasado. La madre cumple ochenta años y qué mejor manera de celebrarlo que organizar una comida familiar y así por fin reunirse toda la familia después de... sí, diez años, después de aquella nochebuena que acabó como el rosario de la aurora (si es que Aurora lleva el destino en el nombre). Y ahí que se pone el bueno de Gabriel a llamar a sus hermanas para organizarlo todo. Y mira que Aurora se lo advierte, mira que le dice que mejor se espere. Pero él no puede esperar y ahí que llama a Sonia, la mayor, y después a Andrea, la mediana. Y Sonia y Andrea se llaman entre sí y por supuesto llaman también a Aurora para contarle. Y otra vez la lluvia de palabras, otra vez las diferentes versiones de la historia familiar, otra vez el relato moldeado al antojo del narrador, y es que, «unos más y otros menos, todos nos inventamos un poco nuestras vidas».

«Un día, no recuerda a cuento de qué, le dijo a Andrea: «Esa es la realidad», y Andrea replicó: «Pues entonces la realidad es mentira». Y quizá no le falta razón. Y es curioso, piensa Aurora, porque lo que el olvido destruye, a veces la memoria lo va reconstruyendo y acrecentando con noticias aportadas por la imaginación y la nostalgia, de modo que entonces se da la paradoja de que, cuanto mayor es el olvido, más rico y detallado es también el recuerdo».

Es esa genial idea de Gabriel de celebrar el cumpleaños de la octogenaria matriarca el comienzo de todo. Aunque en realidad esa idea es más bien el comienzo de esta novela. El comienzo de todo hay que buscarlo en los episodios fundacionales de esa familia. Toda familia tiene los suyos. Son aquellos acontecimientos que adquieren categoría de mito; los que tienen su germen en la realidad pero se van forjando y esculpiendo al calor de las palabras, a la voz del relato difundido; los que han sido contados y repetido tantas veces el cuento que adquiere mayor importancia y verosimilitud el cuento que el germen real, ese que ya nadie recuerda. Es por ello por lo que Aurora no necesita haber asistido a tales acontecimientos para conocerlos mejor que nadie, pues ella es quien más veces ha asistido al relato.

El origen de esta familia como relato está en el Gran Pentapolín, ese ilustre antepasado inventado por el padre, ese «príncipe de los mares, músico y políglota, mago de los disfraces y soñador errante, cuya patria fue el mundo». Son mil y una historias protagonizadas por el Gran Pentapolín las que acunan la infancia de los tres hermanos, las inventadas por el padre para ellos. El padre era un soñador y probablemente el Gran Pentapolín fuera su alter ego como el gran Faroni era el de Gregorio Olías en Juegos de la edad tardía, la genial novela de Luis Landero a la que el propio autor creo que hace un guiño con la creación del Gran Pentapolín.

La infancia de juegos y fantasía de Sonia, Andrea y Gabriel concluye con la prematura muerte del padre, quedando así los tres niños a expensas del sombrío mundo de la madre, la cual es una mujer recia, poco cariñosa y poco dada a las frivolidades, eminentemente práctica, que siempre piensa que está a punto de acontecer una fatalidad y para la que sustentar la economía familiar es su máxima prioridad. Para Sonia y Andrea es la bruja del cuento; para Gabriel es una mujer marcada por una infancia dura y que sacrificó su vida adulta por el bienestar de sus hijos. Claro que... Gabriel siempre ha sido el favorito, el único hijo al que siempre ha querido la madre, o en eso es en lo que insisten una y otra vez, cargadas de resentimiento, Sonia y Andrea.

80, fotografía de Paul Downey bajo licencia CC BY 2.0

El resto de episodios fundacionales del relato de esta familia son prácticamente un calco de los mitos fundacionales del relato de Andrea, quien probablemente sea la más deudora del espíritu del Gran Pentapolín y la que más gusta, por tanto, de inventar historias, ya que es «estupendo eso de tener a alguien a quien cargarle la cuenta de tus propios errores». Así, pues, cada vez que Andrea se pone a largar, allí sale «el día en que la madre la abandonó a su suerte, allí salió el gato, la destrucción del cuadro del Gran Pentapolín, el odio secreto que siempre había sentido hacia ella y quizá también hacia el padre, con el que se había casado sin amor, porque ella era incapaz de amar a nadie que no fuese Gabriel, allí salió el suicidio, el convento, y hasta salió también Horacio».

La novela, más que con la genial idea de Gabriel, comienza con la frase con la que abro la reseña (yo también cuento el relato como se me antoja que para eso soy aquí la narradora). Esa frase la hilvana Landero con otra y otra y otra, a través de las cuales continúa hablándonos de la falta de inocencia de los relatos y las palabras y con las que construye un comienzo de novela sencillamente espectacular, al menos en mi opinión. Para las conversaciones telefónicas entre los hermanos y entre estos y Aurora, sin embargo, el alburquerqueño se reserva otro registro muy distinto. Intercala esas conversaciones entre los hermanos con las que estos mantienen posteriormente con Aurora y en la que le cuentan su interpretación de esas conversaciones, como si lo segundo fuese una traducción simultánea de lo primero para el lector. Y he de confesar que Landero lo hace muy bien, que muestra con ello comportamientos muy habituales que muchos tenemos y lo que esconde en realidad lo que queremos decir y lo poco que conseguimos engañar con lo que decimos. Pero, aun así, … no sé, hay algo que me resulta artificioso. O tal vez lo que me resulta artificioso sean los personajes en sí, como si, algunos de ellos, más que personajes fuesen caricaturas. Sonia y especialmente Andrea viven permanentemente instaladas en la queja y el victimismo y eso es algo que personalmente me resulta muy cansino y que me  mantiene a cierta distancia. Y sí, sé que en la vida real hay personas que son así, pero, precisamente por quejicas y por victimistas, son personas a las que me cuesta creer. Tampoco me ayuda lo que Sonia terminará desvelando, que, por otra parte, ya se veía venir. Lo considero innecesario. En los hechos comunes, vulgares y aparentemente nimios de cualquier familia hay suficiente material para alimentar esta novela sin necesidad de recurrir a lo rocambolesco. Y me ha dado mucha rabia todo esto: porque Landero es un maestro de las letras con un dominio de las mismas espectacular; porque el tema de la familia y de los relatos era un caramelito; porque en esta novela hay cosas que para mí han sido un no. Afortunadamente hay otras que son un sí.

A mí el Landero que me gusta es el del comienzo de esta novela, el que me enamoró cuando lo descubrí en El balcón en Invierno, el que habla por los pensamientos de Aurora. Y es que Aurora también comienza a llover aunque nadie recoge sus mudas palabras. ¿En qué momento se vio empapada por los relatos de sus cuñadas? ¿En qué momento comienzan a calarle las palabras que estas le dirigen sobre el hermano de unas y el marido de la otra? «¿No estaría también ella reinventándose el pasado y construyendo una historia a su medida basada en sospechas, minucias e imaginaciones, como Sonia y Andrea?» ¿Y qué hacer, pues, con esos objetos que se ha ido encontrando? ¿Qué hacer con «el vaquero, el cochecito, los preservativos, los versos de amor y la sortija», qué hacer con los episodios fundacionales de su relato callado«¿Qué grado de realidad, por cierto, tiene el amor imaginado, pero vivido con la misma plenitud que si fuese real? ¿Cómo es esto? Porque si los celos, por ejemplo, pueden ser inventados, ¿por qué no también todo lo demás?» ¿Ha sido, pues, verdadera su historia de amor, ese seguir a Gabriel en pos de la felicidad? ¿Quién es Gabriel? ¿Quién es tu marido, Aurora? Eso te preguntas. Qué regalo, por cierto, ha sido llegar a esta encrucijada recién salida de Mi marido es de otra especie. Ay, Landero, escríbeme la novela del matrimonio de Gabriel y Aurora. Sí, ya sé que este no es libro para ello; esta Lluvia fina es la novela de los cuentos que nos contamos aunque yo algunos de ellos no me los haya creído. Cuéntame un cuento, Landero. Cuéntamelo tú, sin filtrarlo por la mierda que esta familia no es capaz de parar de ventilar. Y, entonces, sí: entonces sí que te doy mi más rotundo sí.

«La vida era un asco, el amor era un asco, la familia era un asco, los viajes eran también un asco, todo era un asco. Y aun así seguía llamando a Aurora para reafirmarse en sus convicciones y para hurgar en el pasado cada vez con más saña, porque el yermo en que se había convertido su vida tenía su origen en episodios concretos del pasado, tan concretos que podía contarlos con la claridad didáctica con que se les cuentan las cosas a los niños, señalándolas casi con el dedo, y así se las contaba a Aurora y así Aurora las escuchaba un día y otro día, viendo llover tras la ventana, viendo caer el sol a plomo en las horas mortales de la siesta, viendo florecer los árboles, viendo volar las hojas muertas en el viento. Nunca, nunca, aunque no pase nada, la gente deja de contar, y si hay infierno, también allí seguirán contando por los siglos de los siglos, dándole cuerda una y otra vez al juguete de las palabras, intentando entender algo del mundo, tanteando en el absurdo de la vida en busca quizá de algún resorte que abra su ciega cerrazón, como la cueva de Alí Babá al conjuro de una palabra mágica, y nos descubra el gran tesoro de la razón, de la luz, del sentido exacto de las cosas…»

Bus Stop in the rain, fotografía de Stanley Wood bajo licencia CC BY 2.0





Ficha del libro:
Título: Lluvia fina
Editorial: Tusquets
Año de publicación: 2019
Nº de páginas: 272
ISBN: 978-84-9066-656-2





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Comentarios

  1. Y yo qué hago sin leer nada de este autor??? Esta novela lleva tiempo entre mis pendientes y tengo que ponerme pronto con ella!
    Besotes!!!

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    1. De lo que he leído, en mi opinión no es lo mejor del autor. Aun así, seguro que le sacas partido.
      Besos

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  2. Hola, descubrí a Landero con Juegos de la edad tardía o El mágico aprendiz, no se con cual de las dos, y aunque me gustaron no seguí con él, Lluvia fina me llama mucho por opiniones que he leído, pero veo que a ti no te terminó de convencer del todo, veremos si al final me animo, que también me llama la última, lo que si quiero es volver sobre el autor con una u otra novela. Besos.

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    1. Bueno, creo que soy un poco la voz discordante respecto a esta novela, Mar, así que si te llama, a por ella.
      Besos

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  3. Me gustó mucho esta novela de Landero que leí hace cosa de un año. La verdad es que a mí Luis Landero me ha ido gustando más y más según he ido leyendo sus libros desde el primero que le dio a conocer, "Juegos de la edad tardía". Ahora tengo ahí esperándome su última novela, "El huerto de Emerson".
    Tu reseña, magnífica como siempre, con ese estilo tuyo tan personal gracias al que más que reseñar creas. Es una delicia leerte, Lorena. Gracias por estos momentos de disfrute.
    Un beso

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    1. Gracias, Juan Carlos.
      El huerto de Emerson promete y mucho. Como ya habíamos comentado, parece que sigue la estela de El balcón en invierno. Si es así, será una maravilla. Le tengo muchas ganas pero, como me gusta distanciar lecturas de un mismo autor, supongo que tardaré en leerlo. El hecho de que esta novela no me haya convencido del todo no significa que no vaya retomar a Landero, pues es un escritor fabuloso.
      Besos

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  4. No recuerdo lo que Sonia termina desvelando, pero creo que ese victimismo de Sonia y Andrea está muy bien reflejado en la novela. Yo tampoco soporto a esas personas que siempre están sintiendo que el mundo les debe algo y que son víctimas de todo y de todos, pero, como dices, existen y creo que aquí están perfectamente retratadas. Me ponen de mal humos porque eso es lo que siento por ese tipo de gente.
    Hace ya dos años que leí esta novela y he olvidado muchos detalles, pero recuerdo que me gustó mucho. Recuerdo que sentí esa tiranía de los débiles que siempre se apoyan en los fuertes y los terminan agotando. Son como parásitos que viven de la fortaleza ajena. Eso creo que le pasa a Aurora con la familia de Gabriel. Me gustó mucho esta novela y desde entonces ando detrás de leer El balcón de invierno. espero hacerlo pronto.
    Un beso.

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    1. Me refiero al matrimonio de Sonia con Horacio.
      Yo también creo que Landero refleja muy bien ese victimismo. E incluso lo de las conversaciones alternándose con cómo se cuentan luego esas conversaciones es algo que se puede dar perfectamente en la vida real. Así que no sé explicar exactamente por qué esas partes de la novela no me han terminado de convencer pero así ha sido.
      Todos en momentos puntuales podemos caer en el victimismo de manera pasajera. Pero esas personas que viven allí permanente instaladas son como chupópteros de la energía ajena que pueden incluso terminar resultando tóxicas.
      El balcón en invierno es una mezcla maravillosa de memorias personales del autor con reflexiones e incluso con un punto de metaliteratura. A mí me encanto. Seguro que te gusta.
      Besos

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  5. Hola Lorena, he leído tu reseña con minuciosidad. A mí la novela sí me conquisto, total y absolutamente. La artificiosidad que comentas no la detecté en ningún momento pero claro, cada cual tiene sus propios percepciones. A mí lo que me gustó especialmente de esta novela, más allá de la trama, es el trenzado de diálogos. Empezaba con el hilo de un personaje y, de repente, me veía en el otro. No sé, me gustó mucho. Es más, luego he leído El balcón de invierno y me gustó, sí, pero no me sentí tan cómoda como con Lluvia fina. En fin, que esto de la literatura es muy subjetivo pero siempre se agradecen distintos puntos de vista. Besos

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    1. A mí, sin embargo, admitiendo su originalidad y que es algo que, además, bien que se da en la realidad, ese trenzado de diálogos no me ha llegado. Me ha dado rabia porque Landero me gusta mucho y porque hay cosas de esta novela que también me han gustado mucho . El balcón en invierno, en cambio, me encantó. Es bien cierto eso de que la literatura es muy subjetiva.
      Besos

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  6. Qué alivio leer tu reseña, Lorena, porque me pasó casi lo mismo que a ti. Me pareció una novela que con un buen punto de partida, se torna exagerada, imposible, sobre todo por sus personajes. Landero es un maestro de la lengua, pero no es Dostoievski en lo que al retrato psicológico se refiere. Me salté páginas enteras, me costó muchísimo, pero como empezaron a llover reseñas muy buenas lo achaqué a una mala lectura. Y eso que Landero es de mis imprescindibles, pero "Lluvia fina" no está entre lo mejor de su novelística. Al menos para mí.
    Un abrazo.

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    1. Qué alivio leer tu comentario, Gerardo. Ya me sentía un poco rara avis aunque también sabía que mi opinión respecto a esta novela no iba a ser muy compartida. Solo me había encontrado con opiniones entusiastas sobre ella. Y tras leerla eres solo la segunda persona con la que me encuentro a la que tampoco le ha terminado de convencer. En la web de la editorial en algunas de las opiniones de prensa que comparten la llegan a calificar como la mejor novela de su autor y he flipado un poco con esto. De hecho, de haber sido esta novela mi estreno con Luis Landero me hubiera pensado mucho repetir con él. Porque es indudable su buen hacer y hay fragmentos que me han gustado mucho, pero también me ha parecido que la historia deriva un poco hacia lo esperpéntico y, al igual que tú, y como indico en la reseña, sentí que los personajes a veces, más que personajes, eran caricaturas.
      Es mi tercer Landero así que, afortunadamente, me queda mucho y creo que buen Landero por leer.
      Un abrazo

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  7. Veo que Gerardo y tú coincidís en algunos "peros", que no ha sido esa novela redonda que sí te pareció El balcón en invierno (que a mí me entusiasmó), como te han comentado, cada lector filtra la lectura con sus percepciones, eso marca los diferentes matices entre unos y otros, es algo estimulante.

    Bueno, seguiremos leyendo a Landero, sin duda.
    Un abrazo, Lorena.

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    1. Sí, recuerdo que compartimos impresiones sobre El balcón en invierno. Fue mi estreno con Landero y me pareció maravilla pura. Más tarde leí Juegos de la edad tardía y me pareció una auténtica genialidad. Esta como ves... ha sido un sí pero no o un no pero sí. Pero tampoco puedo desaconsejártela. Ya ves que mismamente aquí se han manifestado muy buenos lectores a los que sí les ha gustado.
      Sí, sí, seguiremos leyendo a Landero. Aunque en esta novela me haya decepcionado un poco, yo también le seguiré leyendo.
      Otro abrazo para ti, Paco.

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